Ágora Radiohead. Foto: César Luquero
Ágora Radiohead. Foto: César Luquero

Concierto

Radiohead, que el tiempo no te cambie

Madrid acogió anoche el primero de los conciertos con que Radiohead va a sellar su anhelado regreso escénico. Como todavía quedan 19 por delante –tres de ellos en el Movistar Arena de la capital: hoy, el viernes y el sábado–, vaya usted a saber cómo se desarrolla el tour, pero ayer pudimos rencontrarnos con un grupo carismático y arriesgado que solo atiende a su propio decálogo artístico.

Se convocó al público a las siete y media de la tarde porque supuestamente a esa hora se iban a “apagar las luces” e iban a pasar cosas, pero ni lo uno ni lo otro. Las lámparas del recinto –que estaba bastante lleno para lo que acostumbra en el turno del telonero– siguieron encendidas hasta las ocho y cuarto mientras sonaban bajito ciclos de bass sin drum con algo de ruido griscasiblanco. Luego pusieron una de Danny Brown y otra de Mark Pritchard, pero de lo dicho, del cuarto oscuro, nada de nada. En el centro de la pista un escenario poligonal prácticamente redondo cercado por pantallas de LED esperaba a que el quinteto británico lo pisara por vez primera en esta gira. La introducción al concierto se hizo laaaarga, una adaptación del mítico juego Simón pero a lo bestia –para 17.000 espectadores en este caso– y ex machina: en lugar de reproducir la serie de sonido y color, había que seguirle el rollo al que pulsaba los botones desde el control. Una hora perdida, vaya.

Menos mal que todo lo bueno estaba aún por venir e iba a servirse del tirón, durante algo más de dos horas, sin demasiadas concesiones ni movimientos cara a la galería. No hubo discursos, ni colegueo innecesario ante un público rendido, ni hostias. A Thom Yorke se le escapó un “gracias” a los 40 minutos de haber empezado, por ahí fueron los tiros. Y Radiohead interpretaron las tres primeras canciones dentro de su punterísima jaula traslúcida, que permitía verlos fundidos con la elaborada señal de video recogida por las cámaras repartidas por el cascarón. Para cada canción se plantean realizaciones y paletas cromáticas muy diferentes y la propuesta escénica no encandila por lo tecnológico, que también, sino por su dimensión creativa, perfectamente integrada en el global del espectáculo.

Thom Yorke emite en la frecuencia de Radiohead. Foto: Alex Lake
Thom Yorke emite en la frecuencia de Radiohead. Foto: Alex Lake

Con el grupo ahí metido, Thom Yorke poco suelto todavía y una terna inicial formada por “Let Down”, “2+2=5” y “Sit Down. Stand Up”, parecía que nos iba a tocar la china de la intensidad a toda costa, pero a partir de “Bloom” y sobre todo “Lucky” –los paneles empiezan a abrirse, se levanta el velo digital que separa a los músicos del público– empezó a correr el aire y también comenzaron a formarse nubes de tormenta. Tras el empellón motorik de “Full Stop” –el batería Phil Selway ocupa el centro del ruedo pero no está solo, sino secundado por el percusionista Chris Vatalaro, que toca casi siempre al unísono aunque aportando diferente timbre– y los subgraves asesinos de la psicodélica “The Gloaming” –que amenazan con seccionar esternones–, llega “Myxomatosis” y nos dejamos hacer por un Yorke por fin metido en harina, cómodo e incluso lúbrico en su fraseo. El primer hito de la velada, la primera gran ovación, llega con la somnolienta “No Surprises” y su distintiva melodía de glockenspiel, y con “Weird Fishes/Arpeggi” la atmósfera del pabellón se electrifica. Está todo dios dentrísimo, se comprueba en “Everything In Its Right Place”, porque el público empuja al grupo, aprieta con él, mientras la voz de Yorke se va descomponiendo y la canción se descuajaringa ante nosotros. Con la hipnótica “15 Step”, el líder se abandona completamente al baile y crece el campo magnético entre los músicos, que cruzan las miradas para ver qué pasa, como si quisieran confirmar que todavía pueden llevar un poco más lejos la interpretación, cosa que sucede con “Bodysnatchers” en plan asalvajao y la rúbrica al concierto vía “Idioteque”, con Jonny Greenwood hurgando en su generoso panel de sintes modulares mientras su hermano Colin bate palmas y Yorke se resigna a bajar de la cresta por la que camina desde hace hora y media.

No se hizo esperar el bis, con “Fake Plastic Trees” mostrando la faceta más convencional y asequible del grupo, aunque Jonny Greenwood hiciera sangrar su guitarra a base de bien. Luego flotamos en el espacio porque tocaron “Subterranean Homesick Alien” y el concierto devino eucaristía en el turno de “Paranoid Android”, con ese trenzado de guitarras Greenwood-O’Brien en el que caben mundos enteros. Pero fue “Karma Police” –en este último tramo también apabullaron “How To Disappear Completely” y “There There”, benditos sean– la elegida para concluir en modo ochomil un concierto que también sonó a manifiesto, porque Radiohead sigue sin deponer su actitud desafiante y parece dispuesto a preservar el significado artístico de su cancionero sin renunciar por ello a un show cuidadísimo. Con las luces ya encendidas, mientras el público desfilaba hacia la calle, se proyectaron los artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos a ritmo de “Oh! Brother”, de The Fall. ∎

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