Astrud Gilberto, Nueva York, 1964. Foto: PoPsie Randolph / Michael Ochs Archives (Getty Images)
Astrud Gilberto, Nueva York, 1964. Foto: PoPsie Randolph / Michael Ochs Archives (Getty Images)

Fuera de Juego

Astrud Gilberto, la condena del éxito

El encadenado de las muertes de Gal Costa, Rita Lee y, el pasado día 5 de junio, Astrud Gilberto deja huérfano a un Brasil que nunca tuvo reparos a la hora de asentar su música sobre figuras femeninas. Con el añadido, en esta ocasión, del carácter icónico de Gilberto, responsable no solo de “The Girl From Ipanema”, sino de la internacionalización del cancionero del país. Una composición cuya popularidad terminaría ensombreciendo una carrera compleja y llena de dificultades.

Cómo no arrancar cualquier panorámica sobre la vida de Astrud Gilberto (1940-2023) en la primavera de 1963, con la futura cantante embarcando en el aeropuerto de Río de Janeiro con destino a Nueva York. Sin ningún objetivo artístico, sino como mera acompañante de su marido, João Gilberto, pionero de una bossa nova que preparaba su salto al mercado internacional mediante una operación comercial trazada con tiralíneas: emparentarla con un género popular como el jazz de la mano del saxofonista Stan Getz, que pese a haber pasado el purgatorio de la heroína mantenía intacta su aura West Coast y buscaba a la desesperada un renacimiento creativo.

Lo sucedido desde la entrada de los Gilberto en los estudios A&R se mueve por terrenos en los que la historia se desliza hacia la casualidad y la leyenda. Necesitado de una voz femenina para dar forma a una composición de Vinícius de Moraes y Antônio Carlos Jobim, João pide a Astrud que se sitúe ante el micro. Su inusitada cadencia, aquel tempo sutil y su capacidad para acompañar la melodía sin imponerse nunca a ella hicieron entender a los presentes que habían dado con una pequeña piedra filosofal. Cuando se publica el LP “Getz / Gilberto” (Verve, 1964) –con la voz de João desaparecida del corte–, su carácter de piedra miliar de la música del siglo XX quedará ensombrecida frente al radio de acción de “The Girl From Ipanema”. Inútil perderse por el dédalo de cifras de ventas, versiones y galardones: allí se erigía uno de los rarísimos temas capaces de ejercer de revolución cultural cuyo eco, a sesenta años vista, dista de haberse extinguido.

No es arriesgado leer “The Girl From Ipanema” como el eslabón culminante de la fascinación generada por un país que, con la revelación de Pelé en el Mundial de 1958 y la fundación de Brasilia en 1960, parecía mirar con audacia hacia el futuro encarnando por sí solo la pujanza del por entonces denominado Tercer Mundo. Tampoco como punto final de sus esperanzas: el 1 de abril de 1964, apenas un mes después de la aparición del single, un golpe de estado imponía una dictadura militar que alejaba a Brasil de la estabilidad social que por un momento parecía haber tenido al alcance de la mano.

Astrud Gilberto con Stan Getz: “The Girl From Ipanema”, en un show de televisión en 1964.

Cómo crecer bajo el peso de la fama

No era Gilberto una recién llegada, ya se había chequeado como cantante amateur y contaba con un círculo íntimo donde figuraban nombres como los de Nara Leão o Elza Soares. Pero ahora se veía obligada a ahuyentar aquel terror escénico que había impedido su salto al profesionalismo porque, tras descubrir el romance de su marido con la hermana de Chico Buarque, la futura cantante Miúcha, el divorcio fue inmediato. Y qué podía hacer una muchacha de apenas 24 años, sin ingresos y con un bebé a su cargo, sino intentar subsistir gracias al brillo de esa estela que se había abierto repentinamente ante ella.

