stoy alcanzando esa edad que en otro tiempo era respetable y hoy es carne de mofa, de eso que los bien intencionados llaman edadismo (con un poco de pena porque también sienten secretamente el paso del tiempo).
Si hasta no hace mucho te llamaban clasista por decir que hay músicas mejores que otras, ahora te sueltan con la misma jocosidad juvenil que se trata simplemente de una opinión de viejuno.
En la mesilla de noche coge polvo el libro ese de “Música de mierda”, porque creo que ya sé las bondades con las que me va a adoctrinar.
De poco sirve afirmar que uno puede comparar varias etapas de la creación musical con mayor criterio por el mero hecho de que estaba allí cuando ocurrían, siguiéndolas con la misma pasión en todo momento. Casi pude escuchar a los Beatles cuando eran novedad, aún los ponían en la radio con frecuencia cuando era niño, y no cabe mucha duda de que con ellos empezó de verdad todo este juego del ritmo, la letra del o de la cantante guapeade, las cuerdas graves, las agudas y el arreglo de turno.
Si, por ejemplo, uno afirma que se aburre con el invariable ritmo del reguetón, puedes ser clasista y casi racista si aún no peinas muchas canas, y serás un carroza si tus arrugas son visibles. Uso la palabra carroza, que es carroza en sí misma, con toda intención: tengo conciencia de clase, de clase viejuna, usando la palabra chanante, que también ha envejecido ya, como los chanantes mismos. Si Marc Dorian tuitea la lista de los artistas más escuchados ahora en España y afirma que es una distopía, yo le doy un like como un castillo y me siento aliviado, porque es más joven que yo y conserva su pelo negro. Además a él le va bien, no es sospechoso de decir por envidia lo de la distopía sonora. Puedo aceptar que los jóvenes de aquí imiten el acento cubano y cambien ridículamente la erre por la ele como algunos de nuestra generación y de las anteriores pronunciaron la te como si fueran de Oxford. Puedo aceptar que sea la industria del porno, con la que se criaron en los móviles, la que conforme el eje de sus letras, como si se hubieran inventado ellos el follar. Puedo aceptar que llamen orgullosamente “ritmos latinos” a la matraca invariable sobre la que nos cuentan sus cuitas con las drogas y los genitales, pero, con la edad que tengo, si me dices que esos discos son mejores que el “De un país en llamas” (1985) de Radio Futura, el “A Santa Compaña” (1984) de Golpes Bajos o el “Armarios y camas” (1986) de La Dama Se Esconde, por poner solo tres de muchos ejemplos que en los ochenta me hicieron ser lo que soy, yo, con la edad que tengo, cuando empieza a darme igual todo porque a duras penas me lo he ganado, puedo limitarme a mandarte a esparragar y quedarme tan ancho, con la autoridad, además, que me da escribir en el Rockdelux, aunque sea de higos a brevas. ∎