Stephin Merritt, tanto de qué responder. Foto: Óscar García
Stephin Merritt, tanto de qué responder. Foto: Óscar García

Conciertos

The Magnetic Fields: el libro de buen amor

Stephin Merritt está celebrando los 25 años de su obra magna “69 Love Songs” con una gira de conciertos que pasó por la sala Paral·lel 62 de Barcelona dos días, el 4 y el 5 de septiembre. Repartidas en dos sesiones, interpretó al completo su cancionero de 69 composiciones. Un acontecimiento.

El punzante y distante Stephin Merritt, maestro de las bromas serias, se enfrentó en 1999 a la gravedad del amor como si de una comedia se tratara y, desbordante de ingenio, triunfó con el drama romántico “69 Love Songs”, colosal triple álbum que, con sentido y sensibilidad, marcó profundamente a varias generaciones que todavía hoy recitan sus canciones de memoria, como si fuesen lecciones de vida. Muchos de estos seguidores aseguraban que era su disco más escuchado de entre todos los que poseen. La magna obra pop, que se publicó un 7 de septiembre, cumplirá mañana 25 años de vida. Un cuarto de siglo ha transcurrido. Ni más ni menos. As time goes by

Sus entusiastas juegos de palabras, con ripios geniales, también con citas cultas, supieron redimensionar el concepto de “lo cursi” aplicado al amor para posibilitar que, a través de reflexiones ambivalentes, la pena pudiese convertirse en alegría, o la tristeza en felicidad. Dosis de realismo para mostrar complejos, inseguridades y despechos, pero también para insuflar sueños y utopías. Es música aparentemente fácil –aparentemente, recalco– que puede transitar de Burt Bacharach a The Human League, de Fleetwood Mac a The Divine Comedy, entre otras variantes que incluyen el espíritu country o el folk irlandés, la comedia musical o un revisionismo comercial del tecno-pop de los ochenta para proyectar una completísima iconografía del amor al alcance de todo tipo de públicos. No se dice lo suficiente, pero este cancionero incluye evidentes patrones mainstream que, no obstante, quedan ocultos muchas veces por la forma de retorcer las creaciones, con un cierto grado de experimentación que las aleja premeditadamente de lo anodino. Esperanzas, idealización con tópicos refinados y guiños terrenales en muy variados ejercicios de estilo musicales que utilizan sutilmente frases demoledoras, con bromas o sin ellas, para asentar la sumisión en el amor como norma predominante. Como canta en “My Only Friend”, “some of us can only live in songs of love and trouble”.

Peliculero hasta la médula, y siempre necesitado de reconocimiento, se atrevió a pasear su creación para celebrar el cumpleaños total en directo en una especie de acontecimiento indie de vieja escuela capaz de emocionar a sus fans; afortunadamente, tuvimos la suerte de poderlo disfrutar aquí: las 69 canciones repartidas en dos conciertos en la sala Paral·lel 62 de Barcelona –única presencia en España– el miércoles 4 y el jueves 5 de septiembre. 35 el primer día y 34 el segundo. Con un descanso de 20 minutos en ambas sesiones, Merritt repartió el trabajo lo más equitativamente posible: el primer día, 17 temas en la primera parte y 18 en la segunda; el segundo, 17 y 17. En riguroso orden de aparición, fueron sonando, de la 1 a la 69, todas las perlas del manifiesto por antonomasia de un Stephin Merritt que demostró, una vez más, su apabullante ambición como compositor al tiempo que, a rachas, como ya es sabido, mostró también su aparente desgana como intérprete, disculpable hándicap por todos aceptado.

Residente de sus propios traumas. Foto: Óscar García
Residente de sus propios traumas. Foto: Óscar García

Teniendo en cuenta que The Magnetic Fields habían tocado en noviembre pasado en la sala Apolo de Barcelona, menos de un año, y que los tiempos actuales, ligeros y superficiales, no son propicios para deleitarse con ocupaciones largas que requieran mucha dedicación, es de elogiar la respetuosa respuesta del público, que empleó aproximadamente unas dos horas y pico de su vida dos días seguidos (casi 900 espectadores el primer día, casi 700 el segundo) para rendir tributo a un concierto doble que, en algunos pasajes, reclamaba atención por sus altas dosis de producto delicado y se diría que incluso frágil.

