Elegir en la adolescencia a Billie Holiday como modelo a seguir conlleva ciertas responsabilidades. No solo hay que cantar como un ángel herido, sino también saber evitar el fatal destino de semejante heroína (encarcelamiento, drogadicción, alcoholismo, enfermedad cardíaca, bancarrota y muerte por cirrosis a los 44 años). Por suerte,
Madeleine Peyroux no muestra signos de querer repetir el pasado de Lady Day recorriendo el mismo calvario. En su caso, es mucho más probable que la crisis venga provocada por el choque entre la vocación que ha escogido y las exigencias de una carrera profesional.
Tal dilema se hace evidente en sus recortes de prensa, donde los elogios artísticos aparecen impregnados de historias de entrevistas canceladas, de abandono de programas de televisión e incluso de una notoria “desaparición en combate” durante una gira promocional en el Reino Unido en 2005. Aparte, también está el lapso transcurrido entre
“Dreamland” (Atlantic, 1996), su álbum de debut aclamado por la crítica, y el éxito comercial de
“Careless Love” (Rounder, 2004), precedente de su última entrega,
“Half The Perfect World” (Rounder-Emarcy-Universal, 2006). Todo parece apuntar a una mujer con, digamos, una actitud ambivalente hacia la fama.
A mi llegada a un hotel anticuado aunque lleno de encanto en una callejuela de Bristol, soy recibido por un alegre representante de la discográfica.
“Madeleine no está en el hotel en este momento”, anuncia. Alzo una ceja interrogante.
“No disponen de conexión a internet, así que ha salido a mirar su correo”. Mientras espero, ocupo una mesa estratégica en el restaurante desde donde contemplo el ajetreo de oficinistas en su hora de comer. De pronto, veo al alegre representante de la discográfica en la calle de al lado, alejándose del hotel a toda pastilla. ¿Ha salido por patas de nuevo la famosa diva con reputación de solitaria?