Remate es más de dejarse sorprender por el propio proceso, por los hallazgos del camino: “Antes, cuando componía canciones, siempre escribía cosas antes y de esas cosas salían las canciones”, explica en esta conversación con Rockdelux, ilustrada por fotos realizadas en el Real Jardín Botánico de Madrid, que cedió amablemente parte de su espacio para la sesión. Y amplía la información sobre dicho proceso: “Por otro lado, estaba con melodías instrumentales o bases. Estos años, durante ese proceso en el que me dejo llevar, porque no lo controlo sino que me dejo llevar como el que pesca, no controlas lo que pescas, sucedió algo diferente: me encontré con un libro”.
Libros encontrados… y bandas sonoras ¿buscadas? que acaban modificando el proceso, la relación con la música y, evidentemente, el resultado final de un disco como “Dos galgos blancos” (Everlasting-Popstock!, 2023): “Creo que gracias a las bandas sonoras he aprendido a mirar a los sonidos como si no supiera lo que son. Eso en la música de cine es primordial. El exceso te roba atención, impide que te concentres en la secuencia o le des un significado más polisémico”.
Entonces, ¿me aclaras la relación entre el libro y el disco? Porque, para empezar, las canciones se titulan como ocho de sus diez episodios…
Sí, pero la relación no es directa. Me gusta que la gente encuentre cierta relación –y quien lo haya leído y escuche el disco la encuentra sin mayor complejidad–, pero es una relación más de ciencia ficción. Son dos realidades paralelas en las que hay cosas que coinciden y otras que divergen mogollón. Es como una película de ciencia ficción, en la que puedes elegir tu mundo, ¿no? Y hay personajes que se llaman igual pero no les pasan las mismas cosas. Y a veces es incluso menos claro que eso: les pasan las mismas cosas pero no las digieren igual. No tienen el mismo efecto o la misma causa. La verdad es que tiene una relación para mí sorprendente, que no he buscado. Y que no es una relación que se explique, porque de hecho puede hasta confundirte. Pero sí que está por ahí pululando.
Creo que en tu música siempre juegas un poco a esa confusión, a esa ciencia ficción, al metalenguaje. No te refugias detrás de ello, pero trabajas con capas, derivando unas cosas de otras.
No me refugio, pero creo que soy el menos adecuado para analizar anatómicamente mis canciones, como si fuera la disección de una rana. De hecho, me da la sensación de que es lo contrario: me desnudo muchísimo en ellas, digo cosas que de otra manera no sabría decir. Encuentro que ahí lo puedo decir de forma que resulte bonito, que perdure y sea capaz de alcanzar cierto vuelo. Intento explicar cosas, la verdad. A mí mismo y a algunas personas.
En otros discos son cosas que tengo dentro y voy soltando y en este, pues no sé, es más una reflexión (se lo piensa)… existencial, o algo así. Del planeta. De cosas que ves y que, de lo bonitas que son, tienes miedo de que vayan a desaparecer. De lo efímero, ¿no? Un arcoíris maravilloso, una luz que hay de repente en ese encuentro entre estaciones o en un día en el que pasa algo raro en el cielo. O cuando en la serie “Chernóbil” (Craig Mazin, 2019) se produce la explosión nuclear: hay una belleza impresionante en los colores que se forman. La gente baila y mira el fenómeno como el que mira algo precioso, pero en realidad es terrorífico. Cosas bellas que luego tienen un lado o bien efímero, o bien terrorífico, o bien ilusorio.
Háblame de los personajes que pueblan y dan título a las canciones de “Dos galgos blancos”.
No sé. Son personajes que me estimulan mucho, que me dan esperanza. En los casos de Dolly Parton, Miranda July (música, escritora, actriz y directora de cine estadounidense) o David Attenborough (científico y divulgador naturalista británico) los puedes conocer perfectamente y en otros casos son personajes que tienen el mismo nivel de impacto en mi vida, pero personal. Maribel es la profesora de infantil de mis hijos. Nagomi es una cocinera japonesa que conocí en un restaurante y nos hicimos amigos. Tiene un food truck. Sannah es una maquinista y fotógrafa sueca que descubrí en Instagram. Mi relación con las redes sociales es errática, pero me compensa ver la vida de Sannah y sus amigas: cómo visten y la belleza del lugar donde viven. Xavier Dolan es un cineasta que me gusta mucho por sus películas, en las que nunca sabes muy bien lo que va a pasar, que siempre están al borde del abismo.
