Justo cuando han reabierto las discotecas, el quinteto de pop pluscuamperfecto Doble Pletina regresa de la mano del realizador Stanley Sunday, que los juntó con un puñado de amigos durante unos cuantos sábados para rodar “Stop”, una película musical que nos descubre que también están hechos para la comedia.
Barcelona, 20 de junio. En la Fabra i Coats, la gente que va tomando asiento se congratula de que ya se pueda beber en los conciertos, hasta que Laura Antolín (bajo, voz) sube al escenario y, tomando el micro, dice: “Hola, somos Doble Pletina y hacemos canciones muy tristes”. Sea como fuere, ya llevamos una década felizmente abonados a la melancolía centelleante de sus composiciones y, además, como no vamos a tardar en descubrir, Laura está jugando un poco a ser su personaje en “Stop”, el irresistible caramelo pop de 55 minutos que la banda rodó durante varios fines de semana, entre finales de 2019 y principios de 2020, a las órdenes de su amigo Stanley Sunday, y que ha dado lugar a un EP editado por Austrohúngaro. La canción con la que abren la actuación es, precisamente “Pobre de mí”, que también será la primera que oiremos luego en la película, donde el quinteto que junto a Antolín forman Marc Ribera (guitarra, voz), Francina Ribes (teclados y sintetizador), Jaume Cladera (teclados y sintetizador) y Jordi Llobet (batería) se ve envuelto en una disparatada aventura tras hacerle un regalo un tanto peculiar a su apesadumbrada bajista.
El mes pasado, en el marco del D’A Film Festival, los Doble Pletina ya dieron un concierto, el primero tras el largo hiato pandémico, para presentar en sociedad el filme. Pero la cita en la Fabra tiene una relevancia añadida: vamos a estar algún tiempo sin ver tocar al grupo, puesto que otras prioridades vitales piden espacio –aunque, eso sí, los tenemos en el line up del Primavera Sound 2022–. Consecuentemente, o quizá es que quien esto escribe se hallaba bajo el influjo de llevar tiempo sin verlos, el grupo dispone un setlist balsámico en cuyo ecuador Francina desenvuelve los ensoñadores versos de “Tenemos lagos”, secundada por Laura, hasta que la letra se termina pero seguimos meciéndonos un buen rato en la melodía. En el repertorio también tuvieron cabida algunos de los clásicos del grupo, como “Música para cerrar las discotecas” y “Cruzo los dedos”, protagonistas del emotivo tramo final de la actuación, tras el que Doble Pletina invitaron a los asistentes a no abandonar sus asientos y a disfrutar del aire acondicionado durante la proyección de “Stop”. “Estaba más nervioso hoy que en el concierto del D’A, que llevábamos mucho más tiempo sin tocar”, me dice Jordi cuando le felicito al salir, y empezamos a hablar de la película, que parece haber dejado contento a todo aquel que abandona la sala.
Todo esto ocurría antes de la irrupción de la pandemia, que dejó la película en pausa durante los meses de confinamiento estricto. En el aire quedó un desayuno en el que se llegaron a barajar cosas como filmar una secuencia en un barco o rodar la película entera a lo largo de una semana en Mallorca. Pero, a la vista del resultado, eso fue una especie de bendición. “Las restricciones sanitarias lo hicieron más fácil”, explica Sunday, “porque nadie tenía comidas ni cumpleaños, ni existía el riesgo de que llegaran tarde y con resaca”. “Deseábamos que llegara el día de rodaje para hacer algo durante la semana. Era nuestra actividad social”, añade Jaume, a quien en la película le basta con mover graciosamente los dedos para hacernos reír por lo bajo. Las restricciones, claro está, también obligaron a acotar mucho las localizaciones y el plan de rodaje.
A Stanley Sunday, que viene del analógico y de la experimentación, nada le gusta más que jugar con las imágenes. Con la única ayuda técnica de David Marmota, que se encargó del vestuario y de la toma de sonido –suya es también la casa en la que viven los “amigos prematuros” de los que la programadora y también música Gloria Vilches le habla a su hija Elsa en el prólogo del filme–, Sunday dio forma a un delirante guion que a los Doble Pletina, a día de hoy, les sigue pareciendo un misterio. Según cuenta Marc, este libreto tan solo era un punto de partida: “Al principio, Stanley estaba más interesado en que dijéramos lo que aparecía escrito, pero poco a poco fue evolucionando: corregía algo en una toma, y luego otra cosa en la siguiente, y cada vez iba quedando más natural”. “Tendría que haber habido más ataques de plantas en la película”, se lamenta, divertido, el cineasta valenciano, a quien le pregunto si “Posesión infernal” (1981) le inspiró para imaginar esas plantas que amenazan la tranquilidad de los visitantes del parque del Putxet, a lo que me contesta que de Sam Raimi ha aprendido mucho en lo que a efectos de maquillaje se refiere.
Tampoco estaba del todo prevista la toma más conmovedora de la película, en la que una Laura cuyo rostro es todo un poema entona en playback “Algo de lo que me pueda quejar”, que ya podríamos considerar uno de los hits irremplazables del grupo. “Era lo último que rodábamos ese día, y además se estaba yendo la luz, por lo que pensé que haríamos varios planos y continuaríamos al día siguiente”, rememora Sunday, “pero la vi tan metida que cuando ya llevaba tres cuartas partes de la canción le dije: ‘Laura, ¿puedes llorar?’”. “Son lágrimas de verdad”, ríe Laura mientras trato de sonsacarle en qué pensaba en ese momento: “Me resulta fácil llorar, no me preguntes por qué”, zanja.
Otra pregunta que no tendrá una respuesta precisa, ni falta que hace, es para cuándo el tercer LP de una banda que se siente cómoda tomándose las cosas con calma. “Nos resulta complicado ponernos a pensar en diez canciones”, dice Laura. “Y hemos llegado a tener una decena de composiciones nuevas y decantarnos igualmente por sacar un single”, continúa Jaume, cogiendo ese hilo. Quizá sus amigos de Austrohúngaro puedan hacer algo a este respecto. De momento, “Stop” se verá pronto en varias ciudades españolas, empezando por Madrid, el próximo 17 de julio. Y nada mejor para refrescar una de esas sofocantes tardes de verano que este filme-cómic hecho en casa, al estilo del primer Jess Franco –el de perlas como “Tenemos 18 años” (1959)–, que desprende la contagiosa alegría de las películas hechas por y para (y con) los amigos y en la que quizá descubran formas elegantes de sustraer un teléfono móvil. ∎