Este fin de semana hemos tenido el placer de observar dos casos dignos de estudio sobre cómo romper en la era de internet que harían que un niño victoriano explotase por los aires.
Tamara Falcó ha sido un personaje público que durante años ha mantenido su narrativa bajo control con reportajes acordados al milímetro en el ‘¡Hola!’. Su público, pese a “Masterchef”, siempre ha sido un poco mayor, pero, tras el estreno de su documental en Netflix en agosto, Tamara ha tenido que trasladar esa misma narrativa a las redes sociales que frecuentan sus fans, ahora más jóvenes. Entre fotos posadas, perfectamente arregladas, la marquesa daba pequeñas dosis de tan cuidado contenido, como la imagen de su compromiso con Íñigo Onieva.
Poco le ha durado esa fantasía de que las redes sociales son algo que se pueda domar. Al más puro estilo Marta Pombo, a finales de la semana pasada y a día y medio del anuncio de su futura boda, se filtraba un vídeo de su novio liándose con otra muchacha en el Burning Man. Acto reflejo: Tamara borraba la foto de su Instagram en la que solo dos días antes había enseñado la alianza en su dedo anular, anunciando su inminente boda. Un breakdown detrás de las cámaras no es momento para palabras medidas.
Su (ex)novio ha publicado una carta en internet en la que pide perdón a Tamara y a su familia y suplica al resto de gente que dejen de compartir el vídeo en el que sale. A Íñigo también le cuesta entender que el contrato social con el espectador de Instagram es como una boda, para lo bueno y para lo malo.
Afortunadamente para él, la gente ha dejado de hacerle caso. Tamara e Íñigo se convierten en un instante en agua pasada de hace 12 horas. Han echado un mejor trozo de carne a este estanque lleno de pirañas.
Risto y Laura anuncian su separación como si se tratase del último paso de un plan de marketing en el que el objetivo final es hacer ver a su público en redes qué buenos exnovios son. Lo hacen no solo coordinando un photoshoot conjunto para anunciar la separación, sino también un hashtag (#casitoelrato), un memoji en el que Risto sale triste sujetando un globo también triste y, el favorito de muchos, un reloj de cuenta atrás con confetis. Risto será todo lo publicista que quiera, pero también es un boomer de cuidado. A una generación entrenada con diez años de product placements y anuncios en Instagram, esta no se la cuelas. Si Risto y Laura se han pasado los últimos años haciendo de su persona una empresa, no se molestan en ocultarlo los últimos días. La gente se mea y los posts se hacen trending topic a través del cringe, del cual Risto se queja en otro post que aún entiende menos el público con el que trata.
Dejando de lado el cotilleo, lo que en Haciendo Scroll nos interesa son los celebrities en la era digital, la escala grande de las pequeñas tendencias de socialización que se hacen dueñas de nuestras vidas. En este caso, la prueba de que intentar prefabricar una narrativa, una autoimagen en la era digital, hace mucho que pasó de moda y que, pese a todo, estamos en la era en la que el desastre no es motivo de mofa, sino de celebración por reconocer al humano en el otro.
No es que Twitch esté cayendo en el olvido, pero la plataforma no consigue llegar a los picos que alcanzó en mayo-abril de 2021. Las cosas necesitan un meneo y su CEO ha decidido que todo empieza por hacer unos cambios en políticas que operen en el terreno que le está comiendo Youtube Gaming. Lo primero: a partir del 18 de octubre estará prohibido enseñar páginas de casinos y bingos online y demás juegos de apuestas.
En España (y, por ende, en Andorra) los pocos streamers que se han pronunciado al respecto, como El Xokas o El Rubius, lo han hecho sin mojarse demasiado, algo sintomático en un mundo en el que todos son colegas y todos hacen cosas bien solo a medias.
Por suerte, pueden tapar los comentarios ambiguos comentando otros asuntos en los que todos los streamers están de acuerdo: Twitch les roba. Históricamente, Twitch dividía a los creadores en dos, dando a los nuevos un 50/50 de las ganancias y a los veteranos (los que más ingresos generan a la plataforma) un trato especial del 70/30 –70% para el creador– como medida para asegurar que el talento se quede. Pero la semana pasada caía la bomba: el presidente de Twitch, Dan Clancy, anunciaba que van a homogeneizar este porcentaje, llevando a todos los creadores al 50-50 para junio del año que viene. La excusa para hacer este cambio ha sido ambigua, pero dejan ver que, aunque Twitch esté comprado por Amazon, tienen que seguir pagando por el uso de sus servicios y que por eso necesitan recaudar unos pocos dineros de más. Si preguntan por mi opinión: un desastre.
La localidad de Sabadell se ha hecho un hueco en el mapamundi: un vídeo de la presentación de la nueva mascota de su línea de autobuses bailando, al más puro estilo japonés, se hacía viral globalmente. Bussi goes international.
El chiste se puede leer de dos maneras. La primera porque el vídeo en sí es gracioso y da pie a que se hagan montajes menos graciosos de Bussi en otros contextos (como en las escaleras del Joker). La segunda capa del chiste, para los más onlineros, viene de que en el lenguaje coloquial en círculos LGBTI+ de internet el sufijo -ussy se usa como chiste recurrente para convertir cualquier palabra en un sinónimo de “coño”. El amigo Bussi no es más que un derivado de este trend.