En un marco incomparable. Foto: Mauri Buhigas
En un marco incomparable. Foto: Mauri Buhigas

Concierto

Justin Timberlake, el espectáculo calculado

El astro estadounidense abrió la presente edición de Icónica Santalucía Sevilla Fest el pasado viernes, con el fulgor de los grandes acontecimientos, ante 16.000 personas. Dejó un sabor agridulce. Todo muy profesional, pero le faltó duende.

Justin Timberlake inauguró la quinta edición del Icónica Santalucía Sevilla Fest con llenazo (16.000 espectadores) y cierto aroma de acontecimiento histórico. En la nota de prensa de la organización se resaltaba no solo que este sería el único concierto del ex-NSYNC en España, sino que hacía 20 años que no venía. En realidad, eran 21: su primera visita fue en la sala Pachá de Madrid el 28 de enero de 2004, en una especie de showcase al margen de su primera gira en solitario, con media docena de temas interpretados ante apenas 500 personas. Entonces, con su primer álbum, “Justified” (2003), aún estaba intentando hacerse un hueco en el mercado español, siempre tan difícil para estos artistas enraizados en el R&B, y la sensación era de expectativa ante un futuro incierto, que terminó por ser triunfal nivel una-de-las-mayores-estrellas-del-pop-global-del-siglo-XXI. Tras pasar de España (no había público, no salían los números, intuyo) durante toda su época de gloria, ahora por fin ya vino como parte de una gira en condiciones, el Forget Tomorrow World Tour, que encara su recta final después de dos años. Y, en cierto modo, el título de la gira le venía como anillo al dedo, porque ahora el aroma era más nostálgico, era, básicamente, una cita con el pasado (inmediato, pero pasado) del pop. Momento sintomático fue cuando una fan le mostró una pancarta pidiéndole un selfi para celebrar su 40 cumpleaños, y ahí nos cayó a todos la losa del tiempo. Justin Timberlake dejó hace tiempo de ser un ídolo juvenil y ahora actúa para un público de mediana edad, que también es el que tiene el poder adquisitivo necesario para permitírselo.

Eso sí, Justin salió al escenario de la sevillana Plaza de España (lo de “marco incomparable” se inventó para estas ocasiones) con toda la artillería: cuatro coristas, cuarteto de metales, dos guitarras, un teclista, un DJ, un bajo, un batería y dos cámaras lo acompañaban sobre las tablas, con visuales muy prominentes, aunque no tan espectaculares como se podría suponer. Frente a otras estrellas del pop mainstream de su calibre, que osan salir a escena sin instrumentistas, él apostó por la idea de música en directo frontal y orgánica: no hubo ningún cambio de vestuario ni dividió el espectáculo en diversos actos. Durante 90 minutos exactos, su banda (a la que presentó varias veces como JT & The Tennessee Kids, haciendo ver que él era parte de la misma y no un astro en solitario) encadenó un tema tras otro sin pausa, sonando nítida y contundente –con especial protagonismo de los metales– y escenificándolos de modo coreografiado, con la mayor parte de los músicos formando parte de ello. Me recordó, en ese sentido, a los espectáculos de David Byrne, aunque con menos sensación de extrañeza arty y algo más de pomposidad, más onda show business.

Justin: sexy boy. Foto: Mauri Buhigas
Justin: sexy boy. Foto: Mauri Buhigas

Porque lo que evidenció el estadounidense sobre todo es que es un showman de los grandes: estupendo vocalista e intérprete, carismático bailarín y músico versátil que tocó guitarra acústica y teclados en varias ocasiones. De su talento como compositor siempre he tenido dudas. De hecho, tras arrancar a lo grande con dos temas aclamados como “Mirrors” y “Cry Me A River” (que finalizó en onda metalera-apocalíptica), el entusiasmo de la multitud fue bajando paulatinamente a medida que el concierto iba avanzando sin que el ídolo sacase conejos especialmente resultones de su chistera. Quiero decir, buscaba un show que se sustentase, sobre todo, con las canciones, y no todas las canciones estaban al mismo nivel.

Hubo algunos guiños para iniciados, que a mí me gustaron, como intercalar versos de “Fame”, de David Bowie, en “Sexy Ladies”, o de “Careless Whisper”, de George Michael, al final de “What Goes Around… Comes Around”, por no hablar de la camiseta que portaba con el rostro de James Brown. Quiero pensar que no fue accidental que la llevase oculta bajo una cazadora durante todo el concierto (temperatura media, 35 grados a esas horas de la noche), y que se quedase solo con la camiseta precisamente en el número final, ni más ni menos que “SexyBack”. “I’m bringin’ sexy back  / Them other boys don’t know how to act”, y muestra la cara del padrino. O sea, eso es molar: rendir un homenaje a tus referentes para que no todo sea superego.

Pero hubo bastantes momentos tediosos durante la parte central del concierto, salvo que uno sea fan de los solos y de virguerías instrumentales varias, o de las baladas acústicas en un concierto disco-pop. El público se volvió arriba con “Rock Your Body”, “Can’t Stop The Feeling” (quizá la más celebrada de la noche) y una versión bastante potente de “Holy Grail”, de Jay-Z, incluso aunque lo hiciese abanderando un trapo rojigualda. El respetable llegó a lololearle el cántico del “Seven Nation Army” de The White Stripes ante su regocijo, y el cantante hizo una pausa para soltar un speech y, en especial, agradecer su fidelidad a quien le había seguido durante todas estas décadas. “Gracias por hacer realidad los sueños de este chico de Tennessee”, dijo con esa retórica estandarizada de la estrella multimillonaria que te intenta convencer de que él está más cerca de ti de lo que tú piensas, y de que lo más importante es el cariño del público.

Demasiado piloto automático. Foto: Mauri Buhigas
Demasiado piloto automático. Foto: Mauri Buhigas

Ya cerca del final, hubo un momento muy resultón: cuando presentó a su DJ, Andrew Hypes, quien disparó las bases para una especie de medley de colaboraciones estelares de Justin (“Ayo Technology”, “Chop Me Up”, “Give It To Me” y una estelar “4 Minutes”), con él cantando y la banda tocando por encima. Fue punto culminante, que siguió con “Let The Groove In” y la ya mencionada “SexyBack”. Tras ella, JT ni siquiera quiso hacer el paripé de un bis y, con el teclado delante, finalizó con el soul meloso de “Until The End Of Time”, incitó a celebrar el amor, le hizo el símbolo del corazón al público, pero en realidad era soul de fórmula sin alma, bajo el piloto automático de los lugares comunes. Al abandonar el recinto, a mi alrededor veía, sobre todo, rostros decepcionados. Un gran espectáculo, calculado al milímetro, pero al que le faltó algo. Tal vez espíritu, verdad o, ya que estábamos donde estábamos… ¿duende?

El Icónica Santalucía Sevilla Fest, por cierto, es un ciclo de conciertos que se seguirá desarrollando en el mismo emplazamiento durante el próximo mes y medio. Entre las próximas citas de interés me gustaría destacar a Black Coffee (8 de junio), Pet Shop Boys (17 de junio), Residente + Kaze (26 de junio), Cypress Hill + Molotov (2 de julio), Megadeth (3 de julio), Madness (6 de julio), Jean-Michel Jarre (8 de julio), Parov Stelar + Vitalic (9 de julio) y Kylie Minogue, quien cerrará los fastos el 14 de julio. ∎

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