A principios de mayo, el día 5 concretamente, la franquicia argentina de ‘Rolling Stone’ publicaba una apreciación sobre un fenómeno al que llamaban “postpunkdemia”, una especie de reverdecimiento del rock y del punk entre las generaciones más jóvenes que se supone ha seguido a la pandemia. Más allá de lo preciso o no del reportaje, de sus premisas, lo que alumbra es la consolidación de una nueva escena de bandas de códigos guitarreros en las que no solo militan jóvenes nacidos y nacidas después del 2000, sino que también logra movilizar a sus iguales. Es un hecho, vamos a decir, puramente numérico. Y algo parecido podría decirse de España: vivimos, especialmente en Madrid, una nueva edad de oro del underground pop-rockero; las guitarras siguen siendo, para muchos jóvenes en la transición a la veintena, la forma idónea de expresión para sus ansiedades y deseos.
Aunque pueda ser cierto que el parón forzoso o haber perdido cosas puede motivar una decisión a priori demasiado arriesgada como la de dedicarte a la música o que estas circunstancias hayan tenido un efecto llamada, señalar a la pandemia como punto de inflexión quizá sea una decisión peliculera, un poco efectista, que busca dotar a esta “realidad” de una trama y una narrativa: en la tradición anglo todo esto se ha entendido naturalmente, con una genealogía que puede trazarse desde The Libertines para llegar hasta, por ejemplo, Fontaines D.C. Esa abundancia de artistas que tenemos hoy, tanto en Argentina como en España como en otras localizaciones iberoamericanas, se explica mejor siguiendo los ejemplos de bandas relativamente contemporáneas pero muy anteriores a los confinamientos, como Él Mató A Un Policía Motorizado allí o Mujeres y Carolina Durante aquí.
El año pasado fue de cambios. Plenamente configurados como cuarteto y ofreciendo un EP, “¡Apaga eso, niño!” (Autoeditado, 2022), en el que no solo se notaba un salto adelante en cuanto al sonido, más sólido y grabado en mejores condiciones, sino en el que se ampliaban todos los registros de la banda. Ritmos de batería más abiertos, guitarras más brillantes –y, al mismo tiempo, más rugosas– y un estilo vocal en el que se intuía cada vez más personalidad. Un equilibrio entre la melancolía post-emo y el inflamable himno coreable, entre la tristeza y la rabia generacionales, que deja momentos estelares como “Mariposas” y, sobre todo, “Los portales”.
El siguiente paso era natural, sobre todo después de varias noches con el cartel de sold out colgado en la capital: fichar por un sello que podría haber sido Sonido Muchacho o La Castanya, pero que finalmente ha sido Mont Ventoux. Bajo su paraguas estrenarán el 2 de junio –tras su presentación el pasado 26 de mayo en la Wurli mediante– su tercer EP, “Nada bueno”, para el que han contado con Juan Pedrayes, de Carolina Durante, como productor. En el disco se siente un nuevo salto de nivel, a tenor de lo escuchado en dos sencillos tan bien diseñados como “Nunca vuelvas a pisar Madrid” –puro fuego dosmilero y primera vez en la que emplean sus voces de una manera más polifónica, incluyendo los coros de Sara– y ese híbrido entre himno antonomásico de sus padrinos –ese preestribillo– y trallazo de la banda sonora del “Burnout 3” (Alex Ward, 2003) que es “Consuelo emocional”. Dijo un sabio que de los errores siempre salen los grandes aciertos, pero también puede no ser así; permítanme que me equivoque. También me puedo equivocar con el futuro de estos “otros cuatro chavales”, pero les auguro un 2023 que al menos ellos no olvidarán nunca. Y el futuro, pues ya se verá. ∎