En septiembre de 1998, Swell hicieron escala en España durante una de sus habituales giras europeas. Alrededor de una hora antes del comienzo previsto para su actuación en Madrid, el día 18, un tipo de piel gris y aspecto descuidado se me acercó mientras esperaba para acceder a la sala El Sol. Era un yonqui que hablaba inglés y buscaba heroína, y no pude ayudarlo. Tras pedirme un cigarrillo, desapareció calle abajo y no volví a verle hasta que, con dos horas de retraso sobre el horario programado, aquel mismo tipo se subió al escenario, se colgó la guitarra y comenzó a cantar. Era David Freel, compositor, líder y frontman de Swell.
Freel había fundado Swell en 1989, en San Francisco (California), junto al personalísimo batería Sean Kirkpatrick, decidido a cumplir el sueño compartido de grabar un disco. En abril de 1990, pocos meses después de poner en marcha el proyecto, y con su amigo Mark Signorelli como bajista, el grupo editó las primeras 433 copias de su debut homónimo al amparo de su propio sello discográfico, pSycho-sPecific. Tras la hazaña, Freel recorrería Europa durante varios meses como músico callejero junto a Signorelli y Kirkpatrick. De vuelta en Estados Unidos, el primer concierto del grupo fue como invitado de Mazzy Star, en agosto de ese mismo año. Tras esto, Signorelli abandona el grupo y entran John Dettman como guitarrista y Monte Vallier –compañero inseparable de Freel durante los siguientes diez años– al bajo.
Los álbumes “…Well?” (pSycho-sPecific, 1991) y “41” (American Recordings, 1993) les granjearon una popularidad creciente sobre todo en Europa, gracias al auge de la escena independiente de la era Nirvana, aunque ellos estuvieran lejos del rugido de las guitarras eléctricas del momento. Su sonido, a medio camino entre el folk y el rock de guitarras acústicas de los primeros Pixies, les confería un aura de extrañeza y oscuridad potenciada por las letras crípticas de Freel. La adicción del líder marcaría un momento decisivo en la historia de Swell. Su siguiente disco, “Too Many Days Without Thinking” (Beggars Banquet, 1997), está marcado por la inestabilidad. El músico cambiaría de residencia buscando un lugar mejor para el desarrollo de su creatividad. Primero marchó a Los Ángeles y después a Nueva York. En mitad del proceso, recibiría la noticia de la expulsión del grupo del sello American Recordings. Todo ello condicionó el proceso de grabación del álbum, que sufrió varios retrasos y se publicó cuatro años después de su predecesor. Ese lapso de tiempo jugó en contra de las expectativas comerciales que tanto Freel como el resto del grupo y su nueva casa discográfica, Beggars Banquet, habían depositado en él. Aun así, es la obra que los coloca en su pico más alto de popularidad y uno de los trabajos favoritos para sus seguidores.
Decidido a marcar su propio estilo sin atender a las leyes del mercado, en “For All The Beautiful People” (Beggars Banquet, 1998) decide dar volantazo y renunciar a buena parte del sonido áspero de la guitarra acústica, clave en el resultado de los discos previos. Incluso experimenta con sintetizadores. Además, hay otro elemento esencial que sus seguidores echarán en falta: ya no está el batería Sean Kirkpatrick, quien después de varias idas y venidas es definitivamente sustituido por Rob Ellis. Crítica y público coinciden al no entender los cambios y, lo que podría haber sido el impulso definitivo para su carrera, no llega a cuajar.
La presión por la deriva de la banda se apodera de David Freel, enrocado en una espiral de autodestrucción que termina por afectar las relaciones entre los miembros del grupo. La situación llega a tal punto que nuestro hombre rompe lazos con Monte Vallier, por entonces ya único miembro fijo, y se queda solo al frente del proyecto. En su siguiente álbum bajo el nombre de Swell, “Everybody Wants to Know” (Beggars Banquet, 2001), compone y toca todos los instrumentos a excepción de la batería, a cargo de Rey Washam. La crítica recibió el álbum con tibieza y el público fue disminuyendo poco a poco en sus actuaciones. En aquellas fechas, Freel declaró que pese a las fricciones con sus compañeros lo que más le gusta era tocar con banda. Quizá por eso firmó una tregua con Sean Kirkpatrick y juntos dieron forma a “Whenever You’re Ready” (Badman, 2003).
El último trabajo a nombre de Swell es “South Of The Rain And Snow” (pSycho-sPecific, 2007). A partir de aquí, Freel continuaría publicando bajo el nombre de Be My Weapon, alias con el que firmó dos discos largos: “March/2009” (Talitres, 2009) y “¡¡Greasy!!” (pSycho-sPecific, 2014). Después se casó y se mudó a Oregón, donde en los últimos años dirigió junto a su esposa Vinyl On Demand, un negocio de fabricación y corte de discos de vinilo especialmente orientado hacia artistas con bajo presupuesto. Falleció el 12 de abril a la edad de 64 años, por causas que todavía no se han revelado. ∎

Ya habían editado su álbum homónimo, pero el público más allá de su círculo inmediato conoció a Swell con este disco en el que su característico sonido es ya del todo reconocible. A saber: guitarras acústicas en primer plano, arreglos de guitarra eléctrica sobrevolando la canción, una batería con mucha personalidad, un bajo con querencia al groove y la voz calmada de David Freel conduciendo todo. Hay algo fantasmal en este álbum; es oscuro pero está repleto de rincones luminosos.

Algunos quisieron emparentar a Swell con American Music Club, otros con Acetone o con Red House Painters, pero lo cierto es que aquí suenan a ellos mismos en su máximo esplendor. Las canciones avanzan sinuosas descubriendo nuevos matices con cada escucha. Las guitarras se retuercen y juguetean, pero siempre al servicio de la melodía. Y la voz de David Freel, marca inconfundible de la casa, saca provecho con lo mínimo. Un trabajo quizás no lo suficientemente valorado al que volver una y otra vez.

El penúltimo disco de Freel es una joya escondida que solo los muy fans llegaron a degustar en su día. Superada ya la época Swell, se muestra aquí como un gran compositor en pleno dominio de sus facultades, inspirado y notablemente liberado de cualquier tipo de corsé. Diez canciones registradas al calor de un pequeño estudio casero, creadas y grabadas sin ningún tipo de pretensión. El resultado es uno de los álbumes más desconocidos de su autor, y también uno de los mejores. ∎