Wagner y su protoambient nos lleva a la era de Weimar con el tándem insuperable Weill/Brecht y las constataciones siniestras de otro francotirador como Isherwood adaptado al cine. El drama tóxico de Lou Reed ubicado en Berlín nos permite penetrar en el nuevo rock alemán con Harmonia –banda favorita de Brian Eno– y Neu!, Cluster o los pulcros Kraftwerk, cuya obstinación nos priva de la pastoral “Heimatklänge” (1973), de Ralf & Florian. Gracias a Bowie, el Iggy Pop de la “ciudad gris” consiguió lubricar los mundos del protopunk, la vanguardia, el tecno pop y el rock de autor.
Bowie se quedó boquiabierto tras escuchar la versión “low” de los Walker Brothers –acabó versionando “Nite Flights” en “Black Tie White Noise” (Savage-Arista, 1993)–. Los cielos urbanos de Joy Division, el subsuelo helado de Magazine, la melancolía sintetizada de OMD, las conexiones aéreas con jet lag de Japan, The Psychedelic Furs regurgitando su refinada psicodelia rock color Checkpoint Charlie, la alianza cool de Cocteau Twins y Harold Budd, la germanofilia persistente de Depeche Mode en los estudios Hansa, el ambient bleep de los añorados LFO o britpopers con enjundia como Blur son ejemplos de lo que una valiente reinvención es capaz de engendrar.