La vía directa fue embarcarse en una gira con Getz. No era la mejor opción, pero posiblemente sí la única: el trato que este le daba era de absoluta displicencia, y resonaba todavía en su cabeza la negativa a acreditarla en el disco o a pagarle más de los 120 dólares que el sindicato marcaba por una sesión en el estudio. Hombre sobre el que nadie que se cruzara en su camino diría jamás una buena palabra, nadie se imagine a Getz compungido por aquel saqueo en la soledad de la mansión de veinte habitaciones que acababa de comprarse con sus royalties.

Pero el tour consiguió poner el nombre de Gilberto en el mapa y le permitiría debutar en solitario con “The Astrud Gilberto Album” (Verve, 1965), disco que abriría una rápida sucesión de grabaciones jalonadas en otros siete LPs publicados antes del final de la década. Todos ellos de una calidad y riesgo crecientes, pero también de nula rentabilidad: en un negocio tan agresivo como el musical, su juventud, su inexperiencia y su carácter confiado le harían caer en todas las trampas de una industria siempre ávida de rapiña. Inclúyase aquí (varios) discos registrados sin contrato previo o la pérdida del rastro de los cientos, miles de recopilatorios que fueron explotando su legado por todo el globo.

Astrud, en 1979. Foto: Nico van der Stam
Astrud, en 1979. Foto: Nico van der Stam
Añadamos a todo ello un desprecio generalizado en su país, donde su consideración nunca superó la de arribista que había aprovechado un golpe de fortuna. Pero Gilberto supo huir hacia adelante: hija de un profesor de idiomas, su dominio de lenguas le permitió plantear el resto del planeta como campo de batalla. Es el origen de una miríada de grabaciones en inglés, pero también en francés, en inglés, en castellano, en italiano y hasta en japonés que surtirían el mercado de piezas hoy convertidas en rarezas a precios astronómicos. La mecánica funcionó: Japón se convertirá en territorio natural y la elección de Italia como refugio por la mayoría de músicos exiliados de la dictadura hará que Europa ejerza de centro de operaciones. Ornella Vanoni, Lucio Battisti, Mina o Françoise Hardy: seguir el rastro de la influencia de Gilberto equivale a trazar un mapa de los ecos de la música brasileña en el continente.

La persistencia del pasado

La cantante comenzará a mostrar signos de agotamiento con la entrada en la década de los setenta, y aunque el ritmo de conciertos no bajará, sí lo hará el de sus visitas a estudios de grabación. Al mismo tiempo son también años libérrimos, en los que pareció permitírselo todo y en los que no dudó en darse el capricho de trabajar repertorios de músicos admirados. Lo mismo encontraremos a Gilberto cantando en varios idiomas composiciones de Ennio Morricone –en la banda sonora del polar de Henri Verneuil “El furor de la codicia” (1971)– que versionando a Bob Dylan en italiano: ahí queda ese exquisito “Ti mangerei” que revisaba “If Not For You”. Incluso consiguió cumplir un sueño de adolescencia colaborando con Chet Baker, el músico con el que se había iniciado en la música y en el amor de la mano de João Gilberto. Pero comprobar que el “Far Away” resultante quedaba encajado en un disco titulado “That Girl From Ipanema” (Image, 1977) hablaba a las claras de la imposibilidad de escapar de un pasado que era ya un peso muerto para ella. Cansada de pelear contra esta imagen, Gilberto decidiría que aquella no era su batalla y decidió rendirse.

Y así sería durante toda una década en la que Gilberto abandonó la música y, abocada a un olvido inclemente, solo se permitió fugaces reapariciones azuzada por algún admirador. De prestigio resultaría la colaboración con el trombonista japonés Shigeharu Mukai en el álbum“So & So” (Better Days, 1983), aunque con ecos muy reducidos al estar destinado únicamente al mercado nipón. Menor brillo crítico pero mayor alcance tendría su asociación con la orquesta de James Last en “Plus” (Polydor, 1986), un proyecto que quedaría agazapado hasta que el inesperado repunte al alza del easy listening en el mercado de lo cool de los noventa le abriera las puertas a una nueva popularidad. Y es posible que su dueto con Étienne Daho en “Les bords de Seine” no superara las fronteras francesas, pero su colaboración en el “Desafinado” que George Michael colocó en el álbum benéfico “Red Hot + Rio” (Antilles, 1996) sí le abrió las puertas a un regreso a lo grande.

