Exorcismo sanador. Foto: Hilda Pellerano
Exorcismo sanador. Foto: Hilda Pellerano

Entrevista

Silvana Estrada y su diario de una pérdida

El desgarro silencioso de Silvana Estrada queda plenamente certificado en “Marchita”, su segundo LP y también el primero que publica en solitario. De él brota una voz comunitaria de la tristeza, una guía para encontrar la sanación del alma, representada en once postales con aura luminosa.

Pocas veces en estos últimos tiempos la sencillez de la expresión mínima ha contado con semejante crisol de sensaciones –fuera de la electrónica– como en “Marchita” (Glassnote-Altafonte, 2022). Mediante este álbum, la mexicana Silvana Estrada se doctora con el título de curandera folk. No es para menos ante medicaciones con las propiedades balsámicas de “La corriente” o “Te guardo”. Excelencias como estos dos manjares de emoción aterciopelada son el reflejo de la senda encontrada por esta estudiante de jazz: “A los 13, 14 años, empecé a estudiar jazz. Sabía que quería hacer música, pero me sentía como foránea, no me sentía cómoda”. Los siguientes pasos que fueron guiando su aprendizaje no hicieron más que corroborar el sentido de sus actos. “Después de cumplir 18 años, otra vez me convencí de que iba a ser cantante de jazz y me volvió a pasar”, explica. “Las clases eran muy interesantes, pero el resultado no era el que yo quería. No quiero cantar en inglés, no quiero hacer música supercomplicada. Al contrario, a mí me gusta la música supersencilla. Pero en toda esa época me sentía en conflicto y no sabía por qué. Yo creo que el día en que me sentí aliviada fue el día en que comencé a escribir canciones”.

Lo que vino después de este descubrimiento personal la llevó a grabar “Lo sagrado” (30 Amp Circuit, 2017) con Charlie Hunter, cuando apenas contaba 19 años. Tras esta nueva parada en su crecimiento musical, representada por la complejidad estructural de diez cantos desde métricas de vanguardia jazz, Silvana dio un golpe de timón hacia la desnudez perfilada en su EP “Primeras canciones” (Autoeditado, 2018). Este paso fue el más significativo en una trayectoria aún muy corta, pero que ya ha encontrado su primera cumbre en “Marchita”, álbum del cual nos habla Silvana, siempre con la sinceridad brotando a flor de piel.

La alegría de vivir. Foto: Hilda Pellerano
La alegría de vivir. Foto: Hilda Pellerano

En un disco tan emotivo como “Marchita”, ¿cómo se consigue estremecer desde esa elegancia con silencios tan penetrantes?

No sé si hay una metodología. La verdad es que todo en “Marchita” ha sido muy intuitivo, como un proceso de lo que se siente bien y lo que no. En ese sentido las canciones pedían un poco de minimalismo. Siento que fueron letras muy trabajadas. Canciones en las que trabajé mucho de manera muy solitaria. Yo sola, en silencio. Para este álbum tuve la suerte de contar con Gustavo Guerrero, uno de mis mejores amigos. Gus tiene una sensibilidad muy cabrona, como de entender de dónde provienen las canciones. Al principio yo quería orquestas, niños cantores… Era la primera vez que tenía recursos para hacer un disco. Canté mucho tiempo esas canciones yo sola, en bares, lo cual le da una fuerza muy especial. Fue la búsqueda de los poquitos sonidos que se tenían que quedar. Y lo que no fuera estrictamente conmovedor lo quitábamos. Fue un proceso superbonito, la verdad. Creo que aprendí muchísimo. Cuando hago canciones es raro que me imagine la instrumentación. Con Gus fue darme cuenta de querer buscar lo que embellece y prescindir de lo que sobra.

“Mi música está muy ligada a la poesía, pero también creo que la poesía también está muy ligada a la música. De ahí sale algo muy orgánico. No siempre escribo primero las letras. Muchas veces escribo melodía y letra al mismo tiempo porque se genera algo que está bien unido”

A nivel musical, cuando se habla de tu música, suelen salir nombres como Chavela Vargas e incluso Julieta Venegas, pero dentro de unas canciones tan poéticas como las tuyas ¿bajo qué referentes te sientes más identificada?

Siempre intento tener mis libros de cabecera. En ese sentido, siempre aparece José Carlos Becerra, que es de los poetas que más me inspiraron en “Marchita”. Miguel Hernández siempre vuelve a aparecer, así como Alejandra Pizarnik e Idea Vilariño. Y luego un puñado de poetas norteamericanos. Es muy fuerte porque siempre los leo en inglés y luego en español. Las traducciones les dan como otra vida y me gusta. Creo que, en general, mi música está muy ligada a la poesía, pero también creo que la poesía también está muy ligada a la música. De ahí sale algo muy orgánico. No siempre escribo primero las letras. Muchas veces escribo melodía y letra al mismo tiempo porque se genera algo que está bien unido.

