Reflexiones incómodas.
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Entrevista

Emilio Santiago: el colapsista descolapsado

No niega que el colapso pueda ocurrir. Pero, como el pianista del Titanic, sigue tocando su melodía mientras el barco se hunde, apelando a las mayorías sociales. “Por qué el colapsismo es una interpretación equivocada del porvenir y cómo formular un horizonte de transición transformador”, aboga este científico del CSIC especializado en antropología climática. 

Pese al título de su último libro, “Contra el mito del colapso ecológico. Por qué el colapsismo es una interpretación equivocada del porvenir y cómo formular un horizonte de transición transformador” (Arpa, 2023), Emilio Santiago (Ferrol, 1985) no es negacionista. Es antropólogo y científico del CSIC especializado en antropología climática, activista ecosocial, fundador del Instituto de Transición Rompe el Círculo, militante de Más Madrid y autor de varios libros. Tampoco niega el colapso. Se ha “criado” con sus tesis, pero, como reza el subtítulo, le preocupa que desmovilice la acción colectiva: “El libro nace por dos motivos. Uno: es un proceso de autocrítica y responsabilidad con mis posiciones públicas, ya que vengo del colapsismo. El otro: es un intento de intervención cuando un grupo de personas entendemos que está ganando el corazón del ecologismo político planteando problemas a nivel analítico y de intervención. No deslegitimo mi trayectoria previa; el colapsismo me sirvió de mucho al introducirme en estas cuestiones: tiene algo positivo, provoca un choque cognitivo ante las expectativas de normalidad, una irrupción que nos obliga a pensar muchas cosas. En pequeñas dosis puede ser un aporte importante. El problema es cuando se convierte en el centro de un discurso que aspira a una mayoría social. Ahí reside uno de sus problemas políticos. Luego está el analítico: crear expectativas que no se ajustan a la realidad”, explica.

Contra mitos y leyendas.
Contra mitos y leyendas.
¿Cuáles son los hitos que hacen replantearte las tesis colapsistas como un marco para intervenir la realidad?

El primero es mi investigación doctoral sobre el caso cubano. Le dediqué seis años y viví en la isla nueve meses. Se construyó un relato de Cuba como “laboratorio de supervivencia ante el pico del petróleo”, una especie de “colapso feliz”, pero era mucho más complejo, no se puede entender sin el sufrimiento social que supuso. Vi claro que “colapsar mejor” es una formulación complicada. El segundo fue tras un período de trabajo institucional, como director técnico de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Móstoles. Los discursos catastrofistas sirven de poco en las instituciones para hacer transformaciones efectivas. El tercero fue un choque de realidad: no se cumplían los pronósticos con los que me socialicé políticamente de 2004 a 2015. A nivel energético era más complicado: la crisis que no iba a acabar en muchos lugares había terminado. En otros, como en China, impulsó el mayor proceso de expansión metabólica de la historia de la humanidad. Ahí veo la necesidad de adaptar los diagnósticos. Aparte de fuentes científicas más amplias y elaboraciones más sofisticadas del marco teórico para pensar los cambios políticos, que me permiten entender las cosas de otra manera.

La discusión sobre el colapso es bastante occidental. Muchos pueblos indígenas alegan que llevan siglos colapsando. Curiosamente, muchos colapsistas son varones. Desde el ecofeminismo no se invierte mucho tiempo en este debate, se enfoca más en las prácticas y políticas públicas ecosociales.

Sí, la discusión del colapso es propia de lugares donde la normalidad capitalista sigue siendo funcional. No quita para que la catástrofe tenga lugar en muchas partes de modo desigual y combinado. El predominio de figuras masculinas dice mucho de los afectos y de la construcción de subjetividad tras estos discursos. Esa idea de supervivencia heroica conecta con un profundo estatus patriarcal. Pero no son discusiones baladí: tienen implicaciones políticas, determinan estrategias, enfoques. En la historia de los movimientos sociales hay discusiones así constantemente, son consustanciales a cualquier movimiento plural y vivo. Otra cosa es despellejarse por ellas. Debemos llevarlas con buenas formas, discutir las ideas y respetar a las personas.

