Ilustración: Bea Martín
Ilustración: Bea Martín

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Emergencia climática: no eres tú, son los ricos

¿Te sientes responsable del cambio climático cuando bebes de una botella de plástico o cogiendo un vuelo low cost? Desestrésate, gran parte del impacto que lo provoca no es tuyo.

Bill Gates generó una huella de 1600 toneladas de dióxido de carbono (CO2) solo con los 59 vuelos privados que tomó en 2017, en los que recorrió 320.000 kilómetros, según la investigación del profesor Stefan Gössling. En contraste, el estadounidense medio emite unas 15 toneladas per cápita de CO2 al año –sobre todo por el uso del coche, las vacaciones y el consumo del hogar–, 100 veces menos que los vuelos de Gates. El 10% de norteamericanos con ingresos superiores a 118.400 dólares anuales crea unas 50 toneladas anuales por cabeza, 32 veces menos.

El dueño de Microsoft, filantrocapitalista y autor del libro “Cómo evitar un desastre climático” (Plaza & Janés, 2021), confesó en 2014 que su “placer culpable” era poseer aviones privados. Un capricho que emite hasta cuarenta veces más CO2 por pasajero que los vuelos comerciales. Las multinacionales y los superricos, como él, habrán adquirido unos 7600 jets más para 2030, año en el que deberían alcanzarse la mitad de los objetivos climáticos y todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Precisamente, Gates y el fondo de inversión Blackstone acaban de comprar Signature Aviation, el operador británico de aviones privados más grande del mundo… ¿Y tú te flagelas por coger un vuelo low cost? Relativiza. Muchas variables influyen en la realidad climática, pero a menudo los comportamientos corporativos, gubernamentales y de los millonarios tienen más impacto climático que nuestros actos individuales.

La huella climática es alargada

Todo deja “huella de carbono” en el globo. Es decir, produce unos kilos o toneladas de C02. Respirar crea aproximadamente dos kilogramos por hora. La huella de carbono primaria (directa) deriva de las acciones personales (estilo de vida, gasto de energía, transporte) y la secundaria (indirecta) se genera desde la producción a la desaparición de los bienes y servicios. Pero, aunque los seres humanos, como seres vivos, consumimos (aire, agua, recursos, etc.) para sobrevivir, la hipertrofia comienza cuando la sociedad de consumo empieza a girar en torno a la necesidad de elevar esos niveles para su “buen” funcionamiento. Algo que sucede tras la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, cuando los periódicos, revistas y radios llaman por primera vez a los ciudadanos norteamericanos “consumidores”, alentándolos a apoyar su economía, adquiriendo bienes de sus fábricas.

Actualmente, Global FootPrint Network señala que demandamos 1,7 tierras en recursos al año; es decir, consumimos y producimos por encima de la capacidad del planeta para renovarse. España necesita 2,8 veces su superficie para atender su consumo de recursos naturales.

El deshielo que viene.
El deshielo que viene.

En 2020, un estudio publicado en ‘Nature’ constató que, por primera vez, la masa antropogénica (creada por los seres humanos: infraestructuras, edificios, productos, residuos, etc.) supera la biomasa (la de todos los seres vivos). En 1900 era un 3% de la biomasa. Ahora, el volumen de los edificios e infraestructuras es mayor que el de los árboles y matorrales. La masa de los plásticos dobla la de todos los animales terrestres y marinos. Y solo las calles, edificios y puentes de Nueva York pesan más que el total de peces del mar.

Esta masa antropogénica se venía doblando cada 20 años, pero se triplicará en las próximas décadas. Cuatro quintas partes de los productos y objetos en uso hoy tienen menos de 30 años. En los últimos años, de media, por cada persona, se crea una cantidad de masa igual a su peso cada semana. Pero ¿hasta qué punto este desastre ambiental es responsabilidad de la ciudadanía, si globalmente se destinan 400.000 millones de euros a marketing para incitarnos al consumo (una cantidad mucho mayor que el presupuesto anual de la ONU, o el de muchos países para educación, sanidad o justicia…)?

No todos emitimos igual

Los dos grupos más afectados por el cambio climático son los que menos han contribuido a él: las futuras generaciones, así como las personas en situación de pobreza y exclusión: 11,8 millones en España, un 25,3% de la población, como recoge el informe AROPE de 2020. El estudio “Combatir la desigualdad de las emisiones de carbono” (2020) de Oxfam Intermón y el Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo evalúa las emisiones de consumo de diferentes grupos de ingresos entre 1990 y 2015 –años en los que se duplicó la cantidad de CO2 en la atmósfera–, concluyendo que el 1% más rico de la población (con ingresos por encima de los 109.000 dólares al año) emite más del doble de carbono que la mitad más pobre, 3100 millones de personas. El 50% más pobre (con ingresos inferiores a los 6000 dólares al año) solo ha generado el 6% del aumento total de emisiones. 

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Consumid, consumid, malditos

Paralelamente, el 10% de las personas con más ingresos de cada país consume 20 veces más energía que el 10% de menos ingresos. Además, utiliza 187 veces más combustible para vehículos y consume un tercio de los destinados a calefacción. Unos cálculos hechos con datos de 86 países, de la Unión Europea y del Banco Mundial, que llevaron a los investigadores de la Universidad de Leeds, que los publicaron en ‘Nature’ en 2020, a proponer “impuestos verdes”, entre otras medidas, para las personas de altos ingresos, con los que prevenir el consumo intensivo de energía. Pues, a medida que crecen los ingresos, se gasta más en bienes que consumen más energía.

