Curtido en las calles de Brownsville, en Brooklyn, lo de Ka (1972-2024) es un caso prácticamente insólito dentro de las dinámicas del hip hop. No en vano, aunque ya chapoteó en los noventa en grupos como Natural Elements, cuando realmente arranca su trayectoria musical es en 2008, a la edad de 36 años. Desde este momento en adelante, todos sus pasos han ido encaminados hacia la depuración de una arcadia hip hop elaborada como si del góspel de este siglo se tratara.
En este sentido, oración y flow equilibran las fuerzas de un discurso cuya impronta estilística cobra significado a través de una narrativa surgida de una poética del hip hop conectada con el spoken word. Y lo hace a través de un puente invisible con divulgadores natos de la palabra de los suburbios como Gill Scott-Heron.
Pero antes de emprender el vuelo en solitario, Ka –o lo que es lo mismo, Kaseem Ryan, fallecido por causas desconocidas el pasado 12 de octubre– fue quemando etapas hasta encontrar el modus operandi de su oratoria: la de un tipo que cifró el meridiano exacto en el relato del día a día de un barrio asolado por la dureza de su entorno social y la redención espiritual que asoma en cada una de sus plegarias soul.
A partir de estos mimbres, pocas veces el sonido de un emplazamiento geográfico muy concreto ha sonado tan descriptivo y espiritual. Tal como explicaba el propio Ka en 2016 para ‘The Fader’: “En los años setenta, la comunidad te criaba. Salías a la calle y tu vecino se lo contaba a tu madre. Las cosas cambiaron con la llegada del crack. Pasamos a ser menos comunitarios. Yo iba más en plan ‘¡eh, estoy ganando dinero, que se jodan todos los demás!’. Era porque ciertas personas conseguían dinero. Si alguien iba a vender estas drogas, bien podría ser yo. Eso arruinó el crecimiento de la comunidad”.
La dureza de su entorno siempre fue la máxima motivación para que aflorase la inspiración de cada una de las escenas que fueron alimentando su imaginario lírico. En este sentido, también fue clave su trabajo como bombero entre 1999 y 2009, años que sembraron de historias su mente –además de ayudarlo a completar una radiografía social de las zonas más empobrecidas de Brownsville– y lo impulsaron a retomar su carrera musical a su nombre.
Es así como, a través de sus canciones, emergen imágenes dibujadas entre la descripción de un infierno –el barrio– y un cielo al que aspirar. De esta visualización de su entorno brotaron momentos cumbre del hip hop de nuestro siglo como su actualización afroamericana de la ortodoxia kosmische en “Like Me”, uno de los pilares sobre los que se sustenta “A Martyr’s Reward” (Iron Works, 2021). Cortes como este definen el crecimiento musical de un proyecto que, en sus primeros pasos, abogaba por un minimalismo digital que fue mutando hacia un microcosmos que reproduce la genética de su raza por medio de la inserción de elementos jazz, góspel y blues como vertebradores principales.
Dichos estilos ya fueron plenamente desarrollados en “Grief Pedigree” (Iron Works, 2012), su segundo LP, donde la consciencia arty de sus oraciones cobra una nueva dimensión, que personaliza más que nunca un cuerpo creativo al otro extremo del superyó nietzscheano instaurado en los años ochenta por LL Cool J en la dialéctica hip hop.
Filósofo callejero de profunda condición emocional, sus letras alcanzaron un significado mayor en cuanto fue desarrollando temáticas relacionadas con el papel de la comunidad afroamericana en el cristianismo, tal como queda reflejado en “The Thief Next To Jesus” (Iron Works, 2024), su último álbum.
Activista de la palabra, dentada y poética al mismo tiempo, en su trayectoria discográfica no se distingue una obra mayor que el resto. Lo suyo siempre ha sido un cuerpo de trabajo en movimiento que se degusta como si se tratara de diferentes capítulos de una novela escrita para encontrar la luz de Dios, o lo que se podría entender como hip hop cristiano. Uno no exento de medidos disparos de francotirador cuando toca sacar a la luz las miserias del gueto, un lugar armado de razones para hacerse sentir a través de su flow, donde lo literal y la espiritualidad de lo etéreo cobran matices que han servido como plantilla para buena parte de la rica comunidad neoyorquina underground del hip hop que encabezan alumnos aventajados como MIKE.
Ahora que su mundo ya no va a ofrecer nuevos territorios discográficos que degustar, nos queda un hermoso legado musical que debería ser recordado como una aportación intensa: lo que significa armar los raíles del futuro a través de una impostada memoria clasicista. Lo que se entiende como un verdadero gurú atemporal que, vivo o muerto, ha trascendido como una de las voces que no se podrán olvidar domine quien domine los consensos futuros de los gustos en materia hip hop. ∎

El arranque de la saga instaurada por Ka en solitario es un embrión aún alejado de la riqueza ornamental desarrollada en posteriores trabajos, pero se define por ser un tratado de hip hop urbano que escupe bocados de realidad con una elegancia no vista desde los tiempos de gloria de Guru. El esqueleto rítmico que fluye en cada rima reproduce una tensión nocturna atrayente, como en “Sunday To Sunday” o “Really Though”. Puñetazos a cámara lenta que subrayan una bélica letanía hip hop.

Después de habernos dejado un LP tan sobresaliente como “Descendants Of Cain” (2020), prosigue el crecimiento de una voz que, por trabajos de prestidigitación instrumental como este, deberían ayudar a recordar que, ante todo, Ka era un productor único a la hora de enhebrar samples, arreglos donde toda la arquitectura sonora deviene en una rica torre de Babel. Una por la que emergen las raíces de la música negra solemne y astral, mística y callejera al mismo tiempo. Todo un hito sustentado por joyas como “I Notice”.

Hace dos meses que se publicó el testamento discográfico de Ka. Sin duda su disco más sobrio y sofisticado hasta la fecha. Toda una demostración del verdadero significado de “buen gusto”, incrustado en cortes gobernados por la premisa de un título tan bíblico como el escogido para nombrar un vibrante crisol de plegarias armadas en torno a una celebración, solemne y épica, que casi se podría describir como una misa donde el templo es la calle y en la que todos los miedos de su gente son quemados en una pira de fuego soul. ∎