Historias contra el olvido.
Historias contra el olvido.

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Más imágenes de la memoria histórica en nuestro cómic

Desde los años ochenta, se ha ido abriendo paso en el cómic una corriente temática que explora la historia reciente y se concentra en recuperar, al mismo tiempo, las memorias olvidadas. El uso de la imagen dibujada es un buen método para abordar esta cuestión desde la subjetividad propia de los recuerdos, al tiempo que logra desarrollar en los lectores un fuerte sentido de la empatía. En el caso del cómic español, esta corriente ha concentrado sus esfuerzos en abordar el trauma de la Guerra Civil y la posterior dictadura. Dos nuevos títulos y la reedición de un clásico se suman ahora a este catálogo de la memoria en viñetas.

La recuperación de la memoria y la historia del siglo XX se ha convertido en una de las temáticas más visitadas en la novela gráfica española. Hubo un tiempo, no hace más de diez o quince años, en el que la aparición de un cómic que abordara alguna cuestión relacionada con la Guerra Civil o el franquismo era aún un acontecimiento notable que llamaba la atención del público, la crítica especializada y los medios generalistas por igual. Pero, por muchos motivos que no tenemos aquí espacio para abordar, eso ha cambiado. Cada mes aparecen varios títulos que encajan en esta corriente, lo cual habla de la rutina con la que ya se publican este tipo de obras y del interés del público, pero también plantea otras cuestiones. Resulta innegable que se han estandarizado una serie de tropos asociados al cómic histórico o memorístico, incluso un repertorio formal a veces homogéneo, que bebe de las obras verdaderamente innovadoras y ahora sirve para producir otras que, muchas veces, tienen como mayor atractivo únicamente el tema. Hay ciertos cómics que apelan directamente a este, sin demasiada preocupación por los aspectos formales o, incluso, abiertamente amateurs. De entre los que sí reúnen rasgos profesionales e incluso auténtico interés artístico resulta cada vez más complicado extraer cómics verdaderamente interesantes o innovadores, aunque, paradójicamente, al mismo tiempo cada año encontramos varios títulos sobre memoria histórica entre lo mejor del año.

“El artefacto perverso”.
“El artefacto perverso”.

Se trata, en fin, de una tendencia compleja, que, en su forma actual, probablemente parte del incipiente interés por la memoria de la guerra y la dictadura que despertó en la sociedad española durante los años noventa, década en la que se publicó el seminal “Un largo silencio” (De Ponent, 1997; Astiberri, 2012), de Francisco Gallardo Sarmiento y Miguel Gallardo, pero también otra obra que quizá está más alejada del canon, aunque resulta igualmente relevante: “El artefacto perverso” (Ediciones B, 1994; Astiberri, 2025), de Felipe Hernández Cava (Madrid, 1953) y Federico del Barrio (Madrid, 1957), publicada, como era habitual en la época, previamente por entregas en una revista, ‘Top Cómics’, y casualmente –o no tanto– recuperada este otoño por Astiberri en una nueva edición que pone la obra de nuevo a disposición de los lectores, tras la descatalogación de la anterior, de la editorial ECC, hoy desaparecida. La relectura de este álbum resulta de enorme interés no solo por la indudable calidad de sus páginas –una trama en múltiples niveles, diálogos medidos, el blanco y negro radical de Del Barrio, con ecos de Alberto Breccia y Muñoz y Sampayo, su capacidad para mutar el estilo de dibujo–, sino también por comprobar cómo la vía que este cómic abrió en los noventa no ha acabado siendo la mayoritaria. “El artefacto perverso” se apoya en una ficción, trasunto de “Roberto Alcázar y Pedrín” (Editorial Valenciana, 1940-1976) de Juan Bautista Puerto y Eduardo Vañó, para generar un doble discurso, sustentado en los silencios, lleno de sutileza, en torno al desencanto de la izquierda en la posguerra, a la necesidad de subsistir en la derrota y en la España de Franco. Pero también, sobre todo, en torno a la perversión del sueño revolucionario y la corrupción de su militancia, tema que ha ocupado, desde entonces, buena parte de la producción de Hernández Cava. Este tipo de obras que se mueven en un metalenguaje ambiguo y poco explícito es, quizá, el más difícil de ver en el actual bum de cómics sobre la memoria o la historia contemporánea española.

Esta reedición coincide en las librerías con dos novedades que pueden considerarse, claramente, parte de esa explosión, si bien ambas ofrecen interesantes argumentos e intentan huir de la estandarización que amenaza esta corriente editorial.

