https://assets.primaverasound.com/psweb/ggbn71kx8qmpnx57xnt1_1645693971371.jpg

Firma invitada / Escalera de incendios

Corre, conejo, corre

A

los 40 es probable que empieces a ver mal de cerca o tengas pérdidas de audición. No dramatices, es natural; no es verdad que los 40 sean los nuevos 30, eso solo lo dicen los que quieren venderte algo: cremas antiarrugas, vaqueros, viajes a resorts childfree en Ibiza. Perdemos oído, vista y algo de comba. Últimamente me siento cansada, como si llevara toda la vida entrenando para un maratón del que estoy a punto de rajarme. Nunca he corrido ni a por el autobús, pero, como soy bastante cabezota, puedo imaginarme qué mueve a alguien a aguantar los últimos dos kilómetros después de haber completado cuarenta. Y yo estoy a punto de retirarme antes de la meta.

No resulta agradable confesarse de este modo, pero así están las cosas: hace tiempo que no entiendo algunas canciones de moda. Literalmente. No entiendo las letras ni por qué cantan como puertorriqueños artistas de Barcelona. Es la globalización, bro. He puesto, como Nadal en Melbourne, todo de mi parte para no llegar a este punto; leo, escucho, pregunto, lo intento, pero hay que asumir que no existen crema de cuerno de unicornio que levante el óvalo facial ni energía para seguir el ritmo. Esta presbicia debía llegar, y yo, aunque me cueste, asumirlo: ya no me veo en condiciones de entender a algunos artistas de 25 años, no me cantan a mí ni yo tengo ya oído para ellos. Algunos músicos actuales son como las frecuencias para los oídos; los míos, a ellos, no los detectan.

Me ha atormentado mucho admitirlo, como cuando a los 15 años me daba vergüenza la marca de nacimiento que tengo en la espalda. Ahora, a mis casi 40, he asumido que esto es lo que hay, un innato exceso de melanina en el omóplato y agotamiento intelectual adquirido, del que te inhabilita para la crítica. Siempre he pensado que llegar a este punto te acercaba a la muerte, te hacía SER VIEJO, y tenía razón, y, además, no pasa nada. “Eres el famoso madurar”, me digo, mirándome en el espejo con media sonrisilla, “así que eres tú, granuja”. Marcar tus tiempos, saber decir que no, que ya si eso luego lo miro y lo hago, pero luego no te apetece y no pasa nada.

Madurar, supongo, es dejar de correr tras el conejo blanco, ese símbolo de la curiosidad, la aventura y el descubrimiento, pero también, de ansiedad. Corre, conejo, sigue tu camino, ya te buscaré luego, si me apetece, ahora estoy cansada, voy a volver a escuchar mi disco favorito una vez más. Cuando era joven, hace solo unos días, vaya, porque yo ayer prometo que era joven… pues, cuando era joven, creía que estar vivo era querer seguir tras el conejo blanco, porque era lo que me tocaba. Si me estás leyendo y piensas que, si no sigo al conejo, me voy a perder algo, enhorabuena, aún eres joven. Pero no te confíes, así era yo ayer y hoy estoy escribiendo esto en chándal y con una cerveza tostada 0,0 en la mano. Y me encanta. Y eso es lo único que importa en realidad. Eso y que estoy dispuesta a que ahora me guíen ardillas rojas, colibríes azules, vete a saber qué bicho me apetecerá seguir a partir de ahora y qué me descubrirán las frecuencias con las que sí sintonizo. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados