Pocos exponentes de la primera fila del jazz actual han podido presumir de una trayectoria tan poliédrica como Armando Anthony Corea. Su web confirmaba su muerte, en su casa de Tampa, Florida, el pasado 9 de febrero a los 79 años a causa de un fulminante cáncer y de la mano de un sentido mensaje: “El mundo no solo necesita más artistas, sino también mucha diversión. A mis increíbles amigos músicos que han sido como familia para mí desde que os conozco: ha sido una bendición y un honor aprender y tocar con todos vosotros. Mi misión siempre ha sido llevar adonde pudiera la alegría de crear, y haberlo logrado con los artistas que he admirado ha sido la riqueza de mi vida”.
Y es que la crónica de Chick Corea siempre ha hecho gala de una vocación colaborativa, regida por su eclecticismo, que lo ha conectado a numerosos músicos de plurales adscripciones estilísticas. Ni más ni menos que el resultado de una continua exploración que tomó como vital punto de partida su nacimiento en Chelsea, Massachusetts, en 1941. Fue su padre, trompetista, quien alimentó un deseo musical que, tomando como escuela los discos de Horace Silver y Bud Powell, se canalizó hacia el piano como vehículo expresivo. El joven Corea pronto dio muestras de su apertura de miras y, tras instalarse en Nueva York en 1962 y pasar de puntillas por la Juilliard School of Music, se embarcó en los grupos de Mongo Santamaría, Willie Bobo o Cal Tjader para reforzar su apego por los ecos latinos. Posteriores colaboraciones con Blue Mitchell, Herbie Mann y Stan Getz destaparon además una considerable veta compositora que terminó de detonar en su debut como líder, bautizado “Tones For Joan’s Bones” (1968; grabado en 1966). Pero fueron los magníficos “Now He Sings, Now He Sobs” (1968) y “The Song Of Singing” (1970), ambos en formato de trío, los jalones que asentaron a Corea en el mapa de la improvisación de aquel tiempo.
Su entrada en el grupo eléctrico de Miles Davis marcó otro paso, y los fundamentales “In A Silent Way” (1969) y “Bitches Brew” (1970) sentaron fundamentos de la alianza de jazz y rock, explotada más tarde por numerosos grupos de fusión. Uno de ellos, el rentable Return To Forever, liderado por el mismo Corea y modelado desde el cálido planteamiento de su álbum homónimo de 1972 hasta el urgente y lustroso jazz-rock de “Romantic Warrior” (1976). El grupo también canalizó la aportación a su obra de Gayle Moran, su segunda mujer. Antes, en 1971, el pianista había dejado más muestras de su versatilidad a través del cuarteto Circle y su inmersión en el free, de dos estupendos volúmenes en solitario de “Piano Improvisations” (1971 / 1972) y de su inicial dueto con Gary Burton en “Crystal Silence” (1973). En el ámbito personal, Corea también anunció a comienzos de década su entrada en la señalada Iglesia de la Cienciología de L. Ronald Hubbard, con la que mantuvo intensa conexión hasta su muerte. Uno de los aspectos más controvertidos y espinosos de su personalidad.
Pero Corea no vivía a gusto sin regresar periódicamente a su veta latina. Tras “Light As A Feather” (1973), junto a RTF, llegó “My Spanish Heart” (1976) para reforzar lazos desde una perspectiva más tópica y forzada. Tampoco funcionaron especialmente bien sus duetos con Herbie Hancock de finales de los setenta, más mediáticos que productivos. El bache remontó puntos en la siguiente década gracias a su querencia por el piano trío y a reuniones de pesos pesados como “Live In Montreux” (1994; grabado en 1981), aunque la disparidad resurgiera en “Touchstone” (1982), su encuentro con Carles Benavent y con su admirado Paco de Lucía, con quien compartió luego muchos escenarios. La Akoustic Band y, sobre todo, las dos etapas de la divulgada Elektric Band reflotaron su renombre antes de hacerse con el control de su producción mediante la activación en 1995 de una discográfica propia, Stretch Records, con la que reavivó su filón creativo en álbumes como “Time Warp” (1995).
Piano solo, homenajes, balances y proyectos como Origin evidenciaron su incapacidad para estancarse, pero también para sedimentar logros mientras que su romance con el piano acústico volvió a ubicarse entre lo mejor de su producción en el nuevo siglo. También hubo tiempo para grabar a dúo con Stefano Bollani, Béla Fleck, el sempiterno Gary Burton o su protegida Hiromi, coliderar con el guitarrista John McLaughlin la Five Peace Band en 2009, suscribir un concierto para quinteto de jazz y orquesta de cámara en “The Continents” (2012) o arrancar el proyecto The Vigil en 2013. Un no parar. Los dos volúmenes de “Trilogy” (2013 / 2018: ediciones japonesas; un año después llegaron las ediciones internacionales) llevaron su rosario de premios Grammy hasta los veintitrés y “The Spanish Heart Band” (2019) congregó a la familia latina, con exponentes flamencos como Niño Josele y Jorge Pardo. Corea mantuvo vivo el fuego de su obra hasta el pasado año, cuando publicó su postrero y considerable “Plays” (2020): de nuevo al piano solo, hablando y repasando a Mozart, Gershwin, Bill Evans, Tom Jobim o Monk. También a Scarlatti, Stevie Wonder o Scriabin, además de ofrecer dedicatoria a Paco de Lucía y duetos con Charles Heisser y Yaron Herman. Referentes y relevos de un músico al que volver para siempre. ∎

Después de un deslumbrante debut como líder con “Tones For Joan’s Bones” (1968), Corea apostó por el formato de trío, prorrogado en el no menos extraordinario “The Song Of Singing” (1970). Su intenso estilo se desplegó sobre una aventurada e interactiva improvisación con Miroslav Vitous y Roy Haynes donde se destapó como compositor de altura. Reforzada por el doble “The Complete IS Sessions”, grabaciones de 1969 publicadas en 2002 por Blue Note, una pieza angular no solo de su discografía, sino del final de esa década.

