Precios de entradas muy por encima de la lógica, conciertos vendidos como fenómenos sociológicos, recintos abarrotados, limusinas XXL, aviones privados, nostalgia incontrolada. Podría ser un resumen del departamento de marketing de cualquier gira de estadios actual, pero sucedió hace poco más de medio siglo: el anuncio de un tour conjunto de Bob Dylan & The Band recorriendo de un extremo a otro Estados Unidos dio pie a un formato, el de las giras bigger than life, que ya habían chequeado Led Zeppelin y los Stones pero que a partir de entonces quedaría codificado como fórmula infalible. El inicio del infierno que vivimos hoy en día, vamos.
Bien es cierto que había motivos para la histeria colectiva: desde su retirada del directo ocho años antes, las apariciones de Dylan habían sido puntuales y no particularmente memorables. Porque más allá de su infamous participación en el festival de la Isla de Wight de 1969 –apenas una hora donde tanto él como su repertorio se habían mostrado irreconocibles–, estas apariciones se habían contado con los dedos de una mano: tres versiones de temas ajenos en el tributo a Woody Guthrie de 1968, un par de apariciones como músico de apoyo para The Band, veinte minutos en el Concert For Bangladesh, una improvisación a la armónica en la presentación del primer disco de John Prine en el minúsculo Bitter End neoyorquino. Y hasta aquí llegaba el censo.
Si sumamos a esto que, desde su reclusión en Woodstock, las noticias sobre aquel Dylan de lo que algunos calificarían “lost years” habían sido confusas y que en una de las raras entrevistas concedidas por entonces –revista ‘Sing Out!’, verano de 1968– se había explayado sobre un posible retiro definitivo de los escenarios, la ecuación quedaba resuelta: aquel regreso, y acompañado por la misma banda que lo había respaldado en sus shows mercuriales de 1966, era un auténtico second coming que nadie parecía dispuesto a perderse. Y no se entienda como hipérbole el pronombre: el 6% de estadounidenses, una cifra absolutamente ingobernable, había cumplimentado unos visionarios formularios de venta de entradas a distancia –vía correo postal, el electrónico estaba aún por llegar– que alcanzaría los doce millones de peticiones para las apenas 650.000 localidades disponibles.
La feria echó a rodar el 3 de enero en el Chicago Stadium, ese que durante un tiempo había sido el mayor recinto cubierto del planeta. El formato, el idóneo para acoger el estelar double bill: un largo primer tramo alternando repertorio hasta llegar a una pausa intermedia, un set acústico de Dylan en solitario, aparición de la banda para dar descanso a la estrella y un fin de fiesta conjunto antes del bis (único) que cerraba las dos horas y media de ritual.
Los músicos quedaron galvanizados ante el homenaje que el público dedicó espontáneamente a Dylan, encendiendo sus mecheros en el mismo momento en que se apagaron las luces del recinto. Y este arrancó jugando fuerte, no ya por romper ocho largos años de ausencia con una reelaboración de “Hero Blues”, un inédito que solo había interpretado en público una única vez y once años atrás, sino por no haberlo propuesto entre los más de 80 temas ensayados los días previos, lo que obligó a la banda a improvisar sobre la marcha ante los 19.000 espectadores que abarrotaban el recinto. Un opener que no hacía sino anunciar un repertorio inesperado: por allí no asomaron apuestas seguras como “Blowin’ In The Wind”, “Just Like A Woman” o “Mr. Tambourine Man”, pero sí seis temas que nunca habían sonado en directo, cuatro de ellos procedentes de un mayestático disco conjunto, “Planet Waves” (Asylum, 1974), que aún no había llegado a las tiendas por un quítame allá ese título al descartar Dylan a ultimísima hora el previsto “Ceremonies Of The Horsemen”. Cuando la noche siguiente entraron en el repertorio otras cinco composiciones todo apuntó a bacanal dylanita, a esa continua sucesión de sorpresas y rescates imprevistos en que convertiría sus conciertos en años posteriores. Pero el festín no fue tal y, con el sucederse de las fechas, el repertorio fue deslizándose hacia un progresivo anquilosamiento.
