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Dejar las cosas a medias

No sé dejar las cosas a medias. O no sabía. No tengo recuerdos de infancia pasando la tarde jugando con otras niñas en mi habitación. O quedándome a charlotear hasta tarde en casas ajenas con la consecuente llamada entre madres de ¿puede fulanita quedarse a dormir?”. Dios me libre de dormir en casa ajena. Pero eso es otra historia, otra columna, librito o rédito económico que en otro momento sacaré de mi historia personal. Quería contaros que la interacción con otras pequeñas criaturas en mi tiempo libre, si sucedió, fue ocasional. Excepcional. Mis recuerdos de niña son conmigo misma. Yo –aha, ya estamos con la autoficción– aprendiendo a convivir con mi cabeza, el aburrimiento, mis manos, mis ojos, mi manera de pensar. Menudo hastío de niña. Las películas nos han enseñado que hay personas que combaten el paso de las horas convirtiendo la calle en gincanas. No pisar rayas horizontales. Cruzarse con cinco matrículas acabadas en número par. Girar la cabeza muy rápido a la derecha y ver a un señor calvo. Todo esto luego ligado a la suerte, al karma: tienes que hacer esto o no te saldrá bien el examen de mañana. Mis juegos mentales eran más tristes, más burdos, más de funcionariado acomodado. Del estilo: tarea, deberes y cumplir. Que, por supuesto, más tarde la vida me ha demostrado que es de lo que se trata. Éxito, cifras y números.

Memorizar de la página 11 a la 18 del libro de Historia en una hora y veintidós minutos. Copiar la letra entera de “Cuando los sapos bailen flamenco” sin poner pausa. Leer los ocho libros de “Ana de las Tejas Verdes” antes de que acabe el verano. Aburrimiento y pequeñas satisfacciones concedidas por el mero hecho de memorizar, leer y completar. Mucho tiempo, pocas luces. Nunca me planteé el disfrute como parte del proceso. He tenido una educación escolar cristiana, por si todavía alguien dudaba (para más variables antropológicas, no dudéis en preguntar). Con 10 años, preguntarme si un libro me había gustado no tenía ningún sentido para mí, qué tipo de pregunta es esa, ya lo he acabado, mira qué rápida soy, soy una niña veloz, te leo cinco libros en una semana, mira qué lista; mamá, díselo a esa señora, dile lo bien que te leo.

Era pequeña y solo veía méritos en ponerle fin a las cosas. Finiquitar, qué bella palabra. Un pequeño adelanto a la velocidad y al rápido consumo al que luego te arrastra el sistema. El capitalismo, el trabajo maratoniano, las plataformas digitales inabarcables, la competición eterna estés en el gremio que estés, los méritos por followers, la cascada de novedades editoriales, el capital cultural no adquirido a tiempo, las medallas según clics, el reto de libros anuales en Goodreads, el “¿cómo que no has leído nada de Doris Lessing?”, la ostentación visual en Letterbox. Check, follow, play, seguir, me gusta. Lo siento, pero a ti solo te podemos pagar 20€. Te diré que mi cabeza infantil de roedor perfeccionista no ha sido tan mal entrenamiento para lo que me esperaba después. Esto es el éxtasis de la vida, cariño, se trata de ir rápido, completar tareas, pasar niveles. Y así andamos. Alterando la velocidad de reproducción de visionado en Netflix. Haciendo binge-watching de “Los Bridgerton” (Netflix). Explicando que has hecho binge-watching de “Los Bridgerton” en Twitter. Mérito. Medalla. Corre que ya casi acabas de leer esta columna. Check y a por otra.

Con 12 años decidí, por primera vez y no sin cierto sufrimiento, que no iba a terminar un libro. Os pongo en antecedentes. Mi madre me compró el primer libro de Harry Potter por la portada, una primera edición en catalán de la editorial Empúries con un señor de barba blanca a medio camino entre Gandalf y Merlín con disfraz de Menkes. Acertó. Lo volvió a intentar con otro libro, en la portada salía un niño con el castillo de Disneyland detrás, el montaje fotográfico era bastante chusco, pero mi madre me acababa de descubrir Hogwarts antes de que la burbuja estallara, tenía toda mi atención. No recuerdo el nombre del libro, y perdonad porque lo he intentado, lo he buscado por todos lados. Pero no solo lo dejé a la mitad, sino que lo tiré a la basura. Era oscuro, turbio, sobre religión, Jesús y muchas normas de conducta y frases místicas. Ni rastro de niños ni de Disney. Tuvo que venir un libro de cienciología a enseñarme que no me partiría un rayo si dejaba un libro a la mitad. Pasé años sin hacer mucho caso de ese valioso aprendizaje. Pero ahora ya le he cogido el truco, podría llamarme incluso experta en dejar cosas a medias.