Merritt –voces, sintetizadores y una caprichosa suerte de percusión– lideró una formación de cinco elementos que incluyó a Sam Davol al chelo, a Chris Ewen a los teclados y al cantante Anthony Kaczynski, que aportó guitarra acústica, y a la cantante Shirley Simms, que también tocó el ukelele. Obviamente, de la formación original que grabó el disco solo Davol y Simms se mantienen. Por el camino se perdió a John Woo, a Daniel Handler y al elenco de voces complementarias y muy decisivas que formaron Claudia Gonson, Dudley Klute y el desaparecido LD Beghtol (1964-2020). Kaczynski suplió en algunos temas a los dos cantantes masculinos con gran acierto y Simms se hizo cargo de las voces femeninas del disco y alguna masculina.

El miércoles 4, Merrit apareció orgulloso, eso sugería, para afrontar el juego y el enredo del amor desde el inicio con “Absolutely Cuckoo”: And if you make a mistake / My heart will certainly break / I’ll have to jump in a lake / And all my friends will blame you”. Precavido tono gracioso para inaugurar una colección de canciones con lecturas ocultas que, lo reiteramos, van más allá de lo aparente. Llegó la decepción envuelta en ironía en la segunda, “Don’t Believe In The Sun”: el sol como materia selectiva para los enamorados y metáfora cruel de soledad en un divertido juego de palabras con autoburla incluida.

Con “All My Little Words”, que retrotrae ligeramente a “All The Umbrellas In London” del también estupendo “Get Lost” (1995), su álbum anterior, llegó el primer instante de comunión con el público, balanceándose a pie de escenario, deseosos de disfrutar; lo hicieron mucho más en la primera jornada y especialmente en la primera parte de ese día inaugural. Parece lógico. Es probable que la mayoría hayamos escuchado más veces el principio de “69 Love Songs” por razones prácticas. Lo pones en marcha y no llegas hasta el final porque la vida te impone restricciones y obligaciones. Se necesita mucha concentración para completar una audición que incluya la suma total de los tres CDs. Quizá por eso las canciones del primer CD fueron mejor recibidas, en general, que el resto. Es indudable que se palpó un mayor entusiasmo en la primera de las cuatro partes, con diferencia. Pero también es cierto que muchos salieron más reconfortados el segundo día, quizá por redescubrir y apreciar gemas ocultas que tenían menos presentes.

Segundo día de la celebración. Foto: Òscar Giralt
Segundo día de la celebración. Foto: Òscar Giralt

Merritt, que en ocasiones movía los brazos o los abría al compás de la música de una manera un tanto particular, intentó un chiste animal sin mucha gracia para “A Chicken With Its Head Cut Off”. Luego, bebió de lo que parecía una taza de té (era agua) mientras Shirley se soltaba en “Reno Dakota”. Se refugió en la nostalgia más explícita con “I Don’t Want To Get Over You”: “I could dress in black and read Camus / Smoke clove cigarettes and drink vermouth / Like I was 17”. Y en “Come Back To San Francisco” (la de The moon needs poetry”) lució su adecuada y explícita camiseta de los Residents (al día siguiente exhibió una de Kraftwerk más discreta). En “The Luckiest Guy On The Lower East Side”, difícil de cantar, Kaczynski (con su camiseta en homenaje a Patrick Cowley, mago de la disco music/hi-NRG y una de las primeras víctimas del sida en 1982) lo bordó para hacer olvidar a Dudley Klute. Siguió la fiesta con “Let’s Pretend We’re Bunny Rabbits”, con ese poder melódico que caracteriza muchas de sus creaciones. De ahí al folk medieval de “The Cactus Where Your Heart Should Be”, antes del trote de otro hit para siempre: “I Think I Need A New Heart”. Davol, al chelo, fue protagonista en muchos instantes, procurando un impecable colchón sonoro, casi drone, a temas tranquilos; fue el caso de “The Book Of Love” o, al día siguiente, de “The Way You Say Good-Night” y “I Shatter” (muy John Cale época Velvet). Las burbujas synth de “Fido, Your Leash Is Too Long” explosionaron antes de una “How Fucking Romantic?” que en el disco hacía suya Klute y que aquí fue interpretada por Simms; chasquidos de dedos mientras ella cantaba Love you obviously / Like you really care / Even though you treat me / Like a dancing bear”. La voz grave de Merritt parecía desperezarse con esfuerzo en “The One You Really Love”. La distorsión conceptual de “Punk Love” fue presentada como “sad song”. Y tras los sintetizadores cold wave de “Parades Go By”, cantada a lo crooner melancólico, llegó el primer intermedio. Satisfacción generalizada flotando en el ambiente y la sensación de recuperar un pasado musical que, probablemente, modeló sentimentalmente a muchos de los presentes.

