A sus 58 años, Martin Phillipps ya mira hacia atrás sin ira, al tiempo que celebra el nuevo esplendor artístico de The Chills. La banda de culto del kiwi pop regresó en 2015 tras casi 20 años de silencio y ha encadenado tres álbumes excelentes. El último, “Scatterbrain”, ha obtenido una acogida más que decente. El músico se sincera y repasa su historia desde su hogar en Dunedin.
Puede que la escena pop de Nueva Zelanda esté actualmente eclipsada por esa poderosísima estrella solar que es Lorde, pero hubo un tiempo en que, incluso, se llegó a acuñar un término, “kiwi pop”, para hablar de su vibrante tejido de bandas de indie y post-punk surgidas a principios de los años 80. Su epicentro era el sello Flying Nun, creado en Christchurch, aunque sus grupos más importantes se localizaban en Dunedin, una localidad de 120.000 habitantes con gran ambiente cultural y artístico, y mucha vida universitaria, de regusto británico (se le llama, de hecho, “la Edimburgo del sur”).
Geográficamente, se encuentra en las antípodas de la población de Cariño (provincia de A Coruña) y, pese a lo relativamente pequeña que es, creó toda una denominación de origen, el Sonido Dunedin, que sirvió para definir lo que hacían grupos de culto surgidos de allí como The Chills, The Clean y The Verlaines, y otros hermanados con ellos como The Bats, que venían de Christchurch. El sonido de guitarras jangle, la permeabilidad de la psicodelia y la forma personal con que esos músicos negociaban con las influencias que venían entonces del Reino Unido y la Norteamérica del Paisley Underground las popularizó en esos ambientes, aunque su éxito no llegó a ser ni la mitad de masivo que el de compañeros de generación como Split Enz (luego Crowded House). Lo inesperado del guion es que la mayoría de estas bandas siguen en activo, e inquietas, sin conformarse con el acomodamiento de la nostalgia.
The Chills es un grupo con muchas peculiaridades. Formado en 1980, ha tenido hasta 20 cambios de formación, con un solo miembro permanente al estilo de Mark E. Smith (The Fall) o David Gedge (The Wedding Present/Cinerama): el vocalista, guitarrista y letrista Martin Phillipps. En estas cuatro décadas solo han publicado siete álbumes: cuatro hasta 1996 y otros tres cuando Phillipps decidió reactivar la marca en 2015. “Scatterbrain” (Fire-Popstock!, 2021) es el más reciente y, ojo, completa una trilogía de la resurrección que, pese a haber quedado un poco oculta a las tendencias de lo que mola, es mucho más que digna: el retorno a la forma de un artista maldito… ¿a su pesar?
Martin Phillipps también es una persona peculiar. Queda patente en el interesantísimo documental “The Chills. The Triumph & Tragedy Of Martin Phillipps” (Julia Parnell & Rob Curry, 2019). Allí vemos a un hombre cincuentón lidiando con una enfermedad que amenaza con acabar con él (hepatitis C, producto de su antigua drogadicción) y que vive solo en una casa llena de todo tipo de memorabilia friki. Un eterno adolescente asolado por el paso del tiempo y por una historia musical errática. Alrededor de 1990, cuando The Chills publicaron el esplendoroso single “Heavenly Pop Hit”, se acercaron al estrellato con la punta de los dedos, pero no consiguieron obtenerlo, y eso provocó un amargo declive que sigue resonando en todo lo que se dice y escribe sobre ellos. Es la denominada “maldición de The Chills”. “Aquello fue una invención de los medios para explicar los constantes cambios de formación y otros episodios de mala suerte, pero creo que eso dejó de ser relevante hace tiempo. Todas las bandas sufren desgracias y tienen historias similares que contar. En este momento, puedo decir orgulloso que solo he perdido a dos miembros de la banda en los últimos 22 años”, explica Phillipps a través del correo electrónico. Todd Knudson (batería), Erica Scally (violín, teclados y guitarra), Oli Wilson (teclados) y Callum Hampton (bajo) completan la formación actual.
El vocalista responde feliz después de una minigira por su país presentando “Scatterbrain” tras dejar atrás los tiempos más oscuros de la pandemia. Incluso llegaron a compartir cartel una noche con The Bats, algo que solo había sucedido en escasísimas y muy lejanas ocasiones. “Ha sido maravilloso salir de gira de nuevo y poner a punto a la banda. Siento que algunos de esos conciertos están entre los mejores que hemos hecho, al menos en los últimos veinte años”, afirma un músico que no suele ser tan entusiasta habitualmente. En sus nuevas canciones, sin ir más lejos, mira de frente a su propia existencia, a sus miedos y al devenir de la sociedad que lo rodea, y su visión tiende hacia el claroscuro casi negro, aunque –marca de la casa– lo expresa con brillantísimas, muy dulces, melodías pop. “Me he visto a mí mismo de un modo diferente a raíz del documental”, confiesa. “Estábamos dispuestos a que la película fuese lo más sincera posible porque había la posibilidad de que yo no viviera para verla terminada, pero no me di cuenta de lo excéntrico que yo le parecía a otras personas. La reacción fue muy positiva, tanto por la calidad de la producción como por la honestidad con que tratábamos aspectos difíciles”.
El más complicado, sin duda, era el de la soledad y la proximidad de la muerte, que aborda en la que es ya una de las más emocionantes canciones de su trayectoria, “Destiny”. “Me asusté mucho por mi salud, y eso me ha vuelto más consciente de la mortalidad. A mi edad, me encuentro con que prácticamente cada semana algún conocido en Facebook o algún otro sitio anuncia el fallecimiento de un padre o un amigo. La canción ‘Caught In My Eye’ fue inspirada por la muerte de mi madre, aunque decidí que las letras fuesen más generales para que pudiesen resultar accesibles para otras personas que hubiesen pasado por una tragedia similar. ‘Destiny’, en realidad, aborda una temática más amplia, sobre cuánto control tenemos realmente sobre nuestras propias vidas”. También guarda una especial emoción el tema que cierra el álbum, “The Walls Beyond Abandon”, que “trata sobre la inevitable pérdida que experimenta la gente cuando se deja seducir por sectas o teóricos de la conspiración. Es un manifiesto poderoso, pero no necesariamente una canción triste, sino más bien una advertencia”, explica.