Dylan había pagado la novatada al no considerar, habituado como estaba al margen de libertad que permiten los escenarios más reducidos, que el bullicioso público de arenas iba a requerir una formulación más básica. Entre quienes compartían escenario tampoco tardó en instalarse la apatía al comprobar que cualquier nueva apuesta iba a ser irrelevante, deseosa como estaba la concurrencia de ver solo una reproducción lo más fiel posible de esa otra gira, la de 1966, envuelta ya en el halo de la leyenda.
No hubo otra opción que pagar el óbolo del product placement masivo. En un par de días “Hero Blues” era sustituido por un mucho más previsible “Rainy Day Women #12 & 35”, los clásicos de los sesenta no tardaron en copar tramos clave de los conciertos e incluso, en una decisión desconcertante para un músico de tan monumental repertorio, el “Most Likely You Go Your Way (And I’ll Go Mine)” que cerraba las veladas pasó también a abrirlas, sonando dos veces cada noche.
Y así, todo quedó intoxicado por la urgencia, una urgencia que llevó a Dylan hasta a cambiar la lógica de su tramo acústico, ese que había empezado minando de sorpresas y one timers –“Song To Woody”, “4th Time Around”, “It’s All Over Now, Baby Blue”, “Visions Of Johanna”, muchos otros– y terminó encajado en un esquema previsible, descuidando la vocalización en favor de unos acordes disparados muy por encima de las revoluciones necesarias. Valga la comparativa entre el tratamiento de orfebrería que dedicó a “Girl From The North Country” en la primera semana de gira con el que daría a “The Times They Are A-Changin’” en su tramo final para comprobar cómo cualquier ánimo de sutileza había quedado enterrado bajo aquella energía cinética que pareció envolver todo en un resplandor de anfetamina. Y The Band, tras su estela, pisó el acelerador, tomando el despliegue de músculo como único baremo posible, algo que llevaría a uno de los más notorios asistentes al tour, Marlon Brando, a comparar su sonido con el de un tren descarrilando.
De todo esto teníamos un apunte gracias a “Before The Flood” (Asylum, 1974), doble volumen publicado al poco de concluir la gira intentando exprimir la ola triunfal con que el público la había envuelto. Pero como tan habitual es en Dylan con sus discos, no digamos ya con sus discos en directo, aquello quedó un tanto descabalado al presentar solo un esbozo en bruto, con temas seleccionados únicamente entre las dos últimas fechas del tour, cuando la sobredosis de power & energy había consumido cualquier posibilidad de cuidar el repertorio y el agotamiento físico había corroído a la banda.
Eso, el público general, porque los imbuidos en la espiral de la militancia dylanita habían tenido muestras más certeras en los numerosos bootlegs que habían ido apareciendo por el mercado B ya antes de que el tour llegara a su final. Todos, sin excepción, sacaban los colores al apático trabajo de compilación de “Before The Flood”, y por todo ello no cabe otra opción que leer la aparición de este “The 1974 Live Recordings” (Columbia-Legacy-Sony, 2024) como un acto de justicia poética que, 50 años después, permite reconsiderar una de las giras más desconocidas de Dylan sin filtros ni ejercicio de mediación alguna. Todo bajo una apariencia intachable: 27 CDs recogiendo otros tantos conciertos, fundas con portadas independientes conformadas por imágenes inéditas o poco conocidas, caja de cartón duro para precintarlo todo, libreto con fotografías, memorabilia y un texto a cargo de la especialista Elizabeth Nelson. Y ojo, precio cabal, dato tan inusual en los tiempos que corren.
Podría haber resultado un movimiento perfecto, pero no lo es. Y no lo es porque faltan conciertos de la gira, y en un número considerable: 13, más de un cuarto del total. Porque faltan canciones de Dylan, pues no todos los shows se presentan con su contenido íntegro. Y, sobre todo, porque de todos ellos se han extirpado los dos sets de The Band –cinco temas el primero, tres el segundo–, quedando así su presencia relegada a función de mero grupo de acompañamiento, cosa que en ningún momento fue en aquel tour, y negándonos así la plasmación del último destello de una banda que a partir de ahí se encaminaría hacia una lenta autodestrucción.
