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Firma invitada / Hola, Lecturas, Pronto

Agenda tributaria

H

ola, ¡cuánto tiempo! No hablaré de genocidas esta vez, por lo que pueda pasar. Mejor voy a contaros cositas de música, a ver qué sale. Voilà: hace años, un amigo del pop-rock me dijo que todas las melodías estaban ya hechas. Estaba en horas bajas. Me he acordado de su frase porque Manuel Pinazo, de ‘Muzikalia’, ha subido a la red X un cartel de un festival compuesto solo de grupos tributo. No voy a refrescar la lección aquella de matemáticas que trataba de las combinaciones, las permutaciones y demás jaleo. Tenemos doce semitonos, más o menos los que cubre la palma de una mano puesta sobre un piano, para hacer todas las canciones del mundo. Las cifras que resultaban, lo recuerdo, de cualquier cálculo de problemas de variaciones, combinaciones, etcétera, eran siempre monstruosas, tanto como ínfimas son, por las mismas razones, las probabilidades de que te toque la lotería. Y sin embargo a algunos les toca, por ejemplo a mi amigo aquel, un poco deprimido por entonces. Entiendo que si te ha tocado alguna vez pienses que la probabilidad de que te toque por segunda vez sea ya del todo despreciable.

Si existe alguna ley que haga que unas combinaciones de notas sean preferibles para el gran público, yo la ignoro. No voluntariamente, que también; la ignoro porque la ignora hasta el más experto. Hay armonías más agradables al oído que otras, por supuesto, pero con esa premisa no llega uno muy lejos en el camino de la aceptación popular. Es posible que los números acabados en 69 se vendan más, o que el 5 facilite la rima del sexo anal, siempre tabú y por tanto atractivo, y que los ceros causen horror vacui; hay cierta normativa absurda, es cierto. Quizá la necesitemos.

Escuché en la radio que los mirlos van componiendo una melodía a lo largo de su vida, y la van cantando para distinguirse en la distancia unos de otros. No me gusta pensar que la mía es “Una llamada a la acción”, pero Spotify ya ha decidido por mí. Cuando el mirlo es adulto ya tiene su melodía, distinta por completo a todas las de todos los demás mirlos. Haceos a la idea de que hay más permutaciones, variaciones, combinaciones de notas que mirlos en nuestros árboles, para delirio de ornitólogos, ornitófilos y ornitófobos; de todo hay.

Las canciones de los humanos tienen letra. A lo peor es por eso que la gente prefiera escuchar canciones que conoce de sobra, lo que explicaría el auge de los grupos tributo. Para el personal un concierto bueno parece ser poco más que un karaoke de lujo, el lujo de tener delante al que cantó primero la canción que te sabes; las canciones, si eres muy fan. Como si Graham Bell –o quien fuese el inventor del teléfono– te acercara el móvil un día especial cuando te llaman. Si es más importante que te sepas la canción que la canción misma, te importa un pimiento tener delante al autor o al intérprete que la hizo famosa: sabes de sobra cómo manejar tu móvil.

Es posible que todos los mensajes necesarios sobre el amor, el desamor, la paz y la guerra, la izquierda y la derecha, las flores, la lluvia y el cielo, dios y el demonio, los buenos y los malos, el mar y la montaña, los gases, los líquidos y los sólidos... es muy posible que ya tengamos una canción sobre cada tema. No somos mucho más complicados que los mirlos. Ni siquiera sabemos volar.

Hace diez años iba al centro de Málaga a ver los partidos de la Champions con dos amigos cordobeses que ya no viven aquí. Uno de ellos, Antonio Agredano, tocaba el bajo en un grupo tributo a Nirvana. David y yo nos burlábamos un poco de él por eso. Él mismo se burlaba, y acabó por dejar de tocar, no sé si por ese prurito de pureza propio de un poeta, pues lo es, o simplemente porque se casó y tuvo hijos. Le he leído que echa de menos tocar. Hoy aquel grupo tributo, The Buzz Lovers, hace giras mundiales. Vi a Nirvana en el Reading del 91. Sabía que se harían famosos, aún no lo eran. No pude imaginar hasta qué punto.

Veo en otra red social a Peter Hook diciendo a unas veinteañeras que él tocaba en una banda de rock. Las chiquillas le preguntan qué banda era aquella. “Joy Division”, responde él, casi seguro de que la conocerán, y acierta.

Sr. Chinarro era al principio casi un grupo tributo a Joy Division. Tocábamos siete u ocho canciones de ellos antes de grabar “Pequeño circo” (1993). En los noventa no se hablaba tanto de ellos, o no lo sabíamos, sin redes. Imposible adivinar que chicas que aún no habían nacido iban a mirar con admiración a ese señor mayor que es Peter, más ancho que pancho, recordando seguramente buenos momentos de ligoteo tras sus bolos de chaval. Acabo de recordar que el de Pony Bravo da manotazos en el pianito, como jugando todos los números al mismo tiempo.

Como Peter Hook, yo preferiría ser un mirlo joven. Mi melodía aún no está acabada. Lo prefiero así, aun a riesgo de no ser reconocido. Eso me obliga a seguir haciendo discos, y ese y no otro es mi triunfo: seguir adelante. Quien lo prefiera de otro modo que siga aprovechando el triunfo ajeno. Espero que al menos declaren correctamente la hoja de la SGAE.

Yo me niego a ser una suffering jukebox, ni siquiera de mí mismo. ∎

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