Como ocurre cuando las canciones del pasado llaman a nuestra puerta, los aniversarios suelen darnos pretextos para la melancolía y la celebración. Cierto día, una melodía que creíamos olvidada atraviesa el túnel del tiempo para reaparecer en una lista de reproducción, encriptada en un vinilo huérfano de aguja o en una cinta casete, rotulada con bolígrafo, rescatada del fondo de una caja. En esas mismas cajas, entre mudanzas, casas, ciudades y cambios de vida, allí donde atesoramos todo aquello que consideramos irrenunciable, está también mi colección en papel de ejemplares de Rockdelux, una publicación fundamental para comprender cuatro décadas de periodismo y crítica musical en nuestro país.
Esta revista ha sido, para muchas y muchos de nosotros, la puerta de acceso a un mundo de conocimiento musical casi enciclopédico. Un archivo documental en proceso, cuyos contenidos se vinculan a la educación sentimental de varias generaciones. La industria discográfica se ha transformado: la manera en la que nos informamos, los estilos y tendencias, incluso la manera en la que consumimos música y la compartimos han cambiado de manera radical. Y aun así, el sello Rockdelux continúa siendo garantía de criterio a la hora de afrontar una tarea que está, creo, entre las más complejas de la profesión periodística: escribir sobre música, con rigor, manejando ese material altamente sensible, inflamable diría, que son las emociones, pasiones, gustos, filias y fobias del público lector y melómano.