“No hay política sin riesgos ni contradicciones. Debemos seguir avanzando posiciones. A lo largo de la historia los cambios fueron parciales, contradictorios y segmentados, nunca totales e integrales”

¿Tu posicionamiento ha molestado?

Mucho. Se han dado discusiones no muy agradables. Todas las personas que hemos estado en el ecologismo pasamos por una fase colapsista de “esto se va a paseo”. Hay que saber leer ese enfado para actuar y no quedarse ahí. En pequeñas dosis puede movilizar. Es la diferencia entre ser una medicina o un veneno.

Abogas por un “Green New Deal” transformador. ¿Cómo ves el “Pacto Verde Europeo”?

Mi posición es ambivalente. El “Pacto Verde Europeo” es una victoria y una derrota, que es algo que suele pasar en los procesos históricos. Se logró introducir la cuestión climática y ecológica, pero no una parte transformadora redistributiva de la riqueza, una nueva política fiscal. Se ha dado algún paso forzado por las circunstancias –la pandemia, Ucrania–, procesos de mutación del neoliberalismo hacia otra cosa, concediendo espacios a la redistribución, pero no por convicción. Veremos procesos similares. Las políticas verdes incurrirán en contradicciones. Eso refleja la complejidad estructural de la transición en cuestiones geopolíticas y económicas. No será una varita mágica. Por eso necesitamos una cultura política capaz de jugar en esos grises, sin caer en la impugnación total de “nada sirve” ni en la ilusión ingenua.

Propósito de enmienda, dolor de los pecados.
¿Cómo imaginas esa transición europea que deberíamos hacer?

La coyuntura es crítica. Ahí están las próximas elecciones al Parlamento Europeo. Peligran conquistas de décadas, cierto consenso centrista que asumió lo climático, ante una posible alianza del Partido Popular Europeo con la extrema derecha negacionista que lo arrastre a sus posiciones. Me obsesiona superar esa meta, mantener el marco con sus limitaciones, una de las vanguardias globales en transición ecológica. A partir de ahí, ampliarlo con una alianza entre las tres familias europeas de la izquierda –socialdemocracia, verdes y poscomunistas– en una disputa por un nuevo marco macroeconómico que se está gestando, donde habrá un impulso a la intervención pública, a la política industrial, a la planificación y a una fiscalidad más progresiva. Seguramente arrastrando a parte de la democracia cristiana y la derecha conservadora más racional, en términos climáticos.

En el libro hablas de la importancia de un “Estado fuerte”. Con la crisis climática, la pandemia y las guerras‚ ¿se está reforzando?

El Estado nunca se fue, las oligarquías económicas lo pusieron a su servicio retirándolo de funciones sociales importantes. Las propias convulsiones del Antropoceno crean situaciones de emergencia que lo obligan a un papel económico interventor mayor del que querrían las élites. En pandemia se decía que lo más parecido a un keynesiano es un neoliberal con miedo. Se han dado situaciones así y se darán. Este retorno a una política industrial y de planificación es un horizonte histórico nuevo que disputar. El principal error analítico es pensar que la crisis ecológica hará que el Estado no funcione y florecerán oportunidades de autogestión. Una fantasía que lleva a lo más peligroso de este debate: si este colapsismo se convierte en el centro de gravedad, no en un aporte más, el ecologismo transformador corre el riesgo de no comparecer, de no asumir el liderazgo que debe tomar estos años críticos.

Hablas mucho de descarbonización. ¿Cómo la estamos haciendo en Europa?

De modo ambivalente, como todo. El ecologismo crítica acertadamente el discurso predominante de descarbonización, al centrarse en las emisiones y no en una crisis multidimensional. Aunque políticamente puede no ser muy operativo. La cuestión climática está en el debate pero no está asegurada, hay que seguir empujando para construir mayorías. Decir que el Acuerdo de París es un fracaso es exagerado. En 2015 íbamos a escenarios de emisiones de 3,5 grados; estamos en 2,5. Hay compromisos que si se cumplen llegaríamos al 2,1. Y se puede avanzar más. Es lento. Es está haciendo mal y la transición energética está atravesada por conflictos vinculados al modelo socioeconómico y dinámicas norte-sur que den lugar a un extractivismo verde que impulse las transiciones del norte sin incorporar aspectos sociales. Lo esencial es que la transición es otro elemento de disputa política. No hay política sin riesgos ni contradicciones. Debemos seguir avanzando posiciones. A lo largo de la historia los cambios fueron parciales, contradictorios y segmentados, nunca totales e integrales.