En el segundo tramo se moderó el entusiasmo, pero, por ejemplo, “A Pretty Girl Is Like…” y “My Sentimental Melody”, entonadas como se cantaba antiguamente, demostraron lo gran compositor que, entre la extravagancia y el clasicismo, siempre ha sido Merritt, generalmente infalible en los detalles descriptivos para retratar cualquier circunstancia de la vida. Da muestra de ello el grueso de estas 69 canciones, valiosas en su conjunto como gran obra de nuestro tiempo y valiosas aisladamente como pruebas redentoras del poder de la música como recurso salvador con el que privadamente identificarse. En muchas de ellas, el baile salva vidas. Como en “Time Enough For Rocking When We’re Old”, con el reflejo del paso de los años en una relación. O como en “The Sun Goes Down And The World Goes Dancing” (Stephin, con la mano en la gorra). Fantástica receta de liberación personal en un mundo que, como se dice en la muy Stevie Nicks “Sweet-Lovin’ Man”, There’s an hour of sunshine / For a million years of rain” (aunque la más declaradamente Fleetwood Mac, elegante AOR, es “No One Will Ever Love You”). Pero, aun así, Merritt sentencia en positivo con “Viva la música pop / Love, music, wine and revolution” en la afro-pop “World Love”, que inauguró el segundo día. En el atrevido experimento jazz “Love Is Like Jazz” jugaron a ser “Pierrot Lunaire” de Schönberg, con vapor de vapeo propulsado de un modo naíf a los músicos (aunque no a Stephin, claro) por Shirley para ambientar el escenario. En “When My Boy Walks Down The Street”, power pop punk sin serlo del todo, Merritt aleteó y, contento, creó corazones con las manos. “My Only Friend” fue para Billie Holiday.

Personaje y artista, todo en uno. Foto: Óscar Giralt
Personaje y artista, todo en uno. Foto: Óscar Giralt

En la a dos voces “Long-Forgotten Fairytale”, con base tecno-pop, Merritt movió los brazos y balanceó su cabeza. Hubo seudogóspel country con “Kiss Me Like You Mean It” y el rodeo ganador con “Papa Was A Rodeo” (con la voz más grave posible), con las luces abiertas señalando al público, que gritaron y aplaudieron efusivamente mientras Merritt se tapaba con el dedo el oído izquierdo (su hiperacusia monaural). “Asleep And Dreaming” recordó a Morrissey. Melodías afrancesadas en “Underwear”, posible canción del verano con base reggae-pop 80s en “It’s A Crime”, comedia musical con gancho en “Busby Berkeley Dreams”, folk performático en “Acoustic Guitar”, ambient a lo David Sylvian en “Love In The Shadows”, rock estándar en “Bitter Tears” (con Stephin tocando el triángulo), aire escocés en “Wi’ Nae Wee Bairn Ye’ll Me Beget” en homenaje al poeta Robert Burns, despiporre beodo con brindis en “Yeah! Oh, Yeah!” y así hasta el infinito de posibilidades: ya fuesen las definitivas frases de “How To Say Goodbye” y “The Night You Can’t Remember”, la tenebrosa “Blue You”, la música de cámara en “For We Are The King Of The Boudoir”, el guiño al Leonard Cohen de “I’m Your Man” en “Xylophone Track”...

The Magnetic Fields son un mundo en sí mismos, el mundo de Stephin Merritt, un genio que sigue sin codearse con los grandes autores históricos con los que debería tutearse. Su legado permanece todavía por debajo del radar, quizá por ese aspecto lo-fi que otorga a sus creaciones, quizá por la esencia indie que late en su manera de componer, quizá por su carácter huraño y desconfiado. Pero su obra, tan o más grande que otros artistas mejor considerados, ha influenciado y golpeado emocionalmente a muchos (aquí, sin ir más lejos, Doble Pletina, Manel y Astrud-Hidrogenesse, por ejemplo, le deben media vida). Estos dos conciertos han corroborado la magnitud de su talento. 25 años después de componerlas, aquellas gloriosas canciones siguen siendo válidas e igual de conmovedoras. Felicidades a Stephin y a los afortunados espectadores que vivieron dos jornadas para el recuerdo. ∎

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