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Firma invitada / Sputnik V

Terror en pandemia

B

uenos Aires, donde vivo, está pasando uno de los momentos más intensos de la pandemia y yo, increíblemente (o no tanto), me refugio en películas de terror para sobrellevar la angustia. Con notable ritualismo cada noche, después de una pizca de chocolate, me sumerjo en una película nueva cada vez. Trato de no repetir, por ahora.

Las sesiones empezaron con “Threads”. No la recomiendo. Es una película notable, hecha para la televisión por la BBC en los años 80 y, cuando se emitió, se dijo que fue “la noche en que Inglaterra no durmió”. No creo que sea solo un eslogan. “Threads” es sobre un holocausto nuclear con centro en la ciudad de Sheffield, contado como falso documental. Su crueldad es indecible e implacable. A los pocos minutos, después de una tenue narrativa de romance incipiente y el constante murmullo de las noticias que hablan de una guerra que suena lejana, el mundo se va al demonio y la radiación, la muerte en el aire, el invierno nuclear lo dominan todo hasta que los pocos sobrevivientes pierden incluso el lenguaje mientras compran y venden ratas. El peor momento, sin embargo, para mí, es la escena del hospital. Con voz clínica, la narradora explica que, en un desastre así, los servicios de salud serían incapaces de dar atención a la población e inevitablemente las personas morirían en sus casas, en las calles, en los pasillos de los hospitales. En la escena, los desesperados se amontonan en una guardia abarrotada a la que entran como si se estuvieran muriendo de hambre y no de quemaduras internas. Tuve que parar la película porque sentí la sensación inconfundible del miedo real, esa vibración en la realidad y el vértigo en el cuerpo, un vacío en el estómago y la cabeza liviana. El pánico. Tengo miedo de esto. Tengo miedo de esta pandemia, tengo miedo de los hospitales desbordados, tengo miedo de morir y ver morir. Hay quienes creen que los escritores de terror de alguna manera disfrutamos de estas cosas y por eso las escribimos. No se trata de eso. Cuando las escribimos, por supuesto, lo hacemos de manera distante y técnica, porque no se puede andar dejando jirones en cada página y porque eso suele redundar en literatura pésima; y porque para hablar del miedo hay que tomar distancia. Pero creo que escribimos sobre el terror porque somos más susceptibles a sus efectos, porque lo sentimos con claridad, porque somos muy miedosos.

El horror de “Threads”, sin embargo, no me detuvo. Confieso que la vi para un podcast de películas apocalípticas y me tocó par con “She Dies Tomorrow”, de Amy Seimetz. Es pura angustia. Se trata de gente que se contagia la seguridad de la muerte próxima como un resfriado. Eso, ni más ni menos, es la ansiedad. Quienes la sufrimos, entendemos por qué es uno de los temas del terror. Te separa para siempre de la gente que se divierte y ríe con la boca abierta, una vez más los otros se parecen a un mal sueño. Mientras ellos beben, una busca la salida más cercana por si la casa estalla en llamas (por supuesto, las posibilidades de que esto suceda son mínimas). Pocas veces había visto esa sensación en una película, expuesta de manera tan clara. Sentí mucho desasosiego y mucho alivio. Ahí, detrás de cámara, había alguien que entendía.

Las películas dispararon una compulsión y, desde entonces, veo cine de horror todas las noches, con resultados dispares. “El color que cayó del cielo” de Richard Stanley; muy divertida, HP Lovecraft para hoy, Stanley superpoderoso después de años de estar bajo radar –y de intentar dirigir esa locura que es “La isla del Dr. Moreau” con Marlon Brando; proyecto del que fue despedido y luego reemplazado por John Frankenheimer– y Nicolas Cage actuando de loco, como en “Mandy”, que es lo que mejor hace. Terror psicodélico y, a su manera, también implacable. Vi “Saint Maud”, “Relic” y “The Dark And The Wicked”, todas muy recientes y las tres, aunque distintas, hablan de las tareas de cuidado y los enfermos (y la enfermedad, de distintos tipos) como disparador del terror. También son disparadores la culpa y el abandono, especialmente el de los hijos a los padres. Cuidar se volvió una carga; ser cuidado, también. Estas películas fueron filmadas antes de la pandemia, pero es impresionante cómo dan en el centro de la angustia por los viejos vulnerables, por tener que hacerse cargo de ellos. De la misma manera apuntan al cuerpo que falla encumbrado como el verdadero infierno y a los lazos familiares como cadenas de esas que, en los relatos góticos, arrastraban los fantasmas.

También intenté darle una oportunidad a la serie “The Stand” basada en la novela de Stephen King, pero fue imposible. Y no porque la novela trate de una pandemia brutal que deja vivos a un puñado de sobrevivientes y cuyo comienzo se parece bastante a nuestra pandemia actual. La dejé ir porque es muy floja, increíblemente perezosa en este momento de altísima vara para la televisión y con grandes actores desperdiciados, desde Greg Kinnear hasta J. K. Simmons, Heather Graham o Alexander Skarsgård –por quien, confieso, vi muchos más capítulos de los que mi tolerancia admitiría si de otro actor menos hermosísimo se tratara–.

No sé con qué continuaré esta noche: tengo una lista aleatoria que elige por mí y espero no entrar en una zona de tedio porque, por ahora, el horror me está salvando del horror y prefiero pesadillas sobre posesiones que sobre hisposados y guerra mundial de vacunas. ∎

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