Gracias a que los yanquis son tan catetos en geografía como nosotros en su idioma, tenemos a Aaron Rux en España. De joven, él ubicaba nuestro país en un vergel paradisíaco. Un escenario caribeño lejos, a sequías de distancia, de la realidad con que se topó al aterrizar en Madrid de joven. Contra el cliché yanqui que relaciona la patria con sevillanas y toros, Aaron se pasó de frenada y nos creyó hijos, que no padres, del Imperio Español. La fortuna, no obstante, estuvo de su lado. Y aunque España no eran las Fiyi, con sus danzantes bailarinas de senos oprimidos por cocos, se enamoró del hedonismo bacano que nos caracteriza. Tanto fue su enamoramiento que acabó haciendo de la esencia quijotesca su hogar. Y, si acaso, la única decepción lacerante fue descubrir que los Gipsy Kings, que tanto habían inundado sus oídos con el “Bamboleo”, ni siquiera eran españoles, sino franceses.
A pesar de los años, Aaron, con quien me reúno en la cafetería del Museo Reina Sofía en Madrid, mantiene un look gringo. De vaquero sensible con colores pastel y corbata tejana. Salvo que en vez de postrarse al bourbon con hielo, se decide por un agua con gas. Será por no cumplir al dedillo con el cliché. O para hablar despejado, y con su sorprendente buena dicción española, sobre su vida y el álbum que nos trae a la charla, el reciente trabajo de Aaron Rux And The Crying Cowboys: “Albino Rhino” (El Volcán Música, 2024), en el que lidera una formación en la que también encontramos a Joshua Taylor (bajo y coescritor de varias canciones), Juan Torán (guitarra solista), Juan Espiga (percusión) y Lete Moreno (batería).
¿Qué es lo que más te atrajo de la cultura española para decidir quedarte a vivir aquí?
El estilo de vida. En Estados Unidos la gente tiene una vida muy estructurada: vas a la universidad, luego te casas, tienes hijos y te instalas en una rutina. Pero en España encontré un estilo de vida más relajado, donde no todo gira en torno al trabajo y al cumplimiento de expectativas sociales.
Hablando de tu estilo, mencionas que creas personajes para tu música, como el “vaquero triste”. ¿Qué significa para ti esta creación de personajes y cómo influye en tu música?
Siempre me ha parecido muy interesante el concepto de crear personajes como una manera de explorar diferentes estilos y emociones en la música. El personaje del “vaquero triste”, por ejemplo, no es algo que haya buscado ser literalmente, sino que surge de la inspiración que encuentro en la música country de los años sesenta y setenta, que tiene una calidad de perdedores, de gente que vive historias de fracaso y desencanto. Es una música muy democrática, que habla de la vida cotidiana de la gente común, de aquellos que enfrentan adversidades pero siguen adelante, sin dejar de luchar. Al crear este personaje, me meto en esa mentalidad y me ayuda a darle forma a la música. Mi proceso creativo no está tanto en una inspiración literal, sino en la emoción que puedo transmitir a través de esa figura, que luego se convierte en una herramienta para contar una historia personal, como una ruptura amorosa o un momento de dolor. Es una especie de ficción.
¿Qué encuentras interesante de transmitir a través de la historia de un personaje en lugar de hablar de ti mismo?
Supongo que al final, de alguna manera, sí estás hablando de ti. Yo tengo ese punto de valentía de decir cosas que creo que merecen ser dichas, pero también tengo el contrapunto de la cobardía de no decirlas directamente en primera persona. A veces, en lugar de expresar mis sentimientos o emociones directamente, prefiero crear una historia o un personaje para ilustrar lo que quiero decir. Por ejemplo, en canciones como “Crying On A Train”, la idea es tomar una situación, como la de un momento de autoestima baja, y construirla alrededor de una imagen, como la de un perro que corre por el vecindario. Me resulta más fácil expresar lo que siento a través de estas historias, porque me da la distancia emocional que necesito para explorar las emociones sin ponerme completamente vulnerable.
¿Cómo influye tu relación con el cine en tu música, especialmente en el inicio de tu carrera?
