e irrita un poco la discusión sobre las identidades. Cuando todo gira alrededor de quién es cada uno en lugar de qué dice cada uno, me desanimo mucho. Me parece una forma un poco arbitraria de desacreditar al interlocutor. Por eso a menudo he pensado que la llamada “identity politics” no es una manera de hacer política, sino la negación de la política: no importa qué argumentes, no importa cómo te posiciones, no importa cómo actúes. Al final todo depende de quién eres. Y quién eres te condena o te absuelve.
Siempre pensé que parte del problema era que me irritaba la discusión sobre las identidades porque creía entenderla. Ahora me doy cuenta de que me irritaba porque no la entendía bien. Y fue gracias a un verso de un poema que creo que la entendí no sé si bien, pero sí al menos mejor. Es un verso que descubrí en “La piedra permanece” (2021), una crónica excelente e inquietante de Bosnia escrita por Marc Casals. En el libro que acaba de ser publicado, Casals cita el verso de un poeta bosniaco (bosnio-musulmán), llamado Abdullah Sidran, al que su propia identidad nunca le importó hasta que, en los años 90, lo empezaron a acosar en virtud de su identidad musulmana. Y escribió este verso: “No me di cuenta de que tenía garganta hasta que comenzaron a estrangularme”. Y si entendí un poco mejor la cuestión de las identidades no es –obviamente– porque yo me sienta representado en la identidad y en la situación de Sidran, sino porque, por algún desconcertante mecanismo literario, sentí que ese verso me interpelaba como no lo habían hecho las docenas y docenas de páginas de teoría que había leído sobre el asunto.
Y lo que entendí fue lo siguiente. No es casualidad que muy a menudo quienes tenemos una identidad básicamente hegemónica seamos los más reacios a la “identity politics”. No creo que esto diga necesariamente algo bueno de la “identity politics”, pero definitivamente dice algo malo acerca de quienes tenemos identidades hegemónicas (al menos hegemónicas en muchos contextos).
Y lo malo no es el miedo a perder nuestros privilegios. O sea, eso es algo malo. Pero hay algo en cierto sentido más alarmante. Cuando nuestra identidad es tan dominante que se confunde con “lo normal” creemos que no tenemos identidad. No es algo de lo que nos demos cuenta, no al menos en la mayor parte de casos. Más bien es inconsciente. Los privilegios diluyen la percepción de la propia identidad o, para ser más exactos, los privilegios distorsionan la percepción del lugar que ocupa nuestra identidad. Esa es la “magia” de las identidades hegemónicas: están tan extendidas y ocupan el espacio de una manera tan abrumadora que simplemente creemos que son los demás quienes tienen identidades, no nosotros.
A mí no han intentado nunca estrangularme en virtud de mi identidad, pero al leer a Abdullah Sidran comprendí que “lo normal” también es una identidad: la identidad de Sidran, curiosamente, no era hegemónica en su contexto, pero él la percibía como del todo irrelevante en una situación –al menos hasta mitad de los 90– de relativa convivencia pacífica entre diferentes identidades religiosas y nacionales. Y “lo normal” no es una identidad cualquiera, sino una que se erige en la norma, una que expulsa a los márgenes todo lo que no representa esa “normalidad”. El verso de Sidran me hizo pensar que hasta que no empiezan a estrangularnos, quienes tenemos identidades hegemónicas no comprendemos que tenemos identidad. O lo que es casi lo mismo: hasta que no entendamos que nosotros tenemos garganta no entenderemos que los demás también la tienen, y que hace tiempo que se sienten estrangulados. Lo único que se me ocurre para evitar la situación tétrica en la cual todos intentamos estrangular a los demás es que pongamos a palparnos con cuidado nuestro propio cuello. O sea, a leer a Abdullah Sidran.
Soy pesimista respecto a los resultados que pueda obtener la estrategia de la “identity politics”. Temo que pueda volverse en su contra porque quienes tenemos identidades hegemónicas tendemos a no entender nada. Forma parte de nuestros privilegios epistémicos ser unos ignorantes. Y cuando nuestra ignorancia se tambalea y nos damos cuenta de que tenemos garganta, entonces creemos que lo que nos pide la “identity politics” es reivindicar también nuestra identidad ya hegemónica. O sea, un disparate total. Por ello, tal vez la “identity politics” no expresa una estrategia, sino, sencillamente, el derecho a defenderse que tienen quienes hace siglos que están siendo estrangulados. ∎