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Firma invitada / Hola, Lecturas, Pronto

Twin Peaks II

H

e visto “Twin Peaks” por primera vez. No la he acabado aún, pero he llegado al capítulo a partir del cual estiran la serie con David Lynch ya dedicado a otras historias. Cuando la emitieron por primera vez yo estudiaba Agrícolas en Sevilla y pensaba que era otra serie más de policías y asesinos, y no me iba a sentar con mi familia para ver eso en la tele, no había varias teles en casa y estoy seguro de que ellos preferirían otra cosa, toros quizá.

Cuando vine a vivir a este pueblo me asustó ver la sierra nevada (Sierra Nevada), por primera vez al doblar una esquina. Aunque es mayo sigo viendo nieve en los picos, y me pregunto cuánto tiene esto de “Twin Peaks”.

Mis primeros conocimientos de esta localidad vinieron del bar panadería que hay frente a la parada de taxis, a donde iba a cargar el móvil cuando el electricista me dejó sin luz porque el piso que encontré la tenía enganchada ilegalmente en el contador viejo. Me pregunto si será legal lo que me cobró cuando por fin pude pedir que los de Endesa colocaran un contador nuevo en el lugar del antiguo. El electricista es un señor muy parecido a Luis Rubiales, de su mismo pueblo, que vino acompañado de un ayudante de color (negro), que es quien lo hace todo. Mientras el muchacho picaba la pared y metía un cable casi idéntico al que sustituía me preguntó si podía poner música, y le dije que sí, pero en su móvil, porque el mío no tenía batería. Tuve que escuchar bachata y esas monsergas de moda entre los indies, si es que la moda no cambió ya: ni lo sé ni me importa.

Ayer limpié mis cables, llenos de la tierra de la plaza de toros de Vinaròs, donde hemos tocado este finde, poco antes de vivir una tormenta con fuerte aparato eléctrico en compañía de La Bien Querida, bajo la carpa del backstage. Tuve un déjà vu que hubiera cabido perfectamente en el capítulo 8.

Los músicos se ríen de que limpie los cables como se reían de mí en el instituto cuando limpiaba mis zapatos. Los habrá hasta con una letra en las uñas.

La música necesita electricidad y cables, empecemos por ahí. ¿Cuántos calambrazos no me habré llevado en garitos que no tenían una mísera toma de tierra? Al final todo lo que hizo Rubiales con el de la bachata no me sirvió de mucho, porque tampoco hay toma de tierra en casa. Me pregunto si habrá al menos un pararrayos en el castillo, y me tranquilizo pensando que jamás conecto el micrófono en casa, y no lo haré salvo que tuviese que maullar, cuando no ronronear, más fuerte que nadie.

He ido a la tienda de reparación de televisores del pueblo porque la tele no funciona. Pasé un día por delante y traté de recordar su ubicación para cuando no pudiese obviar más el problema del aparato, a la que no le llegan los rayos del mando a distancia, pero he tenido que preguntarlo en la ferretería, a cuya dependienta puedo encontrar cualquier día abrazando a un tronco.

Me dio las indicaciones precisas para no perderme buscando el taller en el ensanche del pueblo, que es un espanto que construyeron en la zona inundable, echando a perder las huertas cercanas. Alcaldes comilones y puteros de otro tiempo se habrán dado el gusto en algún Jack el tuerto tropical, sin duda. Y las mejores putas están aún esperando que se desvirgue la playa salvaje, así que ojo, que siempre puede ser el último verano de una playa limpia. Los paseos por ese ensanche anodino siempre me traen estos pensamientos tristes.

Los talleres de reparación de aparatos de imagen y sonido están condenados a desaparecer, como bien ha explicado este señor pequeño, delgado, de mirada inquieta, que ha aparecido tras una pila de cacharros que seguramente nadie ya vaya a reclamar, abandonados a su suerte por paisanos que prefirieron comprar otros y se lo dejaron a este artesano como un acto de caridad o confundiéndolo con el punto limpio. ¿A quién le interesa ya el tema de la obsolescencia programada? A nadie.

