El mismo fin de semana que estalló el escándalo tras la presentación del dúo Bob Vylan en el festival de Glastonbury por su pronunciamiento en favor de Palestina y su consigna “¡Muerte, muerte a las IDF!”, en Gaza, esas mismas Fuerzas de Defensa de Israel llevaban a cabo un nuevo ataque: un bombardeo sin previo aviso sobre un concurrido café junto al mar, que acabó con la vida de una treintena de palestinos.
Ambas noticias aparecieron en los noticiarios y periódicos del mundo. En la BBC se podían leer una al lado de la otra: “La policía lanza una investigación criminal sobre los sets de Bob Vylan y Kneecap en Glastonbury” y “Un ataque israelí contra un café del paseo marítimo de Gaza mata al menos a 20 palestinos, según testigos y rescatistas”. Lo sorprendente es que no fueron las bombas o la muerte de civiles desarmados, incluyendo mujeres y niños que minutos antes celebraban un cumpleaños, los que acapararon mayor metraje o indignación por parte de líderes mundiales, sino las palabras del dúo punk.
“No hay excusa alguna para un discurso de odio tan escandaloso”, afirmaba el primer ministro de Inglaterra, Keir Starmer. La secretaria de estado para la Cultura, Lisa Nandandy, condenaba a la BBC por las escenas transmitidas, calificándolas de “atroces e inaceptables”.
Una semana antes, el ejército israelí había matado a 18 civiles en un centro de distribución de alimentos, tras el bloqueo de la ayuda humanitaria de las agencias de la ONU. A la siguiente, fallecieron otras diez personas, entre ellas seis niños, víctimas de un nuevo ataque mientras esperaban para llenar contenedores de agua. Según un informe de Naciones Unidas, casi 900 gazatíes han muerto en las últimas semanas tratando de conseguir alimentos, mayormente en los centros de ayuda privados gestionados por la controvertida Fundación Humanitaria de Gaza.
Ya son veinte meses de asedio, con acusaciones de crímenes de lesa humanidad y exterminio, según una comisión de investigación auspiciada por la ONU, Human Rights Watch y otras instituciones de derechos humanos, que siguen alertando sobre la profunda crisis humanitaria en Gaza, los ataques indiscriminados contra civiles desarmados y el uso del hambre como método de guerra. Sin embargo, los reclamos siguieron enfocándose en el pronunciamiento de Bob Vylan.
Mientras la policía de Avon y Somerset abría una investigación contra el dúo, el Departamento de Estado estadounidense –equivalente a nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores– revocaba sus visas, impidiendo la gira programada para este otoño. La agencia de management United Talent Agency dejó de representar al grupo y sus actuaciones en el Radar Festival y Kave Fest fueron canceladas. Otro tanto ocurrió con KNEECAP, cuyas visas habían sido revocadas anteriormente, por los mensajes mostrados durante su actuación en Coachella: “Israel está cometiendo genocidio contra el pueblo palestino” y “¡Al diablo con Israel! ¡Liberen a Palestina!”. Según el abogado de inmigración y defensor de la movilidad cultural Matthew Covey, la “aplicación sin precedentes de la Ley de Inmigración” está impulsando a los artistas a cancelar sus giras por Estados Unidos.
El lunes siguiente a las actuaciones de Bob Vylan y KNEECAP en Glastonbury, la BBC pidió disculpas, afirmando que su actuación debió ser retirada del aire, porque aunque “respeta” la libertad de expresión “se mantiene firme contra la incitación a la violencia”. El director general de este grupo mediático público, Tim Davie, recalcó que “los sentimientos antisemitas expresados por Bob Vylan” eran “totalmente inaceptables y no tienen cabida en nuestras ondas”. El propio festival también los condenó: “Sus cánticos se pasaron de la raya y estamos recordando a todos los implicados en la producción del festival que en Glastonbury no hay lugar para el antisemitismo, la incitación al odio o la incitación a la violencia”.
En principio, las autoridades policiales enmarcaron su investigación como un aparente delito de ofensa pública, aunque sin descartar un posible delito de odio. Pero ¿se podría calificar realmente como odio y antisemitismo? “Hoy en día, mucha gente quiere hacerte creer que una banda de punk es la principal amenaza para la paz mundial”, declaró el dúo en un comunicado en sus redes. “No estamos a favor de la muerte de judíos, árabes ni de ninguna otra raza o grupo de personas. Estamos a favor del desmantelamiento de una maquinaria militar violenta. Una maquinaria cuyos soldados recibieron órdenes de usar ‘fuerza letal innecesaria’ contra civiles inocentes que esperaban ayuda. Una maquinaria que ha destruido gran parte de Gaza”, resaltó.
