Había arrancado un poco torcida la segunda fecha de Bruce Springsteen & The E Street Band en el Reale Arena, el estadio de Anoeta de San Sebastián, debido a la baja médica de Steven Van Zandt, hospitalizado de urgencia como consecuencia de un inoportuno ataque de apendicitis y por ello con una especie de vuelta a aquel período pos-1984, cuando Nils Lofgren era el único guitarrista del grupo aparte del Jefe. Pero es que la cosa se complicó todavía más cuando transcurrida en torno a una hora de concierto este tuvo que suspenderse un rato largo debido a una potente tormenta eléctrica de esas con rayos, centellas, agua y granizo, de todo y a discreción. Fue media hora de parón que sirvió para ir digiriendo la primera parte de un concierto que había comenzado de fábula gracias a canciones como “Lonesome Day” o “Prove It All Night” –interpretada por vez primera en esta gira– y también gracias a una calidad de sonido abrumadora, siempre una sorpresa en los conciertos de estadio.
Una hora larga marcada por su carga política, de cuyo color no ha quedado ninguna duda a lo largo de estos últimos meses. Donald Trump es el enemigo, y mientras unos y otros andábamos entretenidos con que si los músicos deben o no posicionarse, con que si el rock es o debe ser político, resulta que todo un primer espada había decidido subirse al ring y enfrentarse al número uno de los pesos pesados con discurso y con canciones. A esta pelea había venido más o menos dedicando el primer bloque de los conciertos de esta gira y este no fue diferente. Quizá hasta vino bien la tormenta, en un momento de disgusto al ver que canciones como “The River” o “Darkness On The Edge Of Town” habían pasado de largo y otras de mucho menos fuste –pero útiles para el discurso– llevaban un buen rato sonando. Con temas como “Youngstown”, “Murder Incorporated” o “House Of A Thousand Guitars” es complicado levantar un concierto excelente.
Para cuando llegó la lluvia había quedado claro que ya no hay carreras en el escenario, las piruetas pasaron a la historia, también los largos desarrollos instrumentales. Se agradece, sinceramente. Muchos aficionados valoraban, soy consciente, esa entrega total y compromiso hasta físico. Personalmente, esa faceta atlética siempre me dejó algo frío, como si quitara protagonismo a las canciones, que, mira, sí lo merecían. Ahora hay un señor plenamente convincente que se dosifica un poco aunque no mucho, pues si bien han bajado las revoluciones diría que solo lo han hecho en lo ornamental, y de paso propone el clásico repaso a una carrera monumental. Para ello ha dado unos retoques a lo que va quedando de la E Street Band –qué elegancia y prestancia escénica de Roy Bittan y Garry Tallent, por cierto–, ahora apoyada en una sección de viento con bastante protagonismo y en un cuarteto de coristas que aportan cierto aire soul y hasta ligeramente góspel que sientan de maravilla, paradójicamente por lo que tienen de contemporáneamente retro, a un repertorio que nos sabemos de memoria.
Tras el obligado intermedio llegó lo musicalmente mollar. Una larga segunda parte, arrasadora y con varias sorpresas en el repertorio, cuando quien más y quien menos esperaba un show muy similar al que había ofrecido tres días antes en el mismo lugar. Volvía el público a sus puestos mientras Springsteen retomaba la cosa en solitario, con la guitarra eléctrica y un emotivo “Growin’ Up”, otra canción que no había interpretado en esta gira. Todavía quedaba algún debut más, como “Working On The Highway” o “I'm On Fire”, que fueron cayendo en diferentes momentos de la segunda tormenta eléctrica, esta ya la buena. Otras dos horas a las que resultó muy difícil poner pega ninguna salvo, claro, esa verbena soporífera que resulta siempre su tradicional combinado entre “Twist & Shout” y “La Bamba”. Qué bien haría en desterrarla.