Elizabeth Stokes: canciones terapéuticas. Foto: Òscar Giralt
Elizabeth Stokes: canciones terapéuticas. Foto: Òscar Giralt

Concierto

The Beths: sueños, mentiras y atajos emocionales en directo

El concierto de The Beths ayer en la sala Razzmatazz 2 de Barcelona confirmó su ingenio narrativo y su excelencia en directo. Sus canciones hablan de las mentiras necesarias y de los atajos que tomamos para seguir adelante, y sobre el escenario se transforman en un recorrido emocional más que en una simple sucesión de temas. Elizabeth Stokes canta sin dramatismo, pero con una precisión que desarma: cada verso intenta poner orden en el ruido interior. Hoy repiten en la sala Nazca de Madrid, donde ese mismo equilibrio promete volver a desplegarse con idéntica intensidad.

En un corrillo improvisado después del concierto del grupo neozelandés The Beths, Stokes –voz, carisma y narradora de sí misma– y Jonathan Pearce, guitarrista y productor del grupo, contaban que, aunque su formación es clásica (ella se graduó en trompeta y él en piano), decidieron tocar la música que realmente les gustaba: pop directo, impactado por la tradición neozelandesa de The Chills o The Clean. Aquella decisión, tomada sin estrategia y con honestidad, ha acabado definiendo la identidad del grupo. Son músicos con formación académica, pero tocan con la naturalidad de quien hace canciones para vivir mejor, sin disfraz ni ambición de grandeza.

Antes de The Beths, Dateline, también neozelandeses, tocaron poco más de media hora con un aplomo sorprendente, en contraste con otros conciertos de la gira en los que, se dice, la vocalista Katie Everingham no se encontraba del todo bien. Aquí ofrecieron una selección breve y eficaz de su repertorio, conciliando el eco melódico del sello Flying Nun –y su reflejo europeo, LTM Records– con un indie de ensoñación prolongada y rugidos de emocore que no daban tregua.

El concierto de ayer de The Beths tuvo esa cualidad rara de los grupos que están en su mejor momento: sonar compactos sin parecer previsibles, emocionales sin impostura. Presentaban “Straight Line Was A Lie” (2025), su cuarto álbum, con un directo de los que se recuerdan por su equilibrio: tan medido como espontáneo, tan emocional como técnico. Una hora y media de repertorio en la que demostraron que su fórmula –melodías claras, armonías vocales precisas y guitarras contundentes– sigue siendo efectiva, pero también que están transitando hacia un territorio más maduro, más denso y, sobre todo, más consciente de su propio peso.

Lo inesperado fue descubrir que el concierto tenía forma narrativa. No es habitual que un grupo de pop te conduzca por una historia no evidente, casi como si siguieras el arco de un personaje en una novela. En este caso, el recorrido fue más emocional que argumental: una especie de arco terapéutico que empieza en el desorden –la mentira, los atajos vitales– y acaba en la aceptación, con “Take” como cierre. En medio se desplegaron tres movimientos claros: la ansiedad y la autoconciencia de las primeras canciones, la culpa y la confusión del núcleo central y una reconciliación final que no ofrece respuestas, pero sí alivio. The Beths tocaron como quien ordena un pensamiento: con humor, precisión y una transparencia que se agradece.

Caricias neozelandesas. Foto: Òscar Giralt
Caricias neozelandesas. Foto: Òscar Giralt

Comenzaron con “Straight Line Was A Lie”, que funciona como manifiesto: la línea recta nunca es el camino más fácil, insistieron, ni el más rápido hacia la tranquilidad –si es que eso existe–. Y quizá sea mejor así. En esa falta de claridad se esconde lo interesante: una vida un poco atropellada, imprevisible, más viva. En directo, la canción es perfecta y apabullante: voces cruzadas –cantan todos a la vez– y una energía contenida que combina precisión y frescura. Junto a “No Joy”, resume la dirección del nuevo álbum: ansiedad doméstica, pulsión melódica y un sentido de control que roza la obsesión. No hay épica ni desgarro; hay algo más difícil de sostener: equilibrio. Stokes no canta para emocionar, sino para entenderse. Y en ese intento se explica buena parte de su magnetismo. Por momentos suenan a ese instante fugaz y brillante que fueron Elastica en su apogeo, con riffs quebrados e intención firme. Incluso a Electrelane, grupo que jamás fue una influencia directa pero con el que sí comparte una forma de entender el rigor y la repetición.