El ejército de Israel efectivamente no representa a todos los judíos como un cuerpo monolítico, ni siquiera a todos los israelíes. Si los judíos no son sinónimo del Estado de Israel –tal y como lo aclaran organizaciones como Jewish Voice For Peace o Global Jews For Palestine–, menos puede equipararse su ejército al pueblo judío. El cantante Bobby Vylan no clamó la muerte de los israelíes, como publicó falsamente el periódico ‘The Mail On Sunday’. No hablaba de personas, ni de un grupo étnico o religioso, sino de una institución militar, un cuerpo armado. Ni siquiera hablaba de una fuerza militar que se defiende ante enemigos, sino de unas fuerzas violentas acusadas internacionalmente de estar cometiendo crímenes de lesa humanidad, provocando hambrunas como arma de guerra y ejecutando una limpieza étnica.
“Cuando niños llegan a los hospitales con heridas de francotiradores en la cabeza, no podemos hablar de antisemitismo”, comentaba la periodista y activista británica Ash Sarkar en Channel 4 sobre las polémicas consignas de Bob Vylan. Recientemente, soldados del ejército de Israel admitieron al periódico israelí ‘Haaretz’ que recibieron la orden de disparar deliberadamente contra gazatíes desarmados que esperaban ayuda humanitaria: “Se los trata como a una fuerza hostil, sin medidas de control de multitudes, sin gas lacrimógeno, solo fuego real con todo lo imaginable: ametralladoras pesadas, lanzagranadas, morteros”, afirmó uno de los soldados. “No hay peligro para las fuerzas”, comentó otro. “No tengo constancia de ningún caso de fuego de respuesta. No hay enemigo, no hay armas”, añadió.
En este contexto, “death to the IDF” resulta, a juicio de analistas como Sarkar o el editor del medio independiente británico ‘Middle East Eye’, Joe Gill, una expresión legítima de rabia e indignación, de la misma manera que se clama por la destrucción del Estado Islámico. El reclamo y su forma encajan perfectamente con los gestos de un género contestatario, llamado a empujar los límites, como antes fue el “Fuck you, I won’t do what you tell me!” de Rage Against The Machine, los ataques de The Clash al thatcherismo, los himnos antimonárquicos de The Smiths o más recientemente el “Fuck The King!” de IDLES, también mentado en el mismo festival del año pasado, mientras la balsa de migrantes de Banksy navegaba sobre la multitud.
La policía ya descartó las acciones contra KNEECAP debido a que no había pruebas suficientes para condenarlos por ningún delito. Y aunque continúan las investigaciones en relación a los comentarios de Bob Vylan, si se aplican análisis como la llamada prueba de Brandenburg, pareciera que el dúo no debería ser procesado: no pueden sancionarse llamamientos abstractos a la violencia o la desobediencia. El acto de corear frases con carga política, como “death to the IDF”, no conduce a una acción violenta concreta e inminente, sino que funciona más como un gesto simbólico de denuncia para provocar la reflexión, en ejercicio de la libertad de expresión.
Como grupo de punk y rap, Bob Vylan siguen una tradición de una lírica furiosa que no pretende –ni debería– ser tomada literalmente. Es arte político, no política partidista, con letras comprometidas y de denuncia social, como “Pulled Pork”, donde condenan la brutalidad policial con versos como “salva una vida y despelleja un cerdo”, o “England’s Ending”, donde el mismo vocalista pronuncia “Mata a la maldita reina / Ella mató a Diana, de todos modos no la amamos”. ¿Acaso se les investigó entonces, pensando que harían un atentado contra la reina de Inglaterra?
La velocidad y la magnitud de la condena institucional y mediática a Bob Vylan también evidencian las presiones políticas y económicas que se vienen ejerciendo en Occidente, poniendo en entredicho la libertad de expresión y el derecho a la información, así como ideologizando la industria del entretenimiento. Las disculpas de la BBC por no haber interrumpido la transmisión del concierto tras las consignas no están alejadas de sus decisiones editoriales previas. De hecho, días antes había cancelado la emisión del documental “Gaza: Doctors Under Attack” (Karim Shah, 2025), lo que llevó a 130 profesionales de la industria, incluyendo empleados de la BBC, a suscribir una carta al director general de la BBC criticando la decisión.
“Naciones Unidas lo ha calificado de genocidio. La BBC lo llama ‘conflicto’”, proyectaba sobre el escenario Bob Vylan. El reclamo no resulta banal ni infundado. De hecho, un estudio del Centre For Media Monitoring demuestra un sesgo sistemático en la cobertura de la situación en Gaza por parte de la BBC: la muerte de los israelíes tiene un 33% de mayor exposición que la muerte de palestinos, a pesar de que el número de víctimas palestinas supera en 34 veces a las israelíes. Solo un 0,5% de los reportajes mencionan que había violencia y ocupación por parte del ejército israelí y del gobierno de Israel antes del 7 de octubre de 2023, mientras que el 40% de los reportes empiezan por comentar los atentados del 7 de octubre a Israel.