Me dice que si el mando a distancia que he comprado no es original es posible que los de Sony lo hayan bloqueado, porque si la tele se conecta a internet se dan cuenta de la falsificación y controlan remotamente al control remoto, como hacen con nosotros gracias a que llevamos un móvil en el bolsillo, un móvil que nos provoca un estado de ansiedad que, dímelo a mí, buen hombrecillo, alcanza en muchos casos niveles patológicos. Seguramente hayamos sido también falsificados.

Me hago a la idea de que tendré que manejar la tele sin mando a distancia, porque conozco a los de Sony (tienen una discográfica también), y me creo cualquier cosa de ellos.

Le pregunto a Paco, que así se llama el técnico, si repara pedales de guitarra, sintetizadores, amplificadores de válvulas y esas cosas antiguas que a los músicos de antes nos gusta usar (los de ahora llevan cuatro cosillas modernas y muy poca ropa y ya se apañan, caben en un Ford Ka, cumpliendo así un viejo sueño mío, aunque luego necesiten un volquete de bailarines).

Solía llevar los cacharros en Málaga a un señor del Puerto de la Torre que ya se jubila, sin heredero posible. Estuve a punto de irme de aprendiz con él, porque me encanta el olor del estaño fundido, pero había que estar a las siete de la mañana y era una hora de bus desde mi barrio de allí: el tráfico en Málaga sí que es surrealista, con ese estruendo de motores que sigue siendo la música favorita de la civilización.

Este hombre de mi nuevo pueblo viene a decir que, como el de Málaga, se jubila, y coincide con él en que los jóvenes no quieren dedicarse a eso. Con la mirada indica que solo espera que la ansiedad se le pase. Ahí le doy la mano y me presento y me alivia ir sabiendo que no todo el pueblo era la panda de borrachos del bar de la parada de taxis, donde huele demasiado a cigarro puro y a bandera de España de agricultor pobre. Hay incluso un doble casi exacto de John Wayne, la versión de AliExpress seguramente, sin caballo y con el decorado de los picos nevados al fondo.

Cuando vuelvo a casa veo los carteles del festival Infierno, el festival de nombre sincero: va a pasar un año desde las primeras veces que vine, cuando en la edición de 2024 la estación del Alsa estaba llena de jóvenes vestidos como actrices porno o extras de película de Ed Wood en escenas que acabarían siendo arriesgadas en horas que para mí ya eran de sueño.

Entro en Wallapop para buscar un equipo de música, de otra marca que no mencionaré, para que no me los quitéis, porque compro todos los que puedo y los regalo como otros regalan flores. Alfonso Espadero me recomendó uno de esos mientras grabábamos el “Cobre cuanto antes”, y nunca he escuchado unos aparatos de música con una relación calidad-precio tan favorable. También hacían radios de esa marca, y he estado buscándolas, por lo del apagón, aunque poco se sabe aún del tema, solo que empezó por Sevilla y Granada, cosa que no me sorprende en absoluto. También por Badajoz, que es una especie de Sevilla del Norte (sin ánimo de ofender).

He pedido por Amazon una que funciona con energía solar y que puede cargar el móvil, extremo este que aún no he confirmado porque me falta un adaptador. Puede que tenga que ir a ver a la mujer que aún no tiene un tronco, pero lo tendrá, y preguntarle si los vende (los adaptadores).

Los gatos no dejan de maullar. Encerrando las mascotas en el balcón los vecinos dan muestra de qué idea tienen del cariño.

Las mascotas no son lo que parecen.

Hay también un vecino viejo y sordo que pone la música de Canal Sur en la radio (y no me refiero a Indilucía). Un nuevo influencer. Me pregunto si acabará pinchando en festivales, puede que gustase, del mismo modo que gustan los bares de viejos.

La música grabada es cosa de aparatos eléctricos, y los conciertos no digamos. Inventos volátiles en manos de cualquier Homer Simpson harto de Cruzcampo o de Alhambra, patrocinadores de nuestras duermevelas.

No me hagáis hablar de los técnicos de sonido.

Debería sacar la guitarra acústica, sin enchufar, dejarme de series y de móviles, cortar la luz incluso, y recordar, por mi propio interés y en soledad, qué sueño yo, porque Lynch ya está muerto. ∎

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