s probable que la música que eligen los políticos para sus actos electorales no tenga mucho que ver con ellos o sus programas, pero sí dice algo significativo sobre la emoción que quieren transmitir. Sobre qué quieren que sintamos o identifiquemos al oírlas. Eso puede llevar a resultados paradójicos, como cuando en los ochenta Ronald Reagan utilizó el tema “Born In The USA”, de Bruce Springsteen, para su campaña.
Que un puntal del sector más conservador del Partido Republicano echara mano del icono de la clase obrera de Nueva Jersey para ilustrar su visión del futuro de América puede poner los pelos de punta, pero fue una gran idea y funcionó hasta que un Springsteen horrorizado prohibió el uso de la canción. Reagan estaba llamando a través de ese tema a los que no consideraba sus electores naturales más fidelizados, a la gente del rock, los jóvenes, los blancos pobres y los que tenían una idea del patriotismo que no apestaba al senador McCarthy.
Trump también lo intentó –y no se puede decir que le fuera del todo mal– con el viejo rockero malcarado de guardia, Neil Young, y “Rockin’ In The Free World”. Para el caso, poco importaba que Young hablara de los colores de la bandera para decir que América estaba hecha una mierda a causa de gente como el propio Trump. Lo importante era identificar a ese tipo inverosímil con la rebeldía de los perdedores.
Young también se quejó del uso de su canción y creo que todavía está esperando que le hagan caso, mientras que a Springsteen no le ha quedado más remedio que pasearse con Obama por medio mundo –la prueba la tuvimos hace poco en Barcelona– para dejar claro por dónde van sus simpatías.
En todo caso, no se puede negar que Reagan y Trump dieron la razón a quienes dicen que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, ni que sus asesores elegían buenas canciones para el propósito.
También nuestros políticos, ahora que estamos instalados en una campaña electoral permanente, recurren a la música. Es la ley de hierro de la mercadotecnia: si una canción acertada igual te vende un perfume que una freidora de aire, ¿cómo no va a vender a unos tipos más dudosos que una donación a un concejal de urbanismo?
Será por eso que en Barcelona un buen número de candidatos optaron por la rumba catalana como carta de presentación para su carrera hacia la alcaldía, lo que no dejó de tener su lógica. Aunque se tratase de una lógica reaganiana.
Además de ser la cuna del Pescaílla –y, por tanto, de la técnica del ventilador– y de Peret y el refugio de Gato Pérez, en Barcelona la rumba se asocia a los que han quedado fijados en la memoria de la ciudad –con razón o son ella– como sus mejores momentos. Porque puede ser que la idea fuera que la imagen icónica de aquellos tiempos la representaran Montserrat Caballé y Freddie Mercury, pero a quienes vivimos por aquí los que no se nos van de la cabeza son Los Manolos cantando “All My Loving”.
Fueron los años de las olimpiadas y las reformas urbanas de las alcaldías del PSC las que la situaron a Barcelona en la ‘Lonely Planet’ como un destino global de prestigio. También la época en que los barceloneses podían ofrecer una apariencia de cooperación y entendimiento por encima de divisiones sobre los litigios entre nacionalismos. Seguramente era ese el veneno para el que se buscaba antídoto a base de rumba.
En consecuencia, el PSC no dudó y en los últimos comicios puso a sus candidatos a cantar y bailar (con resultado artístico discutible) “Bo per Barcelona”, la rumba que enumera las cualidades de Jaume Collboni. Otro tanto hicieron los Comuns de Ada Colau con la excelente “Filla del Guinardó”, los independentistas de Junts per Catalunya –el partido de Xavier Trias y Puigdemont– con “Tornaràs” y hasta la Esquerra Republicana de Ernest Maragall con la explícita “Barcelona Republicana”.
Un auténtico empacho de rumba sin otra finalidad que apelar a la Barcelona abierta y mestiza que dicen que alguna vez fue y que ya no recuerdo. En algunos casos resulta creíble, en otros más improbable que un dúo entre Trump y Neil Young, en todos apenas una pálida sombra del “Ganas” de Isabel Díaz Ayuso, una mujer que si bien no está por el “perreo por el cambio” como alguno de sus rivales, juega y triunfa en la liga del TikTok. La liga del signo de unos tiempos en los que la vida virtual es aún más estúpida que la vida real. ∎