Discos que se hacen largos, películas que no me pueden importar menos cómo acaban, relaciones que empiezan tóxicas y –¡oh, sorpresa!– continúan tóxicas, series que se crean para el relleno y suflé del algoritmo digital, trabajos que aplicas en Linkedin sin entender la descripción en inglés, recetas cuando no sabes ni freír un huevo, trilogías en las que el maldito autor se pierde por los cerros de Úbeda, bocadillos que se hacen elásticos al tercer mordisco. Todo esto, fuera, a la mitad, sin contemplación, a la basura. Me da absolutamente igual, he perdido el respeto y la trascendencia ceremonial a la palabra FIN. Ya no siento placer al terminar un libro. O sí, pero siento el mismo placer que cuando dejo a medias un libro que resulta ser una fantochada inflada por unos editores entrenados en agencias de publicidad.

El mismo placer que cuando voy al apartado “Seguir viendo” de Netflix y me encuentro ahí un reguero de cadáveres a medio visionar que no me importan lo más mínimo. Es más, quiero escribir a Netflix un correo cada vez que dejo una serie a medias para decirles lo siguiente: “Estimada plataforma del demonio, puede proceder ya a retirar esta ‘serie que ha dejado sin aliento a 5 millones de daneses’ de mi vista. Gracias”. Ehem, “Equinox”. No me importan los cierres de temporada. Quizá el trauma está en las cinco personas que vinieron a mi casa a ver el final de “Lost” (Amazon Prime Video), esas caras no se olvidan. Con el tiempo he descubierto el placer que supone ir saltando de piloto en piloto. ¿Cómo ves tantas series?. No las veo, hago un menú degustación. Si luego me invitan a quedarme, te aseguro que persisto hasta al final, sin respirar, sin ojos para nadie más. Si es cosa de una noche, será rápido y frío. Y luego, puerta.

La morgue del “Seguir viendo” ahora mismo está repleta: la docuserie “The Vow” (HBO), a dos capítulos del final, como castigo porque podría haberme contado lo mismo en menos minutos; “Delicadas y crueles” (Netflix), ¿qué tipo de chiflado está detrás de mi algoritmo recomendándome series?; “La historia de las palabrotas” (Netflix), dejad de contarme cosas en semidocumentales próximos a “Magic English”; “Todas las criaturas grandes y pequeñas” (Filmin), no estoy de humor para tanta fruslería; o “Brave New World” (Starzplay), que en un solo capítulo ya me remite a un ¿qué he hecho yo para merecer esto?

Última anécdota y vamos acabando, que tendrás libros y columnas y series y películas por terminar. El otro día decidí zamparme la selección “Generación rave” de Filmin, una colección de películas y series preparada con una inmediatez alarmante –¿dormirán sus trabajadores?– a raíz de la disfrutona tuitera que nos pegamos con la rave de fin de año de Llinars del Vallès. Empecé a engullir la colección poniéndome una película tras otra, sin respirar, con un ojo miraba la pantalla, con el otro chequeaba el móvil, abría una cerveza, actualizaba Letterbox, guardaba un tuit en borradores, venga otra película, check, medallas, ya casi lo tienes, otra cerveza, mira cuántas estás viendo, increíble, una ópera prima francesa, revisión de Aranofsky, qué intelectual, cuéntalo, Andrea, dilo, un tuit con foto de “Spring Breakers”, vamos, más rápido, ya casi acabas. Y cuando estaba viendo “Enter The Void” –sí, tú lo sabes bien, Gaspar Noé queda espléndido en Letterbox–, justo a las 2 horas y 09 minutos de metraje, dije: hasta aquí. ¿Qué estoy haciendo? El placer y la satisfacción que sentí al cerrar el reproductor a catorce minutos de que salieran los créditos de la película es indescriptible. ¿En qué momento he decidido que era buena idea este viaje psicodélico mientras digieres los canelones si lo que quieres es ponerte “Los juegos del hambre: Sinsajo parte 1” (HBO)?

Sí a dejar las cosas a medias. No, no, no quiero seguir viendo, muchas gracias. ∎

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