Un debut algo tardío que, en realidad, es un cajón de sastre que recopila parte de los singles que la banda había ido esparciendo desde 1982. Se abre con aquellos emblemáticos primeros destellos de genialidad que fueron “Pink Frost” y “Rolling Moon” y continúa con sus contribuciones para el seminal doble EP colectivo “Dunedin Double EP” (1982). Ha tenido dos reediciones en CD con abundante material extra: una en 1989 y otra en 2016 en alianza con Captured Tracks.

Su primer larga duración concebido como tal es una especie de tapado en su discografía, pese a la gran cantidad de gemas pop que alberga. Lo produjo el extravagante Mayo Thompson (de Red Krayola) y Phillipps nunca se mostró contento con su mezcla, que califica en la entrevista de “demasiado apresurada”. Tal vez lo que le molestó fuese que su voz sonase bastante diluida, imponiéndose por encima el órgano de Andrew Todd. El líder anticipa que su plan de reeditarlo con una nueva mezcla está avanzando.

Primer álbum en la multinacional Warner –publicado en la misma época en que las majors iban a por R.E.M y otros dioses del underground–, contiene 12 temas en 36 minutos que, uno tras otro, marcan la quintaesencia del mejor pop a la manera de The Chills. Tal vez la esplendorosa apertura con “Heavenly Pop Hit” ensombrece injustamente el resto del disco. Fue su mayor éxito de crítica y público. Su ratito de gloria. No le falta ni sobra nada.

Había grandes esperanzas de que este álbum consolidase a los neozelandeses entre la aristocracia del pop alternativo, pero algo falló. La banda, perfecta en “Submarine Bells”, se desintegró por completo. El bajista Justin Harwood, por ejemplo, se fue a Nueva York y fundó Luna junto a Dean Wareham. Phillipps quedó como único miembro fijo y se dejó llevar por una ambición desmedida, alargando el repertorio hasta las 17 canciones sin darle una vuelta al control de calidad, pero rodeándose de colaboradores de lujo como Van Dyke Parks y Peter Holsapple (The dB’s). Supuso su fin del contrato con Slash, pero el líder del grupo afirma que siente por él el mismo orgullo que por su álbum de 1990. “Me encuentro particularmente agradecido de que la gente finalmente descubriera la cantidad de buenas canciones que contiene, al igual que sucedió en el siguiente, ‘Sunburnt’ (Flying Nun, 1996)”. Tiene un tema de apertura casi tan espectacular como el disco anterior: “The Male Monster From The ID”.

Primer álbum en solitario de Martin Phillipps tras dar carpetazo a The Chills. Un egotrip en baja fidelidad para reencontrarse a sí mismo y que él reivindica durante la entrevista. “Siempre tendré un sentimiento especial por esta colección de maquetas caseras porque es lo más cerca que he llegado a la música que escucho en mi cabeza”, afirma.

Un álbum en vivo, “Somewhere Beautiful” (2013), inició la feliz alianza de The Chills con Fire después de que Phillipps recuperase el nombre de la marca para regresar a los escenarios, al tiempo que celebraba su 50 cumpleaños. Le siguió una excelente trilogía en estudio, iniciada por “Silver Bullets” (Fire, 2015), continuada por “Snow Bound” (Fire, 2018) y culminada por este último disco, agridulce testimonio de un veterano del pop enfrentado al mundo y a sus propios fantasmas, pero refugiado en lo que mejor ha sabido hacer para conectar con todo ello y con nosotros: sus canciones. ∎