Will Sheff tiene ya sus años (49) y una buena carrera a sus espaldas como líder de Okkervil River, pero al subirse ayer al escenario de Dabadaba –la gira había pasado previamente por Santander y Santiago de Compostela– con la actual formación del grupo tenían todos ellos algo de estudiantes de instituto que han coincidido en un aula de castigo, cada uno de su madre y de su padre, y de pronto han congeniado. Will con su melena casi hippy y su look jeans orgullosamente trasnochado, el guitarrista de la camisola arty, la bajista con su vestido y sus garabatos tatuados, y el batería con una especie de mono blanco que repentinamente se ponía a tocar el clarinete en algunas canciones. Sin embargo, el talante de compañerismo fue intachable, todos a una defendiendo y engalanando esas composiciones de Sheff, generosas en sus letras extensas y sentidas.
El indie rock de Okkervil River tiene muchos matices y derivas, desde el tono confesional de cantautor clásico al empuje country rock diseñado por Neil Young o una cierta tendencia a la épica que puede acercarse a la sofisticación de The National o a cierta intensidad del grunge: también a Sheff le gusta empezar suave e íntimo para lanzarse en la segunda parte de la canción a la cabalgada eléctrica y el riff remarcado. Siempre manteniendo la distorsión en un nivel prudente.
Empezaron con “Plus Ones”, “It Ends With A Fall” y “Don’t Move Back To L. A.”, esta última con especial protagonismo de la bajista, su instrumento y sus coros. A Sheff le mueve la pasión, que enseguida contagia a sus compañeros y la máquina colaborativa está todo el tiempo a pleno rendimiento. Sheff se deja llevar por sus palabras, se crece en los tonos altos y a veces parece que se va a desgañitar, pero controla. Disfruta tanto con las posibilidades de sus canciones que a veces hace la primera parte con la guitarra electroacústica y en la última estrofa deja la púa y lleva los acordes al piano eléctrico.
Ese apasionamiento, envuelto en los efectos de la guitarra eléctrica cargada de reverberaciones, trémolos y refinada distorsión, sobre la base acústica que mantiene Sheff, fue una fuerza de convicción infalible para el público, que sumó una buena entrada para ser un martes de septiembre. “Down The River Of Golden Dreams”, “Okkervil River R.I.P.”, en la que la bajista se pasó momentáneamente al teclado, o “In The Thick Of It” y la muy intensa y contagiosa “Like The Last Time”, ambas del álbum de Sheff en solitario, confirmaron la combinación de naturalidad y solidez. “He plays con su guitarra pequeño y fuerte” (sic), dijo Sheff tras uno de los vibrantes solos de su compañero, y ya nos había llamado la atención el tamaño menudo y el modelo extraño de unas guitarras que sin embargo sonaban poderosas.
Todo fluyó entre paisajes de americana de campo y ciudad, confesiones dolorosas y ramalazos de compañerismo eufórico, y al terminar “Unlike It Kicks”, el guitarrista anunció que su amplificador había muerto y preguntó si había algún otro en la sala. Sheff dijo que podía cantar una canción mientras lo solucionaban, y se entregó absolutamente con la emocionante “A Stone”, sin que todo el proceso de cambiar el ampli, enchufar y probar, con ayuda del batería, interfiriera en la concentración del cantautor y del público. Un trabajo con precisión de Fórmula 1, de modo que el guitarrista llegó a tiempo de coronar con un pequeño punteo el éxtasis que había alcanzado Sheff en solitario. Y celebraron el triunfo colectivo con una entusiasta “For Real”.
Se extendieron hasta la hora y media con el triple bis –“es la segunda vez que vengo a Donostia, la primera fue un viaje de vacaciones con mi familia, así que este regreso es muy emocionante para mí”, explicó Sheff– que incluyó “Days Spent Floating (In The Halfbetween)”, “The Valley” y, lo más divertido, una versión de la saltarina “No Key, No Plan” que Sheff cantó traducida al castellano leyendo en un papel, y que en el estribillo, en lugar de “You’ve never earned your soul, I know”, decía “No hablo español, no sé”. El público lo siguió coreando cuando ellos ya salían del escenario, claro. Y con una sonrisa por el placentero y generoso bolo. ∎