Una nueva forma de ver el hardcore punk. Foto: Rosario López
Una nueva forma de ver el hardcore punk. Foto: Rosario López

Concierto

Turnstile: sudoración y brincos

El grupo de Baltimore agotó anoche todas las entradas del Sant Jordi Club en su regreso a Barcelona para presentar “NEVER ENOUGH”, después de su celebrado bolo de madrugada en el pasado Primavera Sound. No es el tipo de banda que deberíamos intentar racionalizar demasiado, tratándose de un caso ejemplar del “dejarse llevar por la emoción” y el “darlo todo”. En hora y media demostraron que la pura energía es una deidad capaz de erradicar cualquier duda sobre la sofisticación, los matices o las limitaciones del rango musical. El jueves 27 actúan en Madrid (Palacio Vistalegre).

Tras pasar por el escenario los teloneros –el cóctel de vigor agresivo, barboteos con acento inglés norteño y ecos guitarreros ochenteros de High Vis más el ruidoso y por momentos desconcertante combo de bajo-batería de The Garden (excepcional alboroto, aunque se echó en falta la presencia física de otros instrumentos, en especial la guitarra)–, la expectación que acompañó los largos minutos antes de la aparición de Turnstile fue grande. Estos últimos años, con su disparado ascenso en popularidad, la banda ha sido víctima de cierto negacionismo, ya sea por parte del sector puritano del hardcore –fuente de acusaciones dirigidas tanto a su estandarización como a la “limpieza” de sus actuaciones– o de la crítica especializada por la fatiga ante su aparente insistencia en repetir solo dos o tres patrones compositivos adornados con poca riqueza lírica.

Todos estos debates quedan invalidados y desechados por irrelevantes cuando se constata la evidente conexión con el público que suscita en directo la imparable vitalidad de Turnstile. Sorprende que este vínculo se establezca de inmediato, en el mismo arranque del bolo: “NEVER ENOUGH”, tras su épico inicio con sintes, situó completamente a su merced las carnes y bocas de las cien primeras filas, generándose una espontánea explosión de fisicidad pura por parte de los asistentes clamantes, ante el ominoso fondo azul de la pantalla. Justo a continuación, la tralla de “TLC” se encargó de llevar ese revoltijo humano hasta el extremo, una vorágine acelerada de empujones, objetos perdidos y alguna que otra hostia dada la naturaleza deslizante de un suelo instantáneamente bañado en cerveza. Por lo visto “entrar en calor” es un concepto inexistente en este ritual.

El gran salto de Brandon Yates al frente de Turnstile. Foto: Rosario López
El gran salto de Brandon Yates al frente de Turnstile. Foto: Rosario López

Son dinámicas que fueron resurgiendo a lo largo del concierto, con canciones repartidas en puntos diversos de dos ejes principales: el horizontal –temas a todo trapo ideales para erupciones de slam-mosh expansivo hacia los lados– y el vertical, con ritmos más orientados hacia la dislocación cervical y los pogos de salto estático. La fórmula Turnstile –cómo conciliar los espíritus del punk y el pop sin hacer pop punk– es de fácil desglose: a sus bases frenéticas de hardcore típicamente neoyorquino se le añaden los contundentes pero pulcros riffs y grooves del absorbente alt-metal helmetiano-deftoniano y un loloísmo-oeoeoísmo más convencional radicado en melodías guitarreras-vocales rudimentarias pero extremadamente efectistas. Desde luego, en directo la fórmula funciona como un tiro: paradigmáticas de esa receta son las supercoreables a la vez que cañeras “ENDLESS”, “SOLE” o “DULL”. Y, a pesar de la clara reiteración de ideas y esquemas musicales, resulta eternamente amena y bastante brutal por momentos. Esta es la contradictoria magia del grupo: en apariencia genérico sobre el papel, pero absolutamente visceral en la práctica.

Hablemos, por ejemplo, de carisma: no es fácilmente apreciable en el descamisado vocalista Brandon Yates. Más allá de la mencionada vacuidad y la ambigüedad inofensiva de las letras, es parco en palabras: ni una broma, solo un intento semifallido de animar a la gente a subir a sus amigos a las espaldas, amplias muestras de agradecimiento y un brevísimo discurso superficial sobre cómo el “proceso colectivo del canal de la música ayuda a entender las cosas”. ¿Para qué profundizar, para qué sermonear? Totalmente innecesario: su dominio de la corporeidad y su eficiencia interpretativa –ya sea levantando icónicamente por encima de su cabeza el poste del micro o pegando cabriolas al ritmo de los “yeahs” de “SUNSHOWER”– son más que suficientes para el desempeño de su labor, sin necesidad de riesgos o arrebatos de imaginación. Es un carisma prototípico, mecánico: su orgánica fusión de dedicación metódica y competencia atlética convence, simplemente. Lo mismo podríamos decir de los otros integrantes, excelentes currelas consagrados a la unidad funcional del grupo. Mención especial a las florituras del guitarrista Patrick McCrory –pequeños solos pedaleados, todos de un molde parecido y sin embargo todos resultones, en cortes de tonalidad dispar como “COME BACK FOR MORE”, “FLY AWAY” o “LIGHT DESIGN”– y la constancia del batería Daniel Fang, cuyas baquetas inundaron el escenario en los temas de compás pintoresco como “DON’T PLAY”.

Rendidos a sus pies. Foto: Rosario López
Rendidos a sus pies. Foto: Rosario López

En cuanto al repertorio, podemos dividirlo en tres tercios – “NEVER ENOUGH” (2025), “GLOW ON” (2021) y un compendio de rescates del pasado– que fueron combinando para diseñar un flujo más o menos equilibrado de momentos de respiro y cumbres de intensidad, aunque el énfasis recayó con creces en estas últimas, en especial las secciones más retrospectivas, como la potente dupla formada por “REAL THING” y “DROP”. Precisamente rabioso, bienvenido y tierno fue su regreso al EP “Step 2 Rhythm” (2013), con la retahíla “7 Play”, “Keep It Moving” y “Pushing Me Away”, que nos llevó a los nostálgicos inicios en el reino del 2-step; increíble que esas piezas retumbaran originalmente en sótanos y baruchos de Baltimore y ahora sean capaces de emanar de un escenario tocho para poseer a miles de espectadores.

Como era de esperar, algunas pistas del último disco rebajaron los decibelios y el sudor, aunque no necesariamente el interés: la ochentera “I CARE” proporcionó unos bailoteos amables, la coda baladesca de “LOOK OUT FOR ME” acarició el punto sensiblero del público y su sección electrónica pregrabada fue un simpático relleno festivo antes del bis, y para “SEEIN’ STARS” incluso bajaron del techo una reluciente bola de discoteca afín a los suaves vibes cluberos de la canción. Pasajes quizá un tanto monótonos, pero también necesarios para evitar causar un terremoto en Montjuïc antes de la traca final, cantada a pleno pulmón por los fans: “MYSTERY”, “BLACKOUT” con su gordísimo bajo y “BIRDS”, que terminó con la ¿planeada? irrupción en el escenario de varios asistentes, incluyendo un portador de la bandera palestina. ∎

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