En este sentido, el revuelo y las acciones contra Bob Vylan y KNEECAP se producen en medio de un debate más amplio sobre la intersección entre la política, el arte y la industria del entretenimiento. Espectáculos como el Festival de Eurovisión también han estado marcados por ello, cuestionando la injerencia y el peso que podrían tener empresas como la israelí Moroccanoil, principal patrocinadora del evento desde 2020, en situaciones como las advertencias de sanción hechas a RTVE si volvía a emitir comentarios sobre Gaza. El festival Sónar también quedó bajo escrutinio este año por su vinculación con el fondo proisraelí KKR, relacionado con la promoción de inversiones inmobiliarias en territorios pertenecientes al estado palestino, lo que llevó a más de una treintena de artistas a cancelar su participación. Al respecto de todo ello reflexionó nuestra compañera Laia Marsal en esta columna de opinión.
A causa de lo ocurrido en Glastonbury con Bob Vylan y KNEECAP, la BBC afirmó que implementaría “cambios inmediatos en la transmisión en vivo de eventos musicales” y que “cualquier actuación musical considerada de alto riesgo por la BBC no se transmitirá en directo” en el futuro. El festival de Glastonbury, por su parte, con una rica historia de pensamiento y activismo, especialmente en temas medioambientales, ha quedado en entredicho. Si el año pasado su escenario dedicado a debates políticos, Left Field, acogió mesas redondas sobre el conflicto israelí-palestino, la crisis de la vivienda en el Reino Unido y otros temas controvertidos, ¿seguirá siendo un lugar donde los artistas puedan desafiar, inquietar y ofender? ¿O se convertirá en un escenario controlado donde se sancionen ciertas formas de disidencia?
Bob Vylan no son los primeros artistas por su solidaridad con Palestina y, seguramente, no serán los últimos. “Nosotros, al igual que quienes estuvieron en el punto de mira antes, no somos la noticia. Somos una distracción. Y cualquier sanción que recibamos será una distracción”, advirtió la banda en sus redes. “El gobierno no quiere que preguntemos por qué guardan silencio ante esta atrocidad. ¿Por qué no hacen más para detener la matanza? ¿Para alimentar a los hambrientos? Cuanto más tiempo hablan de Bob Vylan, menos tiempo dedican a responder por su inacción criminal”, recalcaron.
Ante esto, el mundo de la música, especialmente en el ámbito anglosajón, ha reaccionado no solo pronunciándose en defensa de la banda y en apoyo a Palestina, sino también creando nuevas plataformas e instancias de disidencia que dejan ver una creciente concienciación sobre su papel como agente social.
También presente en Glastonbury, el grupo de punk Amyl And The Sniffers comentó: “Los medios británicos están furiosos con Bob Vylan y KNEECAP, pero artistas durante todo el fin de semana en Glastonbury, desde pop y rock, hasta rap, punk y DJs, alzaron la voz en el escenario y hubo muchísimas banderas en cada transmisión”. Según la banda, “intentan hacerlo parecer solo un par de incidentes aislados” para que “el público no parezca tan antigenocidio” como se mostró. “Tratan de que Bob y KNEECAP parezcan casos aislados en lugar de mostrar que la situación ha cambiado drásticamente y que la gente está preocupada y desesperada por que nuestros gobiernos escuchen”.
Massive Attack, que en un primer momento instó a los medios de comunicación a centrar su atención en “lo que le sucede diariamente a la gente de Gaza” en lugar de en la polémica por Bob Vylan, acaban de anunciar la creación de un sindicato de artistas junto a Brian Eno, KNEECAP y Fontaines D.C. para continuar alzando la voz. En una publicación en Instagram, los músicos afirmaron que su objetivo era proteger a otros artistas, especialmente a aquellos que se encuentran en las primeras etapas de sus carreras, de ser “amenazados con el silencio o la cancelación de sus carreras” por organizaciones como Abogados del Reino Unido por Israel (UKLFI).
“Las escenas en Gaza han llegado más allá de cualquier posible descripción. Escribimos como artistas que hemos optado por usar nuestras plataformas públicas para denunciar el genocidio que ocurre allí y el papel del gobierno del Reino Unido en facilitarlo”, recalcan, animando a otros artistas a ponerse en contacto para adoptar una postura colectiva sobre demandas que incluyen un alto el fuego inmediato y permanente, acceso inmediato y sin restricciones a Gaza para las agencias de ayuda reconocidas y el fin de las ventas y licencias de armas del Reino Unido a Israel. ∎