Hay letras que directamente parecen un guion. Como en “Sannah”: “Luz de atardecer / Unas botas oscuras / Los gatos beben champán / Suenan las lechuzas”. Será que llevas muchos años haciendo bandas sonoras…
... Claro, he leído muchos guiones (sonrisa)...
Tienes una relación muy importante con el audiovisual…
… total, sí…
Me da la sensación de que debes ser bastante cinéfilo…
… MUY cinéfilo…
… y todo eso lo has llevado a este disco.
Sí. Claramente. Eso sí que es muy consciente. Dejo que pase lo que tenga que pasar, pero hay un escenario que construyo para que haya más posibilidades de que pase algo que me interese. Partamos de que cierta sinestesia siempre me interesa. Hay una cosa de la que antes no era consciente, pero que perdura en mí: la música no es un fin en sí mismo. No es un anuncio que pones en un local de ensayo tipo “busco bajista al que le guste My Bloody Valentine”. Lo mío es justo lo contrario. Esos, los del cartel, ya saben dónde quieren llegar, así que mejor cuanto más se acerquen a lo que tienen en su cabeza. Yo, para nada: siempre estoy buscando algo que me sorprenda. Me apetece siempre generar imágenes con la letra; una sensación pictórica con la música; una sensación cinematográfica con la canción completa o con la pieza instrumental. Que estés viviendo algo, dentro de algo. Como si fuera una instalación artística, o un paseo.
Siempre que hago canciones tengo en mi cabeza el cine de Kelly Reichardt (cineasta estadounidense). Sus películas parecen naturales, fluyen. Parece que no pasa nada. Quizá no pasan cosas de trama, de acción, pero sí hay un mundo que estás mirando como un voyeur: el de unas personas entre las que se establecen relaciones que tienen que ver con los sentimientos y las emociones, que no siempre se verbalizan. Para mí esa es siempre la gran aspiración: la supuesta nada. Busco que sucedan las cosas de una manera en la que casi no te des cuenta.
¿Hacer bandas sonoras ha modificado entonces tu forma de hacer canciones?
Seguro que sí. Para empezar me he dado aún más cuenta del peso del sonido, de una nota de piano, de un arco de chelo, de un acorde que ni siquiera tiene que sonar entero. De cosas muy pequeñas que tienen un impacto gigantesco en la percepción. No se trata de subrayar una acción, sino de abrir ventanas a otras interpretaciones. Todo eso lo tengo muy en cuenta a la hora de hacer canciones también. Y además está esa supuesta frontera, que para mí ya no existe, entre el diseño sonoro y la música. El contrabajista que participa en el disco, Ismael Campanero, tiene una presencia casi igual en notas que en ruidos. Ha tocado el contrabajo en la misma proporción que lo ha utilizado para otros fines.
Creo que también ha cambiado tu forma de cantar…
Básicamente canto mejor (risas).
Y a la vez cantas menos. Has adoptado un tono entre la narración y el canto…
Cierto. Yo no me di cuenta hasta que no me lo dijeron tres o cuatro amigos. Me han dicho que en este disco hay canciones que canto y otras que cuento. Claramente.
Yo lo llamo cantablar…
Sí, muchas canciones de este disco están cantabladas, como tú dices. Me gusta. Es como una voz en off.
Hablemos un poquito de tu compinche Guillermo Farré, alias Wild Honey.
La relación con él comenzó porque fui su profesor de piano. Por aquel entonces yo impartía clases de piano y armonía –ahora ya no tengo tiempo– a niños y a mayores, incluidos algunos músicos. Con él fue muy especial: me propuso empezar a colaborar y no hemos parado desde entonces. Hemos hecho tres o cuatro bandas sonoras juntos, y ahora “Esto no es Suecia” (serie coproducida por Aina Clotet y Mar Coll que se estrena en noviembre), el trabajo más importante que hemos hecho juntos . Yo coproduje su disco “Ruinas futuras” (2021) y ahora él coproduce el mío. Ya es un trabajo profundísimo, nos entendemos sin hablar. Y nos equilibramos, no somos para nada iguales. Tenemos una forma de ver la música muy parecida en el fondo, pero en la forma somos muy diferentes. Nuestra forma de empezar a componer es muy diferente. Él empieza a lo mejor a grabar unas baterías… ¡Yo jamás empezaría con unas baterías, sería lo último que haría! (risas).