No parece que debamos desconfiar ante la posibilidad de que la discográfica se haya guardado estas balas en la cartuchera para posibles movimientos futuros: los shows ausentes son aquellos que no fueron registrados desde mesa de mezclas, y la ausencia de las interpretaciones de The Band, suponemos, se debe al intento por esquivar una suma inmanejable de medio centenar largo de discos eliminando un repertorio que, este sí, presentó pocas modificaciones de una noche a otra. Aun así, no podemos negar que el boxset termina dando una apariencia de integral sin serlo, lo que deja a los conversos a esta religión, e incluso a quienes ya perjuraron de ella con una incómoda sensación de oportunidad perdida, algo poco adecuado para un esfuerzo editorial de estas dimensiones.
Y nos adelantamos a la pregunta que cualquier lector cabal se estará haciendo tras la lectura de los anteriores párrafos: ¿tiene sentido esta queja para una summa monstruosa de más de cuatrocientas canciones y treinta horas de duración? Posiblemente no, porque hablamos de un conjunto inabarcable que, esquivando ese problema tan habitual de los Bootleg Series de presentar grabaciones más deficitarias que las ya conocidas por discos piratas, se presenta con un sonido impecable. Porque hablamos de un cantante y una banda en pleno estado de gracia, donde puede que la amenaza de rutina resuene por momentos, pero es imposible no caer derrotado ante una maquinaria sonora tan milimétricamente engrasada. Porque ni uno solo de los conciertos deja de estar poblado de una música de una solidez deslumbrante, de un rosario de composiciones que nunca bajan el listón, de unos The Band infalibles y de un Dylan que brilla con particular vigor en unos tramos acústicos desbordados de intensidad.
Y sobre todo, porque esta sobreabundancia de material permite una inmersión perfecta en esa experiencia que solo Dylan permite, la de ver crecer un repertorio de manera natural, pues fue en esta gira donde inició su costumbre, inalterable el resto de su carrera, de hacer de cada actuación un borrador al que va superponiendo correcciones sin aspirar nunca a una redacción definitiva, sino a ir diseminando pequeños retales que capten un retrato instantáneo de un momento fugaz. Y poder disfrutar como en un mantra de esta secuencia y de manera tan profusa es, para cualquier dylanita, un festín de digestión inagotable, por mucho que se corra el riesgo de acabar empachado ante la generosidad de tamaña cantidad servida en bruto. ∎
Han querido los procelosos azares de la distribución electrónica que Columbia haya decidido no colgar en red el material completo de este boxset, sino solo una selección de veinte temas a modo de sampler recopilatorio para hacer asomar una punta efectiva, pero también minúscula, del iceberg que supone una compilación a la que no cabe otro adjetivo que el de babilónica.
E intentando escapar del esquema más volcado en los greatest hits que esta selección obliga, proponemos aquí una senda anexa como añadido: diez cortes a modo de best of del best of, sí, pero marcando para cada uno de ellos una propuesta alternativa de la que queden trazas por la red cuya suma termine conformando uno de los muchos recorridos paralelos que pueden trazarse con esta edición hercúlea. Con un resultado quizá no más operativo, pero sí más orientativo a la hora de delinear los vericuetos por los que Dylan siempre termina adentrándose en sus directos. Porque, a fin de cuentas, los setlits de los conciertos del muchacho nunca han respondido a caminos marcados de antemano. Para comprobarlo, solo tienen que ir haciendo clic en los enlaces que encontrarán en cada epígrafe.
Las muchas dudas de Dylan a la hora de elegir tema de apertura para la gira se resolvieron por la vía rápida: en menos de una semana la función quedó adjudicada a “Most Likely You Go Your Way (And I’ll Go Mine)”, una canción ya chequeada con The Band en el tramo final de los primeros shows. Decisión que no dejamos de lamentar, pues nada más dylanita que la opción primigenia, un inesperadísimo “Hero Blues” que nunca más volvería a interpretar sobre un escenario.