Astrud, en 1984. Foto: David Redfern / Redferns (Getty Images)
Astrud, en 1984. Foto: David Redfern / Redferns (Getty Images)
Pero Gilberto no supo o no quiso atravesarlas. Su siguiente trabajo, “Temperance” (Canyon, 1997), quedó recluido nuevamente en el mercado japonés, y para cuando llegó “Jungle” (Magya, 2002) la ola ya había pasado. Ese mismo año, Gilberto aprovechó su entrada en el Salón de la Fama de la Música Latina para anunciar su despedida definitiva. Y ahí se abrirían unos últimos veinte años de vida secreta y recluida, dedicada a la pintura y con solo puntuales apariciones públicas enarbolando la bandera de una última causa, la defensa de los derechos de los animales. Poco más se supo de ella. El anuncio de su muerte ha llegado a través de las redes sociales de su nieta y fue desconcertantemente obviada por los medios brasileños, que dedicarían mucho más espacio en sus páginas al fallecimiento de alguien tan ajeno como Françoise Gilot, la antigua amante de Picasso. Gilberto nunca fue ajena a este desprecio, lo que explica que su último concierto en Brasil se remontara al lejanísimo 1965. Y quizás por ello su última voluntad recogía la indicación de que quería que su cuerpo reposara en Filadelfia, a miles de kilómetros de su país. ∎

Cuatro discos para alejarse de Ipanema

“The Astrud Gilberto Album”
(Verve, 1965)

Ante el reto de Gilberto de superar el one hit wonder y plantear con su primer trabajo una línea musical clara, la cantante optó por replegarse en la zona de confort de Antônio Carlos Jobim, compositor de “Garota de Ipanema”, para trazar con un equipo de jazzmen estadounidenses de primerísima línea la cartografía de su recorrido más inmediato. Un puñado de versiones a modo de best of de Jobim –con una incursión extemporánea pero no desajustada del cancionero de Andy Williams– que dará lugar a uno de los clásicos más perdurables de la música brasileña.

“A Certain Smile, A Certain Sadness”
(Verve, 1967)

Con la bossa nova en su punto culminante de popularidad, Verve juega la baza de unir a sus dos estrellas brasileñas, Astrud Gilberto y Walter Wanderley, el “Brazil Nº 1 organist” responsable del hit “Summer Samba”. Pero la cantante decide jugar al despiste alejándose de la tutela de Jobim y abriendo su cancionero a composiciones de André Popp, Marcos Valle o Irving Berlin. El maridaje entre la cálida voz de Gilberto y el Hammond de Wanderley funciona sin pliegues y anuncia un repertorio de madurez mucho más ecléctico que el que había podido afrontar hasta el momento.

“Canta in italiano”
(Verve, 1968)

Como demostración de que ningún idioma acepta mejor la bossa nova que el italiano surge esta pieza de caza mayor en la discografía de Gilberto, editada originalmente en Italia, replicada el mismo año en Japón e inédita todavía en cualquier formato digital. Acompañada por superhéroes transalpinos de la altura de Paolo Conte o Mogol, Gilberto realiza un curioso ejercicio de reciclaje versionando temas brasileños populares en Italia a través de versiones locales y conjugándolos con nuevas creaciones que intentan abrirse paso en el mercado.

“Now”
(Perception, 1972)

Décimo álbum de Gilberto y primer intento de alejarse de los estándares para chequearse con composiciones propias. El resultado es de una excelencia implacable y la cantante brilla no solo como escritora, sino sobre todo como productora, manejando con mano firme una alineación de músicos brasileños orientada al jazz e incluso el progresivo y dando lugar a un conjunto de elevadísima densidad alejado de la bossa nova y el pop y lanzado sin complejos hacia terrenos afrolatinos y tropicalistas. Conjunto irreprochable y posiblemente punto culminante de la discografía de Gilberto. ∎

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