“El otro mundo”.
“El otro mundo”.
La primera es “El otro mundo” (Astiberri, 2025) de Enrique Bonet (Málaga, 1966) y Joaquín López Cruces (Granada, 1957). Más una ficción histórica que un ejercicio de memoria, el libro se inspira en las Misiones Pedagógicas que durante los primeros años de la Segunda República llegaron al mundo rural con la intención de acercar la cultura a una población esencialmente analfabeta. Los autores evitan deliberadamente el didactismo y caer en el error de usar la historia como mera excusa para contarnos acerca de las misiones pedagógicas lo mismo que podemos leer en cualquier web divulgativa; al contrario, y acertadamente, Bonet –quien ya se había acercado al período con “La araña del olvido” (Astiberri, 2015)– se concentra en contar un buen relato, en el que las circunstancias históricas son el trasfondo. Por supuesto, eso no significa que no pueda verse en sus páginas cómo operaban las Misiones y cuál era su función –tampoco su punto de paternalismo, o el hecho de que era difícil que su impacto en las poblaciones fuera más allá de esa visita–, pero no es una lección de historia. El dibujo limpio y discretamente virtuoso de López Cruces huye de tópicos y evita representar la época y el espacio con la suciedad y decadencia que a veces vemos en otras ficciones, sobre todo en el audiovisual, y recrea un pueblito de las Alpujarras modesto pero bonito. Y utiliza el color, aquí sí, recurriendo al tópico, para transmitir la idea de la España gris y apagada, controlada por un señorito que en la historia es una presencia fantasmagórica, que nunca se muestra directamente. El rojo del pelo de una de las maestras, María, simboliza lo diferente y, al mismo tiempo, la tentación, el advenimiento de algo nuevo, que conecta, al mismo tiempo, con el rojo de la ropa de una niña salvaje que vive en el pueblo y que, gracias a las misiones, tendrá una oportunidad de salir de su situación. El relato no evita la tentación de conectar las tensiones entre las dos Españas, aunque con algún matiz, y anticipar, incluso, la Guerra Civil, pero funciona como una ficción basada en hechos históricos que reivindica, poéticamente, la labor de los maestros y maestras de la Segunda República, que habrían de ser purgados con el nuevo orden dictatorial. Por añadidura, se incluye un dosier que permite profundizar en los hechos históricos sin entorpecer la historia.

“Aquí donde estoy” .
“Aquí donde estoy” .

“Aquí donde estoy” (Astiberri, 2025), de María Castro Hernández (Madrid, 1969) y Tyto Alba (Badalona, 1975), es una obra muy diferente. En este caso, sí estamos ante uno de los “hijos” de “Un largo silencio”, un cómic de memoria histórica que recupera las vivencias de Gabriel León Honrubia (1920-2021), quien, con tan solo 18 años, fue llamado a filas por el ejército republicano, como parte de la llamada “quinta del biberón”, y llegó a participar en la batalla del Ebro. La guionista, María Castro Hernández, trabó relación con él y pudo entrevistarlo en varias ocasiones; la escritora acierta al vertebrar su narración en la relación que su propio hijo entabló con León, ya que, de este modo, fomenta la empatía histórica con un chaval que se ve metido en la situación más horrenda que puede concebirse. Gracias a que se ha conservado la mayor parte de la correspondencia que el chico enviaba desde el frente –desde “Aquí donde estoy”, frase de apertura habitual en las cartas de soldados de para evitar dar información sensible– y a la prodigiosa memoria de un hombre de casi 100 años en el momento de las entrevistas, que se maneja con una asombrosa soltura, es posible reconstruir algunas de las situaciones que vivió, imbricadas en lo emocional, que es, a fin de cuentas, un elemento clave en la recuperación de la memoria. Pero no puede obviarse la inteligente labor de la guionista, que compone un relato fluido en su ir y venir entre pasado y presente, con el que genera una sensación de inmediatez y espontaneidad.

El humor y la necesidad de autocensurarse en las cartas desde el frente contrastan con lo que ochenta años después puede contar, que es en lo que se basan las excelentes acuarelas de Tyto Alba, dibujante expresivo, especializado en el uso emocional de un color que recrea el horror, el miedo de un joven en medio de la noche, cruzando un río mientras vuelan las balas, con esas acuarelas espectrales, a veces prácticamente abstractas, que resultan más eficaces que un dibujo realista. El libro, que también incluye un amplio dosier con textos, fotografías y transcripciones de varias de las cartas, se verá completado con un documental del mismo nombre que se estrenará en enero de 2026 –la propia María Castro Hernández es su guionista y productora–, conformando un díptico que evidencia que aún pueden encontrarse nuevas vías para la transmisión de una memoria que se nos aleja rápidamente por imperativo biológico, y que hay que conservar con urgencia. ∎

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