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Firma invitada / Sputnik V

Un dios salvaje

E

n marzo de 2024, el responsable de prensa de la discográfica donde graba Nick Cave, a quien conozco desde hace muchos años, me dejó un mensaje. Preguntaba si quería entrevistar a Cave antes de la salida de su nuevo disco, “Wild God” (2024). Se esperaba mi respuesta, que fue un no. “Lo estuve pensando”, escribí, y copio: “Te va a parecer una locura teniendo en cuenta mi amor por Cave, pero no quiero hacerle una nota. Es una cosa de fan loca, no sabría qué hacer. Sé que es absurdo. Y muchas gracias”.

G., el jefe de prensa, me dejó la puerta abierta. “Pensalo un rato más, dale”. Yo no podía dormir. Soy fan de Nick Cave desde los 13 años, cuando leí una nota sobre The Birthday Party en una de las pocas, si no la única, revista argentina que tenía en cuenta a una banda así. Recuerdo la letra de “Dead Joe” reproducida en el artículo: “Bienvenidos al choque autos / Ya no se distinguen las chicas de los chicos”. Imaginé la violencia de esas canciones antes de conseguir el primer disco, ¡casi un año después! Fue “Prayers On Fire”, el año 1987. A nadie más le gustaba la banda, creo, y yo tampoco la compartía.

Tuve un reunión de emergencia con una de mis mejores amigas y mi pareja en la cocina de casa por la disyuntiva. Les conté mi negativa. Fui convincente. Anuncié que sería un renunciamiento histórico. Ya había entrevistado a Blixa Bargeld, a Barry Adamson y hasta a Mick Harvey. Que quedara en la historia mi No a Nick. Mi amiga hizo una mueca y mi marido se distrajo en la cocina. En una caminata, días después, recuerdo haber sentido mi imbécil vanidad: a quién le importaba, por todos los dioses, mi “renunciamiento histórico”.

Por qué no quería, me preguntaban. No quería ser maltratada, primero. Me decían “Nick Cave está distinto ahora, es un amor”. Yo, que vi todas las entrevistas posibles, sé que no siempre fue un amor y que, aunque esté cambiado –por la edad, porque la gente cambia, porque sufrió mucho–, es una persona intimidante. Sin embargo, que un entrevistado sea maltratador no me parece tan importante y, de hecho, me pasó mucho durante años de periodista. Blixa Bargeld quiso la nota solamente por Skype y a las 4 de la madrugada, se negaba a cambiar el horario a pesar de que él estaba en Berlín y yo en Buenos Aires. Tom Waits me humilló –no hay otro verbo– en una entrevista pública que le hicimos con el periodista Martín Pérez, en un teatro repleto. Fue sarcástico y despreciativo durante más de una hora, logró que todos se rieran de nosotros. Incluso nos pidió disculpas después. James Hetfield de Metallica se asustó cuando intenté saludarlo con un beso –olvidé su gringuismo– y medio me trató de sudaca apestada. Una estrella de rock argentina, a quien no le gustó mi reseña de uno de sus shows, me llamó a la redacción, discutió con sorna y después me invitó a un café. Un escritor no me habla desde una reseña que hice hace veinte años. Me acusa con sus amigos de no haberlo entendido y anda por ahí diciendo que lo odio, aunque yo solo pienso en él cuando repaso anécdotas en medianoches como esta, como dice Taylor Swift.

En una conversación sobre el dilema, un amigo me preguntó si yo separaba la obra del artista. Por supuesto que sí, pero entrevistar no se relaciona con esa disociación. Creo que el gran malentendido en la cuestión sobre obra y artista es que es imposible decir “pongo punto final porque este comportamiento no lo avalo” después de conocer y amar la obra. Esa oscuridad ya estaba en el arte, y dialogó con nuestras propias zonas viles. Al artista se le ve en la obra. Pongamos distancia y digamos Caravaggio. El pintor, en una pelea, intentó cortarle el pene a un joven aristócrata: no lo logró, pero le dio en una arteria y lo mató. Cuando quiso mutilarlo se moría de risa. Lo condenaron a muerte, vivió en fuga, en otra pelea quedó desfigurado. Nadie puede decir que esa violencia, ese crimen, no esté en sus obras, que, en principio, son obras maestras del claroscuro, nada menos. No se puede dejar de ver. El detalle biográfico es anecdótico. Por supuesto, se puede decir que algo es repugnante y sentir incluso dolor, pero lo tenebroso ya nos abrazó. Es el peligro de relacionarse con seres humanos, nada menos: la mayoría tienen conductas cuestionables y, muchos de ellos, tienen conductas atroces. Un caso reciente y traumático: el de Alice Munro. Como muchas mujeres, no fue leal con su hija Andrea cuando se enteró de que su marido la violaba. Después de una breve separación, volvió con él. Y él era un hombre bestial que llevó a juicio y trató de puta a Andrea. Munro, después de recibir la carta donde su hija le contaba los abusos, publicó en ‘The New Yorker’ “Vandals”, un cuento donde la narradora, Bea, se apasiona por un hombre brutal, que la aísla y la denigra: la mujer sabe y presencia los abusos del hombre, pero no hace nada para detenerlos. En los cuentos de Munro está clarísimo que le interesan esas mujeres que por cultura, personalidad, trauma, no pueden resistirse a la “pasión” por hombres crueles o distantes. Esa entrega vertiginosa es oscura, es un estado en el que guardar secretos y soportarlo todo es una posibilidad muy real. Y no hay superioridad moral en Munro, todos sus cuentos dicen “cualquiera es capaz de dañar”.

