“Herencia”, octavo álbum de Rafael Riqueni, ha devuelto a la actualidad a una figura de impecable trayectoria y altísimo reconocimiento como maestro de la guitarra flamenca, pero cuya proyección ha sufrido por azarosas circunstancias vitales. Repasamos junto a él en Sevilla su vida y su obra.
Rafael Riqueni es uno de los pocos guitarristas flamencos de los que hay quien ha osado decir que es mejor que Paco de Lucía. Pese a ello, y a la sonoridad de su nombre, no es muy conocido, ni nombrado, fuera de los ambientes más especializados. Probablemente, las circunstancias personales que llevaron a que su carrera se truncase durante muchos años que debían ser importantes –no grabó nada entre 1996 y 2014– han influido en ello. “Fueron años duros. Yo estaba perdido, no creía en mí, no tocaba a diario como estoy haciendo ahora. Solo Enrique Morente me llamaba para actuaciones y yo iba con él, pero nada más. Supongo que habrá muchos aficionados que se preguntarán por lo que ha pasado. Tuve una enfermedad y no podía tocar, aquello sucedió y hay que asumir las consecuencias”.
Riqueni habla con franqueza desde una de las salas de la Fundación Cristina Heeren, una antigua pastelería en la muy trianera calle Pureza que una mecenas neoyorquina reformó en 1993 como academia internacional del arte flamenco. Ahí, nuestro protagonista ha impartido clases de guitarra, aunque la Triana que él ve ahora es muy diferente de aquella en que nació, en agosto de 1962. “Éramos una familia humilde, en el barrio se respiraba mucho arte, pero la verdad es que yo recuerdo que la gente pasaba fatigas, no se llegaba a final de mes”. Fue su padre el responsable de que se dedicara a la guitarra. “Vino un día con una para tocarla en casa con la familia, pero ni él ni yo nos imaginábamos que iba a ser profesional. Luego estuve tocándoles a los alfareros, de vez en cuando venía Antonio Mairena, y siendo muy niño gané los Premios Nacionales de Guitarra en Córdoba y Jerez”. Eso fue en 1977. Poco después, con 16 años, se fue por primera vez de gira acompañando ni más ni menos que a Isabel Pantoja y, posteriormente, a Rocío Jurado y María Jiménez (a quien unen vínculos familiares, pues es hermana de su madre). Debutar en el mundillo siendo adolescente en la España de los últimos años 70 y los primeros 80 yéndose de gira con divas de aquel calibre popular debe haber sido una experiencia abrumadora. Preguntado por ello, el guitarrista no entra en amarillismos, limitándose a remarcar lo mucho que las admiraba como artistas y lo cariñosas que eran con él, tanto ellas como sus familias. También se queda con aquellos largos viajes por una España de ferias en las que muchas veces no podía ni escucharse cuando tocaba y, lo más importante, lo que le supuso entrar en contacto con la copla. “Musicalmente, es un estilo muy rico, sobre todo en armonía. Esa riqueza la absorbí y me sirvió de muchísimo de cara a mis propios trabajos”.
Tras un tiempo tocando también para Martirio, en 1986 publicó su primer álbum como guitarra solista. Fue otro debut de órdago. “Juego de niños” lo publicó Nuevos Medios bajo la producción de Ricardo Pachón y contó con las colaboraciones de Raimundo Amador, Ray Heredia, Juan y Antonio Carmona y Carles Benavent. “Sentí muchos nervios, yo apostaba por otra forma de tocar diferente a lo que estaba hecho, y me arriesgaba a hacer un invento que yo no sabía cómo iba a salir. Era muy agresivo, bastante juvenil. Ricardo Pachón decía que aquel disco caló mucho en la afición y que era muy nombrado”, recuerda él. Poco después llegó “Flamenco” (Blue Angel, 1987), grabado prácticamente en una sola toma por el productor alemán Jurgen Minbler después de asistir a un concierto suyo como guitarra solista en Heidelberg. Según el crítico José Manuel Gamboa, contiene la que es la mejor minera de todos los tiempos: “Villa Rosa”. Pero Riqueni, ya afincado en Madrid, no quería dejar de formar parte del vibrante y renovado mundo auspiciado por el sello Nuevos Medios y su movimiento de jóvenes flamencos. En 1987 intervino en “Blues de la frontera”, de Pata Negra (él es quien toca la guitarra flamenca de “Bodas de sangre”), y en 1990 publicó otra obra clave, “Mi tiempo” (Nuevos Medios), esta vez producida por Mario Pacheco. “Era fantástico, un productor que arriesgó mucho por todos los chavales nuevos que salíamos y fundó una nueva era con Ketama, Aurora, Pepe Habichuela, Pata Negra... Era maravilloso ver a todos estos chavales que formaban ese plantel. Fue extraordinario con todo”, recuerda él. Fue un disco fundamental en su trayectoria al incluir influencias del jazz y la música clásica sin dejar de ser flamenco, con arreglos de cuerdas y partes polifónicas para las que él compuso todas las voces. También hubo una gran implicación de Antonio Canales, quien incluso fue acreditado como coproductor.
