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Firma invitada / Memoria y fantasía

Cuidar el fuego

Jesús Arias –hermano mayor de Antonio Arias (Lagartija Nick)– fue guitarrista y fundador de TNT, referencial grupo punk en los primeros años ochenta. También fue una de las personas más cercanas a Joe Strummer durante su estancia granadina. Ejerció como periodista en ‘El País’ y en ‘Granada Hoy’. Asimismo, fue uno de los responsables de la gestación de “Omega” (Morente agradeció en los créditos del disco “sus sugerencias y colaboración en ‘Omega’ y ‘Niña ahogada en el pozo’”). Murió en 2015. Soleá Morente lo recuerda con emoción en este artículo, donde sitúa a Lorca y a su padre Enrique en la misma senda artística que Jesús: hicieron de su afición un oficio, y de ese oficio, una forma de amor.

H

ace unos días me llamaron de Granada para intervenir en un ciclo de homenaje al músico y periodista Jesús Arias, con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento. Por supuesto, acepté la invitación muy emocionada, por el cariño y la admiración infinitas que en casa profesamos por él. Guardo un recuerdo maravilloso y tierno suyo. Ahora mismo, se me viene a la cabeza su imagen de poeta rockero. A Jesús se le veía venir: era artista de la cabeza a los pies. No un artista cualquiera, sino una persona con una sensibilidad sin medida.

Siempre llevaba en las manos libros de poesía, novelas, obras de teatro, papeles con pentagramas, cuadernos convertidos en diarios, discos… y, sobre todo, siempre traía y llevaba en su corazón un buen puñado de ideas. Recuerdo que fumaba mucho tabaco negro y que el humo se mezclaba con su tintineante mirada, que brillaba tras las lentes de sus finas gafas. Había en los ojos de Jesús señales de melancolía y de lucidez. Era como si, a través de su mirada, viajara por alguna dimensión desconocida. Jesús era muy sensible y sabía ver aquello que nadie ve donde todos miran. Eso fue lo que lo llevó a encontrarse con mi padre y hacerse amigos. Al fin y al cabo, las personas nos acoplamos según una cierta frecuencia vibratoria que hace que nos encontremos unos con otros. Pienso que los dos poseían una frecuencia parecida. Recuerdo, ahora, la primera vez que Jesús vino a casa con el poema de “Las hierbas” de Federico García Lorca...

Los actos tuvieron lugar el pasado 19 de noviembre en la Facultad de Filosofía y Letras, donde estudié durante cinco años Filología Hispánica. Este hecho le añadió más emoción, si cabe. Vivir en Madrid y andar siempre de arriba abajo ha hecho que pasasen muchos años sin hacer una visita a mi facultad, a mi alma mater, allí donde tantas cosas buenas leí y aprendí. Aprendizajes que, sin saberlo, iban marcando un cierto rumbo en mi vida.

Se desarrolló el acto en el aula Federico García Lorca. Me emocionó, sí, pisar aquel lugar donde pasé tantas horas tomando lecciones de profesores y profesoras maravillosas, y donde a veces me examinaba de literatura, sintaxis o poesía. También me conmovió relacionar a Jesús con Lorca y con mi padre, quien me llevaba a clase muchas veces y, cuando conseguía aparcar, se quedaba como oyente en las clases de literatura. Todo le interesaba, y yo era feliz de tenerlo a mi lado. Fueron años de plenitud: tenía tiempo, libertad, estudiaba literatura en Granada y mi padre vivía. Qué más se puede pedir.

Volver a Granada para hablar sobre Jesús en esa aula lorquiana me ha hecho revivir todo eso. Releyendo documentos para preparar la charla, mi amiga Isa Daza –compañera de Filología entonces y cuñada de Jesús– me envió los “Diario(s) de artista” En ellos encontré una cita de Federico que habla sobre “la alegría consciente de crear”. Esa frase me parece una llave que abre algo esencial: el misterio del impulso creador. Lorca escribía esas palabras mientras trabajaba en varias obras a la vez, sintiendo esa plenitud lúcida que da el saberse vivo en medio del acto creador.

Y pienso en Jesús, en mi padre, en todos los que hicieron de la creación su casa. Los tres compartieron esa entrega total, esa búsqueda apasionada donde el arte no era una profesión sino una forma de vida. En ellos la creación no fue una meta, sino un modo de estar en el mundo. Y ahí radica algo que hoy echo de menos: la importancia del cultivo de la sensibilidad. En tiempos de ruido y prisa, ellos defendieron la lentitud del alma, la escucha, la capacidad de conmoverse. Supieron que crear no es solo producir, sino afinar el espíritu para recibir lo invisible.

Eran, en el fondo, artesanos del alma. Hombres que trabajaban con materiales invisibles –el aire, la palabra, el silencio– para darles forma y sentido. Hicieron de su afición un oficio, y de ese oficio, una forma de amor. Vivieron con la convicción de que la belleza, cuando se comparte, justifica la vida. Y quizá eso sea lo que Lorca llamaba“la alegría consciente de crear”: la felicidad serena de quien sabe que su tarea consiste, simplemente, en cuidar el fuego. ∎

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