Terminada la digresión, en mi opinión el que trata mal no es el “artista”. Es la persona. Que puede tener un mal día, ser un imbécil, ser un maleducado, tener inseguridades, reaccionar mal, estar intoxicado. Kjersti Flaa, la periodista que con verdadera saña expone las malas contestaciones de, por ejemplo, Anne Hathaway o Blake Lively, es, si lo miran bien, una entrevistadora insoportable. Si a mí, como le hace a Anne Hathaway, me piden que cante las respuestas después de junkets de 24 horas, también digo que no con mi peor cara.

Entonces, ¿qué me pasaba con Nick? Es que superaba estas ideas racionales, pensadas, profesionales. Durante toda mi vida, Nick Cave fue parte de mi intimidad. Se establecen conversaciones con los artistas. Un intercambio muy real y privado. Nick Cave fue y es más cercano que mi familia y a él le confié profundidades que ignoran quienes me rodean. Tenemos secretos, aunque él no lo sepa. Fue mi amigo, amante y confidente; le escribí, me enseñó a leer, actué preguntándome “qué pensaría Nick Cave de esto”. Me resulta difícil de articular pero todas sus canciones, incluso las que no me gustan… a todas las conozco. Cuando las escucho por primera vez mi corazón dice “ah, otro rincón de la casa natal perdida que aún no había recorrido”.

Una mañana, el jefe de prensa me dio un ultimátum con elegancia. “Si hacés la entrevista”, me dijo, “te mando el disco nuevo”. ¿Tanto puede importarme un disco de Nick Cave a esta edad, después de que lo seguí de gira por Australia, cuando ni siquiera me importa si uno de sus álbumes no me gusta?  No le contesté. Ese mismo día me llegó la newsletter de Cave, “The Red Hand Files”. Hablaba del encuentro con uno de sus héroes, Bryan Ferry. Para mí fue una señal. Ferry le había confesado que no escribía canciones hacía tres años, porque “no había nada sobre lo que escribir”. Y Cave contaba: “Ese breve encuentro junto a la piscina me impactó y me entristeció. El recuerdo se quedará conmigo para siempre... Es más que una anécdota. Este incidente me enseñó sobre la naturaleza caprichosa y frágil del espíritu creativo y me recordó la necesidad del trabajo constante. Pienso en este momento cada vez que lucho con mi creatividad vacilante. Porque en lo profundo de mi corazón, sé que siempre hay algo sobre lo que escribir, pero también, siempre, está la nada –y hay muy poco, terrorífico, aire entre ambos–”.

Dije que sí, que lo entrevistaba. Lo hice en casa, por Zoom sin imagen. Durante los primeros cinco minutos –lo sé porque tuve la desgracia de desgrabar– balbuceé cortesías –“cómo estás, dónde estás, yo estoy bien, qué lindo disco”– y llegué a decirle que tenía frío, a lo que Cave, con toda razón, me dijo “andá a ponerte un saco y hablamos”. Entonces exclamé: “Soy tu fan desde los 13 años, y perdón si estoy actuando de manera estúpida y diciendo tonterías”. Con gran calma, sin reírse, apenas con una sonrisa en la voz, me contestó “no te preocupes, vamos a sacar adelante la charla. ¡Empecemos!”.

Hicimos una gran entrevista. Cuando terminó –por cortesía, desde ya—me dijo: “En el próximo show, pasá al backstage a decir ‘hola’”. “¿Cómo se supone que voy a hacer eso?”, pensé. Por supuesto sé que no es tan difícil.

Nick Cave presentó “Wild God” por Europa en 2024 y no fui a ninguno de sus shows. Ni lo intenté. No puedo. Yo sé a la perfección el grado de inmadurez emocional que este hecho delata. Pero me entrego. Es lo que soy. Es lo que hay. Si me atrevo, lo dejaré por escrito. ∎

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