Pero todo da un viraje en el momento en que conoce a Enrique Morente. “Fue en Granada, en un concierto que daba yo. Él vino a verme, estuvimos tomando algo, y ya después nos tratamos mucho más en Madrid. Esa época –recuerda Riqueni– fue muy bonita; allí nos juntábamos Pepe Habichuela, Paco de Lucía, Ketama, Gerardo Núñez… Íbamos mucho por el Candela, en el barrio de Lavapiés. Había mucha afición y mucha gente nueva, joven, como era yo en aquel tiempo, con ganas de que te escuchen, de oír a los otros…” . El guitarrista empezó a tocar para Morente y, en 1994, el mismo cantaor apadrinó “Maestros”, publicándolo en su propio sello, Discos Probeticos. Luego llegaría “Alcázar de cristal” (Auvidis Ethnic, 1996), pero ya eran los años malditos de Riqueni.
Las crónicas hablan de una vida secuestrada por su enfermedad (trastorno bipolar), su alcoholismo, por episodios de delincuencia, por la pérdida de su casa y también por la depresión provocada por el suicidio de su padre, en 1997. También, por un doble concierto de homenaje, con el fin de recaudar fondos para costear su tratamiento y aplacar sus penurias vitales. Se celebró en 2002 en el Ateneo Cultural de Comisiones Obreras, y a él llegaron a acudir como público los hermanos Coen y Frances McDormand, probablemente aconsejados por alguien al preguntar por algún sarao de flamenco durante una estancia promocional en Madrid. El cartel era de campanillas: Morente, Carmen Linares, José Mercé, Diego El Cigala, Pepe Habichuela, Gerardo Núñez, La Barbería del Sur… Prueba inequívoca de lo excelentemente considerado que Riqueni estaba en la comunidad flamenca.
Sus últimos años los ha dedicado sobre todo a su faceta de creador y guitarra solista. Ha retomado en directo y con gran éxito “Suite Sevilla”, una ambiciosa pieza con orquesta sinfónica, que se pensó para la Expo 92, y, al tiempo, este año ha lanzado “Herencia” (Universal, 2021), un trabajo que considera de vuelta a sus orígenes, y en el que rinde homenaje a los que considera sus maestros y con quienes, además, tuvo relación bien de padrinazgo (Manolo Sanlúcar le dio clases de guitarra) o de amistad, y con todos ellos, dice, de admiración: Pepe Habichuela, Mario Maya, Joaquín Amador, Enrique de Melchor, Tomatito, Serranito, Paco de Lucía y Enrique Morente.
Finalizo nuestra charla preguntándole si se considera un músico clásico o vanguardista. “Yo me siento, sobre todo, como un flamenco”, me responde. “Yo vengo de ahí y siempre estarán ahí mis principios. La vanguardia también ha estado presente, porque he estado acompañado de muchos cantaores y guitarristas que lo eran. Era un momento para hacer eso y otras cosas, dándose cuenta de que el flamenco es una base y no un detrimento para colaborar y explorar. Al principio, cuando yo era más joven, tenía más fuerza, le daba menos importancia a las cosas y eran trabajos más llevaderos. Desde ‘Parque de María Luisa’, cada trabajo empieza a ser más duro, aunque estoy contento, porque he hecho lo que quería”, concluye mientras esboza una tímida sonrisa. ∎