Antes de ser músico escribía poesía y en uno de mis primeros viajes a España conocí a un grupo que necesitaba una letra en inglés para una de sus canciones. Eso fue en 2005 o 2006, una época en que la gente se sentía muy atraída por la idea de hacer música en inglés. La propuesta me pareció interesante y lo que comenzó como una colaboración para escribir una letra se convirtió en una incursión más profunda. Esta canción fue utilizada en un corto que se presentó en los premios Goya. Eso me abrió las puertas a trabajar en más proyectos musicales. Con el tiempo me fui involucrando más en la música para cine, haciendo bandas sonoras para cortos y colaborando con directores como Juan Cavestany.
He oído que te inspiraste en las bandas sonoras italianas de los años setenta. ¿Qué es lo que te atrajo de ellas y cómo influyó en tu estilo musical?
Mi fascinación por las bandas sonoras italianas de los años setenta, especialmente por compositores como Stelvio Cipriani, surgió porque me cautivó la manera en que esos músicos conseguían mezclar géneros y emociones tan diversas, creando atmósferas únicas. Las bandas sonoras de esos filmes, sobre todo los giallos (películas de terror y explotación italianas), tenían una intensidad que no encontraba en otros géneros de música de cine. La mezcla de lo experimental con lo emocional me pareció fascinante, y fue una gran influencia en mi forma de componer.
¿Cómo ha sido el proceso de pasar de una carrera en solitario a trabajar con una banda? ¿Qué diferencias encuentras entre ambas formas de crear música?
Ha sido muy enriquecedor. Después de muchos años componiendo y produciendo música de manera solitaria, la colaboración en una banda aporta una dimensión nueva. Cada miembro de la banda aporta algo único, y eso hace que las canciones crezcan de una manera que no podrías conseguir por ti mismo. Es fascinante ver cómo un tema que empieza como una idea mía se transforma al ser interpretado por músicos con talentos diferentes. También he aprendido a escuchar de una manera más profunda, a ceder espacio a los demás, lo que enriquece el resultado final.
Me parece que en este disco hay un gran eclecticismo musical. ¿Qué sonidos nuevos has experimentado en este trabajo que no habías trabajado antes?
En este disco, definitivamente, he experimentado con una variedad de sonidos nuevos. Por ejemplo, con Juan Torán, un guitarrista muy talentoso, tuvimos la oportunidad de crear texturas sonoras utilizando el lap steel de una forma más compleja, sin que fuera un lap steel tradicional. Era más sobre crear capas y texturas sonoras, más que sobre el instrumento en sí mismo. Además, experimenté mucho con el uso de Melodyne y Auto-Tune de una manera más agresiva. Eso sorprendió un poco al grupo al principio, pero yo lo veía como una forma de añadir texturas en lugar de solo hacer un uso estético. Como las texturas electrónicas de Kraftwerk, por ejemplo.
Hay canciones que se perciben francamente sensibles. ¿Consigues separar la sensación que te transmite la canción del hecho de tener que tocarla?
En los momentos malos está esa intoxicación, pero cuando me acuerdo de que mi trabajo no solo es escribir canciones para transmitir mis recuerdos, sino ofrecer una experiencia para el público, el masoquismo se evapora y se convierte en algo mucho más bonito y placentero.
Vamos con unas preguntas rápidas. ¿Qué odias en un músico?
Odio a la gente que siempre hace lo mismo, las fórmulas. Me molesta cuando alguien tiene una fórmula y la exprime constantemente. La música debe ser una exploración continua.
¿Qué es lo que más te gusta en una canción?
Que me sorprenda, que no sea predecible. Me encanta cuando una canción te lleva por un camino que no esperabas, cuando tiene algo inesperado, algo que te atrapa. Ya sea en la melodía, en la letra, o en la producción, me gusta que me haga sentir algo nuevo, algo que no había experimentado antes.
¿Qué crees que tiene de malo, y de bueno, la madurez?
Creo que en el momento de ponerte a escribir una letra, por ejemplo, tienes más recorrido, más bagaje y puedes profundizar en temas que igual ves más difícil cuando eres joven. Tienes una mayor comprensión de la vida, lo que te permite conectar con emociones y experiencias más profundas. Sin embargo, también puede hacer que se pierda parte de la frescura y la espontaneidad que tenías cuando empezaste. Esa chispa de creatividad que surge al principio, con la energía de la juventud, a veces es difícil de replicar cuando ya has vivido más y tienes más “responsabilidades” o más reflexiones sobre lo que haces. ∎