Sorpresa en Las Gaunas: Dylan decide dejar fuera del repertorio uno de sus temas más reconocibles, “Mr. Tambourine Man”, y rescatarlo fugazmente solo antes del intermedio de la última noche con el exquisito añadido del acordeón de Garth Hudson. Un espacio que en el show de Toronto había ocupado la auténtica rareza de la gira, “As I Went Out One Morning”, única interpretación conocida del tema en la luenga historia de los directos dylanitas.
“Something There Is About You” fue uno de los grandes estrenos de la gira, ubicado en posición de honor durante el primer mes de conciertos, justo antes de “Like A Rolling Stone”, pero que Dylan terminaría supliendo por una rutinaria “Highway 61 Revisited” y dejando caer definitivamente de sus directos. Otro radiante tema de “Planet Waves” (1974) que pudo ser y no fue resultó “Tough Mama”, desaparecido del repertorio tras las tres jornadas iniciales y que Dylan no redescubriría sobre un escenario hasta 1997.
Ha optado el sampler dylanita por esta versión de “Love Minus Zero / No Limit” de la penúltima fecha del tour abandonada a un lastre un tanto monocorde. Dylan, sin embargo, había marcado con ella uno de los highlights de la gira en sus dos interpretaciones previas, marcando el tema con un tono mucho más pausado y una vocalización arrebatada. Ni las deficiencias de sonido de esta grabación hacen perder un ápice de su carga emotiva.
Un Dylan aún reconciliado con su pasado reciente no dudó en revisar en directo una de las joyas de “Bringing It All Back Home” (1965), “She Belongs To Me”. No fue la única revitalización del cancionero acústico escondido en los discos con los que había completado su salto a la electricidad: en el primero de los conciertos del 4 de febrero en St. Louis también había afrontado en su set acústico este inesperado “Desolation Row” de más de ocho minutos de duración.
Otro punto álgido: “Wedding Song”, o declaración de amor desesperada de Dylan a su mujer cuando el matrimonio comenzaba a hacer aguas, como adelantando el torrente confesional de “Blood On The Tracks” (1975). El tema será recurrente a lo largo de la gira y quedará enterrado definitivamente una vez el divorcio se materialice. Difícil no leer en esta clave la única aparición de otro tema de ruptura, “Fourth Time Around”, en uno de los conciertos más señeros, el celebrado en Memphis.
Perfecto ejemplo de la capacidad de The Band para insuflar aire eléctrico a las composiciones acústicas de un Dylan aquí perfectamente medido, calibrando perfectamente su fraseo para “It Ain’t Me Babe” y contagiándose de la sobrecarga de energía que arrastraba el tramo final de la gira sin dejarse en ningún momento arrastrar por ella. Mismo tratamiento que la banda aplicaría a otro instant classic, “Knockin’ On Heaven’s Door”, que Dylan presentó por primera vez en directo la noche del 4 de enero en Chicago.
Pese al brillante trabajo de The Band, no cabe duda de que los tramos acústicos que se reservó Dylan fueron el espacio para los momentos más memorables del tour. La no dependencia del grupo le permitió modificar repertorio según su estado anímico y chequear ocasionalmente temas tan imprevistos como este extraordinario “It’s All Over Now, Baby Blue”, aunque si uno resultó particularmente inopinado ese fue el rescate de otro hito de sus años anfetamínicos, “Visions Of Johanna”.
Los estrenos electrificados fueron piedra angular de la gira, pero ninguno con el peso de “Forever Young”, acogido desde el primer día como el clásico que estaba destinado a ser. Modélica la interpretación en Seattle, con un Dylan de vocalización sinuosa y soberbio a la armónica. Aunque el hallazgo más fructífero sería sin duda alguna el de “Rainy Day Women #12 & 35”, que encontraría aquí una formulación canónica reproducida invariablemente en sucesivas giras y conciertos hasta el día de hoy.
Si alguien necesita una sobreabundancia de épica para concluir este recorrido, allá va este “Blowin’ In The Wind” triunfal que, a partir de esta interpretación en uno de los conciertos del Madison Square Garden, serviría como bis en los conciertos más multitudinarios de la gira. Mismo tono que adquiriría el tema elegido para cerrarlos in media res antes del obligado bis, el mismo “Like A Rolling Stone” que había dado conclusión a la gira de 1966 de Dylan y los todavía The Hawks. ∎