La rastreadora ruta de Corea recaló brevemente en el free y la improvisación libre simbolizadas por Circle y este doble álbum grabado en la parisina Maison de l'O.R.T.F. Sus compañeros fueron el profesor Anthony Braxton y, heredados de trabajos precedentes, el contrabajista Dave Holland y la batería de Barry Altschul. Su noción abierta y radical no fue bien recibida, aunque mostró sin cortapisas el potencial expresivo del pianista en unas texturas a las que, incómodo, nunca regresaría.

El juego de contrastes que siempre ha definido la crónica de Corea encontró continuidad en la deliciosa ópera prima de su proyecto Return To Forever. Un espacio que destilaba la sucesión eléctrica de Miles Davis para, en palabras de su cantante Flora Purim, “perturbar a la mafia del bebop” y penetrar en el crossover sin disipar su estabilidad jazzística con reflejos latinos y brasileños. La entrada del joven bajista Stanley Clarke y las aportaciones solistas de Joe Farrell ponderaron sus conclusiones.

El álbum mantuvo la misma formación que el debut de RTF, ahondando en un sonido orgánico y cercano liderado por el piano eléctrico del líder y la voz de Flora Purim. Temas emblemáticos como “Children’s Song”, “500 Miles High” o el representativo “Spain” revalidaron un brillante disco cuya reedición ampliada en 1998 ofreció versiones alternativas con clarificadoras tomas de “What Game Shall We Play Today?”, incluida originalmente en su antecesor.

La explosión jazzrockera, compartida con bandas como Mahavishnu Orchestra o Weather Report, obligó a replantear nómina a RTF. Dando protagonismo a la guitarra de Al DiMeola (antes Bill Connors), repitiendo con Stanley Clarke y con la batería de Lenny White, Corea se entregó sin reservas a la efervescencia del género, a medio camino entre la imaginativa estructura y el virtuoso efectismo. Este álbum se encargó de fijar un modelo (per)seguido por un atento y profuso alumnado.

La reverencia de Corea a uno de sus maestros reclutó a un sexteto formado por pujantes valores del neobop como la trompeta de Wallace Roney, los saxos de Kenny Garrett y Joshua Redman y el contrabajo de Christian McBride, además de la batería del veterano Roy Haynes. Huyendo del mimetismo, Corea leyó la música de Powell (1924-1966) desde un oblicuo prisma concretado en un toque penetrante que no descuidaba su infalible pegada rítmica. Una magnífica evocación que concilió a ambas personalidades.

Corea eligió el neoyorquino Blue Note para presentar en sociedad su sexteto Origin. Un título que implicaba una declaración de intenciones dispuesta sobre flamantes timbres acústicos (trombón, saxos, flauta, clarinete…) y renovada nómina (Bob Sheppard, Steve Wilson, Steve Davis, Avishai Cohen y Adam Cruz). Con la excepción de la doble intro de “Say It Again”, sus dilatados desarrollos discurrieron con naturalidad y lucidez y fueron ampliados en una caja de seis discos, gancho para completistas.

El 60 aniversario de nuestro protagonista se celebró con una brillante cita de sus distintos ensembles, de nuevo sobre las tablas del Blue Note. Nueve bandas encarnaron los múltiples talantes de su heterogénea naturaleza, rescatando algunas de sus más emblemáticas partituras (“Matrix”, “Armando’s Blues”), sin descuidar guiños a Monk, Powell o a Joaquín Rodrigo con “Concierto de Aranjuez”. Bobby McFerrin, Gary Burton o Gonzalo Rubalcaba se sumaron a esta singular y fructífera iniciativa.

La alineación de Corea con Eddie Gomez y Paul Motian, socios en su momento del colosal pianista Bill Evans (1929-1980), confluyó en un relevante tributo salpicado por composiciones de Evans y su círculo y grabado –otra vez– en su residencia del Blue Note. Diecinueve capítulos donde el trío instauró una íntima analogía emocional, propia de grandes músicos que priorizaban expresión y sentimiento sobre teoría y técnica y que se concretó en un tema propio de ostensible título: “Bill Evans”.

Este galardonado triple álbum convocó a dos habituales –el contrabajista Christian McBride y el batería Brian Blade– con la intención de reevaluar presencia y exigencia del formato trío acústico a través de una notable alternancia de estándares y temas propios como “Fingerprints” u “Homage”. A la postre, terminó convertido en axioma de que el paso del tiempo no hacía mella en el esplendor y profundidad de su pianismo e incluso se ganó prolongación en un segundo volumen publicado un lustro después. ∎