Ambición climática: esa ambición desmedida.
También vienes del decrecentismo. ¿Europa tendrá que asumir prácticas poscrecentistas?

Sí. El libro no discute el decrecimiento. En España tenemos un panorama ecologista donde este y el colapsismo se dan la mano; en otros países no. Hickel, Jackson o Kallis no tienen planteamientos tan colapsistas. Nuestra tradición histórica libertaria deja huella en los imaginarios. El decrecimiento es la Estrella Polar que debería guiarnos. La pregunta es cómo. Héctor Tejero y otra gente hemos propuesto esta idea de políticas públicas poscrecentistas viables políticamente que permitan reducir la huella: disminuir la jornada laboral, complementar el PIB, reciclar minerales, disponer de bienes comunes para usos compartidos. Un decrecimiento planificado organizado exigiría una toma de los medios de producción a nivel global por un movimiento democrático. Esto no va a suceder. Lo más factible son políticas concretas que reduzcan impactos ecológicos mientras mantienen o mejoran el nivel de vida, que permitan alianzas políticas amplias para avanzar en esa línea. La suma de muchas políticas así puede generar una mutación del capitalismo hacia otra cosa. Los cambios sistémicos no se dan en dos o cinco años, sino en décadas, lentamente. Hace cinco años la conferencia europea de poscrecimiento era pequeña y marginal; las de los dos últimos años no.

La reducción de la jornada laboral va en esa línea.

Héctor Tejero ha trabajado mucho en la jornada de 32 horas. Las 37 horas y media están en el acuerdo de gobierno de la legislatura y eso cumple muchas características de política poscrecentista que puede funcionar. Tiene pocos efectos climáticos pero interpela a mucha población, beneficia la conciliación, la salud mental, incluso la productividad. Históricamente es una reivindicación del movimiento socialista y de la clase trabajadora. Permite explorar políticas poscrecentistas de manera real con efectos políticos. La política no innova, pero es un acelerador brutal. Los movimientos innovan pero no masifican. Se trata de que los movimientos sean laboratorios de ideas y la política las convierta en realidades estructurales que cambien la vida cotidiana de la mayoría.

“El activismo hace incidencia política, luego los partidos valoran la ventana de oportunidad, si puede tener aceptación social. Las dos esferas deben convivir: un activismo fuerte y una política que lo traduzca y articule hacia las mayorías sociales”

En tu libro dices que los ecologistas podemos ganar, incluso que estamos ganando y no nos damos cuenta.

Ha habido victorias construyendo mayorías sociales. Si vas sumando, la coyuntura cambia, el contexto es otro y prácticas que parecían imposibles no lo son. Siempre hay una primera fase de lucha por las palabras, y otra sobre cómo encarnarlas en prácticas concretas. Para mí, lo que media entre ambas es la política pública. Mi libro no critica el trabajo de los movimientos sociales. Llama la atención sobre la necesidad de complementarlo, de salir de un nicho micro con leyes y políticas públicas, elementos de mediación que deben construirse muy bien. El activismo hace incidencia política, luego los partidos valoran la ventana de oportunidad, si puede tener aceptación social. Las dos esferas deben convivir: un activismo fuerte y una política que lo traduzca y articule hacia las mayorías sociales.

Las nuevas generaciones desembarcan con un activismo diferente.

En algunos casos con una inteligencia política brutal, como introducir en la Universidad de Barcelona una asignatura ecosocial en todas las carreras. Algo ejemplar, bien elegido y diseñado. El relevo generacional es muy importante. A menudo los movimientos mueren por no tenerlo. ∎

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