Canciones como “La corriente” o “Te guardo” quizá sean las más elocuentes a la hora de entender la importancia de fundir totalmente palabra y música en un mismo canal expresivo.

Yo creo que, en general, soy una persona muy musical. De adolescente, si no estaba en la escuela de música, hacía música en mi casa, donde había un piano e instrumentos. Tampoco creamos que había mucho más que hacer... Siento que crecí con la música como una especie de metalenguaje. Al fin y al cabo, la poesía también es un metalenguaje. Yo creo que en mi cabeza funciona mucho la idea de poder expresarme a través de una melodía, no más. O expresarme a través de una metáfora, no más. Y que al final súper digan algo. Para mí el foco de “Marchita” fue muy melódico, mucho más que armónico, definitivamente. Y también porque mi instrumento es la voz. El único instrumento en el planeta Tierra con el que yo sí me considero una instrumentista es la voz. También hubo mucho trabajo vocal. Ahora me doy cuenta cuando voy de gira, porque acabo muy cansada. Son melodías muy demandantes, muy físicas. En este disco hubo mucho de exploración, de encontrarme como instrumentista de la voz.

Reflexión a partir de la tristeza. Foto: Hilda Pellerano
Reflexión a partir de la tristeza. Foto: Hilda Pellerano

Ese trabajo del que hablas se palpa en la intensidad con la que cantas desde una búsqueda natural de la contención y los silencios en las canciones, que es donde creo que encuentras los pilares de tu sonido. ¿Qué canción del disco fue un mayor reto para ti en este sentido?

Grabando el disco no pareció que ninguna me fuera difícil, porque estaba muy entrenada. Pero ahora que estoy de gira, que pasé una pandemia, relativamente tranquila, me doy cuenta de que por ejemplo “Casa” me parece siempre retadora, porque es una especie de reto conmover con una melodía compleja. Pero que no sea como un mono de circo, sino dejando solo lo necesario. Y dejar solo lo necesario es realmente muy complicado porque son líneas muy sostenidas, melismas muy limpiecitos. Creo que esta es de las canciones que más me cuestan, pero, al mismo tiempo, ahora mismo, es mi favorita.

“Para los artistas es un reto abarcar la alegría con profundidad. A mí me pone de malas la música así, muy alegre. Siempre he sido una persona a la que, ya fuera en familia o en el trabajo, la tristeza me la han recriminado. No sé si es por ser mujer, no sé si es por ser joven, pero yo vivo bien con mi tristeza”

En una entrevista para ‘El País’ el año pasado, decías: “Los cantautores acabamos siendo unos rumiantes de nuestro propio dolor”. ¿Hasta qué punto se trata de un exorcismo o de una forma de arte nacido directamente de la evasión?

Estoy a punto de cumplir 25 y estoy un poco en crisis (risas). Creo que, en general, la gente que hacemos canciones tendemos a hablar de lo que nos llama. Me considero una persona alegre aunque tenga mis partes oscuras, como todo el mundo. Pero a mí lo que más me llama son esas partes oscuras. Creo que socialmente es más prestigioso hablar de la tristeza y que la alegría se ha vuelto superficial. Para los artistas es un reto abarcar la alegría con profundidad. A mí me pone de malas la música así, muy alegre. Siempre he sido una persona a la que, ya fuera en familia o en el trabajo, la tristeza me la han recriminado. No sé si es por ser mujer, no sé si es por ser joven, pero yo vivo bien con mi tristeza. Y a veces estoy muy triste y tendré mis cosas, como todo el mundo. Pero también creo que hay una especie de defender y hablar lo que yo en mi vida no me he sentido cómoda de hablar, de sentir o de ser. Porque creo que casi hay odio hacía la gente que nos sentimos tristes (risas). En mi caso, la música me ha servido para poder lanzar todo lo que siento, lo que no he sido capaz de hablar, a veces por miedo o por vergüenza. Es como un refugio emocional de todas estas emociones tan criticadas.

¿Hasta qué punto este disco es un diario personal de lo que supone una ruptura amorosa?

“Marchita” es bastante diario personal. Fue todo parte de un proceso. Pero es el diario de un duelo, no el de una relación. Es el diario de una pérdida. Con el tiempo, he aprendido que “Marchita” me gusta porque se trata de un diario que narra una sanación. No narra un duelo, no más. “Marchita” es el camino para sanar una herida. Yo he sentido mucho alivio escribiendo este disco y me gusta ver en los mensajitos de las redes cosas como “este disco me alivió, me sanó”. También me doy cuenta de que “Marchita” es una especie de ritual para exorcizar toda esa tristeza o depresión que a la gente no se le deja sentir. En los shows me gusta porque también van niños, niñas, adolescentes, gente viejita y todo el mundo siente a través de él. En este sentido, creo que “Marchita” es una especie de diario público del sanar la tristeza. ∎

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