Un 15% de los viajeros del Reino Unido toman el 70% de los vuelos. Los ultrarricos británicos vuelan más y más lejos, mientras que el 57% de los ingleses no salen al extranjero. Por su parte, el 20% más pobre de la población inglesa consume cinco veces más energía que el 84% más pobre de la India (1000 millones de personas.).

Los sectores que más contaminan

El Foro Económico Mundial y el Boston Consulting Group señalan que las ocho industrias con las cadenas de suministro globales más intensivas en carbono son: la alimentación (25% del CO2 global), seguida de la construcción (10%); la moda, el transporte de mercancías y los bienes de consumo domésticos (un 5%); y la electrónica, los servicios profesionales y la automoción (un 2%). Representan más de la mitad de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) del mundo.

Cuanto más rico es un país, más consumen sus habitantes. Cuanto más lo hacen, mayor es su impacto. Entre el 60% y el 80% de la huella ambiental proviene del consumo de los hogares; cambiar nuestros hábitos individuales tiene cierto efecto en ella, pero no la minimiza por completo. El estudio “How Your Personal Consumption Affects Climate” (2016) de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología advierte que el 80% de esos impactos no son atribuibles a los consumidores, sino secundarios: derivan de las industrias que fabrican los bienes y productos. Es decir, aunque los ciudadanos nos esforcemos por incorporar hábitos de vida y de consumo más sostenibles, si las industrias no producen más sosteniblemente, la crisis climática no aminorará.

Tampoco lo hará mientras la banca sigue financiando el cambio climático. Desde el Acuerdo de París (2015) los sesenta bancos más grandes del mundo han destinado 3,8 billones de dólares a empresas de combustibles fósiles (gas, carbón y petróleo), principal causa del cambio climático, según alerta el análisis Banking on Climate Chaos

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El IPCC (Panel Intergubernamental de expertos en cambio climático de la ONU) estima que para cumplir el objetivo de no subir la temperatura por encima de los 1.5 grados se requiere una inversión anual media en renovables de 2,38 billones de dólares. Muy lejos de los 282.200 millones de dólares invertidos en 2019. Un 1% más que en 2018, pero un 10% por debajo del “techo histórico” de 315.100 millones de 2017.

Curiosamente, por este motivo, los franceses contaminan más con lo que financia su dinero que con su consumo. La huella de carbono de solo seis bancos franceses (BNP Paribas, Crédit Agricole, Société Générale, Banque Populaire Caisse d'Epargne, Crédit Mutuel y Banque Postale) representa ocho veces la de todos los GEI de Francia, tal y como estima el estudio “Bancos: compromisos climáticos a realizar en el cuarto nivel”. Si siguen invirtiendo así, conducirán a un calentamiento de más de cuatro grados para 2100.

Un estilo de vida imposible

Para culminar la meta de no superar los 1,5 grados, también se requiere reducir las emisiones per cápita a 2,5 toneladas de CO2 para 2030, tal como indica el informe anual de emisiones de la ONU, “Emissions Gap 2020”. El 1% más rico tendría que reducir sus emisiones actuales al menos 30 veces. Y el 50% más pobre podría aumentarlas tres veces más. Algunos lo denominan un “Estilo de vida de 1,5 grados”, pero resulta especialmente difícil practicarlo en los países desarrollados, puesto que las únicas personas que viven bajo esas 2,5 toneladas anuales están muy por debajo del umbral de pobreza, como advierte el estudio de ‘Our World in Data’.

Hoy, ningún país proporciona energías renovables a gran escala, como recomiendan los científicos para lograr los compromisos climáticos. Los gobiernos, las administraciones y el sector energético tienen la responsabilidad de potenciarlas y facilitarlas, así como de promover una cultura del ahorro y de la autosuficiencia energética que, de momento, brilla por su ausencia. Por lo que los ciudadanos no podemos reducir nuestra huella aunque queramos.

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Pedir responsabilidades

La Tierra ahora es más cálida que en los últimos 12.000 años. De hecho, diecinueve de los veinte años más cálidos han ocurrido desde 2001, a excepción de 1998. La temperatura es, de media, un grado más alta que en el período preindustrial, lo que provoca nuevas amenazas, afecta a millones de personas, especies y recursos, además de multiplicar e intensificar los eventos climáticos extremos (olas de calor o de frío, sequías, incendios, inundaciones, etc.). Una temperatura por encima de los cuatro grados tendría consecuencias dramáticas globales.

No es de extrañar que los litigios climáticos mundiales aumenten (de 884 en 2017 a 1550 el año pasado), según contabilizó el PNUMA y el Centro Sabin de la Universidad de Columbia. Además, el perfil de los demandantes se ha ampliado (ciudadanos, ONGs, partidos, migrantes, pueblos indígenas) y también los casos: desde contaminación a daños climáticos, pasando por violaciones de derechos climáticos vinculados a derechos fundamentales (como la salud, la vida, etc.), también contra corporaciones por greenwashing (“lavados verdes” para parecer más sostenibles), e incluso contra algunos gobiernos por no adoptar medidas de mitigación y adaptación al cambio climático. Parece que, cada vez, hay más personas hartas de sentirse culpables. ∎

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