En este disco Guille es esencial, mi compañero absoluto desde el principio hasta el final. Creo que mi manera de abordar las canciones no es fácil para un productor si no me conoce bien, porque sabe que puedo llegar a sitios inverosímiles. Hemos grabado la mayoría del disco en su estudio porque yo me he dedicado mucho más a la composición. Quería olvidarme de la grabación, ser muy libre. Creo que nos queda mucho por hacer juntos.
¿Haces algún tipo de separación entre tu música para bandas sonoras y tus canciones?
No lo diferencio nada. Para mí todo es igual. Todo tiene la misma intensidad, ocupa el mismo plano en mi vida. Estas canciones han surgido de una manera completamente natural, incluso imprevista. En la discográfica me preguntaron por qué llevaba tanto tiempo sin hacer canciones. Mi primera respuesta fue: “No tengo ni idea”. A mí las canciones me tienen que surgir, tienen que llamar a mi puerta; no voy yo a por ellas. No es un disco que haya compuesto en un tiempo concreto, no he seguido las fases de un proyecto. Para nada. Las canciones sí que surgen en cataratas, en grupo, pero no en un espacio/tiempo planeado.
Pero el trabajo de las bandas sonoras exige mucha más disciplina.
Total. Pero yo siempre he sido muy disciplinado. En la industria musical parece que o eres disciplinado o eres un bohemio o algo así, que es una cosa que odio. Por eso en mi trabajo para el cine nunca tengo ningún problema para cumplir con las entregas. Yo trabajo con horario de oficina, no me mola nada trabajar por la noche, aunque a veces no tengas más remedio. La disciplina o el marco de la banda sonora me ha dado mucha felicidad. A veces que no haya espacio ni tiempo es un agobio, porque lo tienes que poner tú. Supongo que mi trabajo para bandas sonoras también ha influido a la hora de dotar de cierta contención a las canciones. El disco tiene pocos elementos.
Sí. La producción es minimalista pero estudiada. Se nota que habéis quitado muchas cosas.
Muchísimas cosas. Es de apariencia sencilla, pero es muy difícil haber logrado esa apariencia. Se trata de quitar y quitar cosas y que se sostenga en un esqueleto muy evocador, y para eso hay que darle muchas vueltas: “¿Cuál es ese esqueleto?”. Guille estaba convencido de que mi voz tenía que ser catedralicia. Yo no lo tenía tan claro. Para eso se quitan mogollón de cosas, e incluso cosas que habías contemplado no las llegas a grabar. Luego la mezcla de Kenny Gilmore es superimportante también. Lo queríamos porque ha mezclado y/o producido algunos de los discos que más me gustan de los últimos años: Julia Holter, Weyes Blood, Ariel Pink… En esta aspiración prístina y transparente para mis canciones había que buscar a alguien que supiera cómo revelar esas fotos, ¿no?
¿Eres consciente de que hace justo veinte años publicaste tu debut “Deconstructin’ Mood”? A grandes rasgos, ¿qué queda del Remate de 2003 en 2023?
Soy consciente, sí. Y la verdad es que, uf… me agobia. Me agobia el paso del tiempo. Es difícil reconocerme, porque en esos veinte años… tengo tres hijos, hay varias personas que han muerto… Es como si fuera otra peli. Cambia el bosque, ¿no? Lo que antes eran alcornoques ahora son arces japoneses. Me sorprende el paso del tiempo. Y me atraviesa. No me molesta absolutamente nada cumplir años, pero el paso del tiempo sí que lo llevo con cierta angustia. No es que yo sea viejo, eso me da igual. Incluso me divierte como ejercicio: dejar que la fruta se pudra. Pero el tiempo me aplasta. No lo controlo.
Antes sacaba discos como el que enciende bengalas: se acabó la bengala, fin de año… y a otra cosa. Ni me acuerdo de esa bengala. Sacaba los discos con un entusiasmo y una visceralidad gigantes y a la vez con una gran capacidad de desarraigo, casi de fundido a negro y se acabó la peli. ¿Por qué hacía eso? No tengo ni idea. He llegado a estar en un escenario haciendo un concierto buenísimo, con la gente disfrutando, y a la vez sabiendo que ya no me apetecía tocar eso. Era un agobio. ¡No me acuerdo de mis canciones! No me las sé. Hace muy poco, en una fiesta en Asturias con Pablo Und Destruktion, me pidieron que cantase una canción y dije: “¡Ni idea! Sé cuál dices… pero no me acuerdo de la letra. No la sé tocar”. Ahora me planteo: “¿Qué quedará?”. No sé, seguro que más cosas de las que creo y menos de las que quiero. ∎