Con “Silence Is Golden”, del álbum anterior “Expert In A Dying Field” (2022), llegó el primer momento de conexión real con la audiencia: una media entrada larga, atenta y entregada. La canción resume bien la virtud del grupo: lo que parece simple en la superficie esconde una arquitectura precisa, un equilibrio entre las voces, las guitarras y una base rítmica que nunca se acomoda. Los coros y el fraseo de Stokes dialogan con una batería que juega con los acentos, desplazando el pulso lo justo para mantener la tensión. Esa pequeña oscilación convierte la ansiedad del tema en una liberación colectiva. En directo, la canción crece sin artificios: claridad, energía y precisión. A partir de “Future Me Hates Me”, la cosa se asentó definitivamente. Stokes domina la paradoja del pop: hablar de vulnerabilidad con una sonrisa.

En el movimiento hacia la introspección y la contundencia, “Metal” y “Til My Heart Stops” mostraron la versión más sobria de The Beths: sonido limpio, sin adornos, pero con una profundidad emocional que el disco solo insinúa. “I want to ride my bike”, canta, porque las bicicletas son máquinas de soñar y The Beths explican sueños, mentiras y atajos emocionales. En “Mother, Pray For Me”, Stokes se quedó sola con la guitarra: un punto de inflexión. No hay dramatismo, pero sí vulnerabilidad. Habla de su madre y de la dificultad de ser amable en un mundo que no lo es. En ese tono confesional, sin artificio, asoma algo de Judee Sill y de Joni Mitchell: la voz como vehículo de pensamiento, no de exhibición. Esa mezcla de fragilidad y lucidez la distingue como compositora. No busca emocionar: dice su verdad, y la melodía se encarga del resto.

Melodía e intensidad. Foto: Òscar Giralt
Melodía e intensidad. Foto: Òscar Giralt

Después, el grupo recuperó la tensión eléctrica con “Not Running” y “Knees Deep”. Las dobles voces de Stokes y Pearce confirman una complicidad poco habitual: se entrelazan con naturalidad, sin jerarquías, y dan a las canciones un aire de conversación más que de interpretación. En “Mosquitoes” y “Roundabout” se percibe el pulso meticuloso de Pearce, que trabaja cada detalle con atención precisa pero sin perder espontaneidad. Hay algo de Johnny Marr en su manera de ordenar el caos: no busca protagonismo, sino equilibrio, como si cada riff sirviera para mantener la línea argumental del grupo. Hacia ese punto, el concierto alcanzó su forma más nítida: un arco de tensión y alivio que encontraba su propio pulso sin seguir estructura alguna.

El tramo final reunió canciones como “Jump Rope Gazers”, que sirvió como pausa melódica y recordatorio de que The Beths no necesitan intensidad constante para emocionar. En “I’m Not Getting Excited” apareció su ironía más afilada, ese rechazo al entusiasmo impostado. Y “Expert In A Dying Field” cerró el set principal con un sentido de totalidad: una canción sobre lo que queda después del amor, sobre la experiencia inútil y el conocimiento que no sirve para nada. En directo se convierte en un himno sobrio, más reflexivo que grandilocuente, que resume la madurez del grupo.

El bis, “Take”, fue un cierre coherente: una canción pequeña, de aceptación y calma, que dejó al público desprovisto ante el aplauso final. Nada de épica ni de gestos.

Lo que distingue a The Beths es su falta de afectación. Hacen canciones de estructura clásica, pero nunca suenan a ejercicio de estilo. Su música tiene oficio, pero también un punto de torpeza encantador. Stokes canta con una voz clara y sin dramatismo; Pearce toca con precisión sin buscar protagonismo; la base rítmica sostiene sin saturar. Todo en su sitio. Y todo con sentido. ∎

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