Michael y Brian D’Addario decidieron instalarse en una época que era un señuelo para nostálgicos o una fuente de inspiración en el momento en que ellos nacieron. Un tiempo que conocían en profundidad gracias a la influencia familiar. Se criaron a principios de este siglo en un hogar de Long Island en el que The Beatles o ‘The Ed Sullivan Show’ formaban parte de la cotidianidad, con un padre atrapado por los sonidos de un pasado al que hizo sus aportaciones como músico. Si en algún momento pareció que la carrera de The Lemon Twigs podría tener algo que ver con la de The Flaming Lips o The Polyphonic Spree, el dúo ha ido construyendo una trayectoria reacia a desmarcarse de los patrones marcados por Elton John, The Zombies o Harry Nilsson.
“Creo que melódicamente hay muy poca gente que escriba canciones que me atrapen en el entorno moderno y no hay muchos que sean aventureros con sus melodías y acordes. Y líricamente parece que muchas letras son excesivamente confesionales. Hay una falta de música con la que pueda identificarme en este contexto”, confiesa Brian, el mayor de la fraternidad. Así, es normal que su cuarto álbum, “Everything Harmony” (Captured Tracks-Popstock!, 2023), haga retroceder en el tiempo a la banda más que su obra anterior, “Songs For The General Public” (4AD, 2020), del glam y los excesos de los setenta a las armonías vocales de la década anterior.
El disco ha sido grabado en Manhattan, California y Brooklyn, lugar este último donde tiene su sede Captured Tracks, el sello con el que han firmado recientemente. En la Gran Manzana, Michael recuerda que el estudio que tenían en el centro de la ciudad “era un local de ensayo y era muy ruidoso e impracticable. Había sirenas, había bandas de heavy metal, había ‘beat makers’ con altavoces al otro lado de nuestra pared sacudiendo toda la habitación, y era imposible grabar este tipo de música”. Así que hubo que marchar a los estudios East West de la Costa Este, donde podían contar con eco natural y con instrumentos como una celesta o un clavicordio. El objetivo, admite Brian, “era que el disco sonara mucho más avanzado”. Un muro de sonido con deliciosos juegos corales que dejan joyas como “In My Head”, con un carácter más añejo de lo que pudiera salir de Teenage Fanclub.
“When Winter Comes Around” advierte al inicio de que el nuevo trabajo de los estadounidenses está orientado a la delectación más que a la efervescencia. “Es bastante vocal, es explosiva, como si fuera una canción suave, pero la voz te pilla desprevenido y es una voz muy intensa”, explica Michael. Para su hermano se trata de una declaración de intenciones de lo que está por venir: “Es una especie de viaje. Es bueno empezar suavemente y dejar que el álbum fluya. No en un sentido de pop estricto”.
Y el disco avanza hacia terrenos sofisticados e intensos como “I Don’t Belong To Me”, pero también hacia canciones líricamente más básicas como “Every Day Is The Worst Day Of My Life”, cuyo título se repite machaconamente con una instrumentación que sirve como contrapunto a la letra, pese a que esa no sea la intención, como señala Michael: “Creo que se me ocurrieron esas palabras al mismo tiempo que la música, y pensé que era como un eslogan, que era pegadizo y fácil de pronunciar. Y realmente no podía pensar en ello de otra manera. Yo realmente no pienso en cosas como la yuxtaposición de la melodía y la letra tal vez hasta después. Simplemente, sonaba bien”.
Lo primero en el modus operandi de The Lemon Twigs es la melodía. La guitarra o el piano “al cincuenta por ciento” es lo que inicia una idea, “pero la letra viene justo después; normalmente hay al menos una estrofa al mismo tiempo que compongo la música, pero creo que intento escribir la letra al menos mientras estoy sentado al piano trabajando en la melodía”, explica Brian. Michael prefiere extraer de las seis cuerdas las primeras líneas. El primer adelanto que presentaron, “Corner Of My Eye”, a pesar de que encaja perfectamente en el disco a modo de balada al estilo de Simon & Garfunkel, venía de lejos, unos cuatro o cinco años, rememora Michael: “Siempre tuvo una buena respuesta cuando la gente la escuchaba por primera vez en directo, siempre gustaba inmediatamente. Recuerdan el nombre y recuerdan la melodía. Así que pensamos que sería una buena manera de empezar el ciclo del álbum”.
Ambos se complementan bien en un vínculo por el que comparten música y ascendencia. ¿Demasiado tiempo juntos? El mayor de los D’Addario acepta su estatus y se adelanta a la respuesta: “Los dos somos muy tranquilos. Hemos aprendido a estar así el uno con el otro. Creo que es más fácil, solo hay que aprender a ser paciente. A veces nos ponemos de los nervios, pero la mayor parte del tiempo todo va bien”. Y, además, reconoce que “nos unimos por lo difícil que es trabajar con alguien, el tipo de odio mutuo que se genera al trabajar con otras personas”. Ahora han tenido que hacerse con el personal de Captured Tracks y aseguran que se han volcado con ellos, en un sello nuevo donde se han trasladado tras una cierta decepción con 4AD.
Dos nombres aparecen como una constante a la hora de citar influencias: “Hice arreglos de cuerda y viento en este disco. Y nunca fui a ninguna escuela de música. Di clases de guitarra clásica con un profesor particular. Así es como aprendí a leer. Tengo muchos límites cuando escribo los arreglos y muchos de los efectos que consigo con los arreglos tienen que ver simplemente con las notas que toca cada instrumento. No es como si supiera todos esos símbolos que tiene mucha de la música orquestal. Con Moondog y Arthur Russell siento que la música se basa en las notas que tocan los músicos y tiene un aire más informal”, sostiene Brian.
Acostumbrados a asociarse puntualmente con otros colegas de profesión, entre los músicos con los que les gustaría trabajar están Steve Lacy o Jim Keltner y Ringo Starr, “ese tipo de batería que está casi extinto”. Por el momento, han participado en los dos últimos trabajos de Weyes Blood como instrumentistas y también en el último disco de Todd Rundgren, una de las grandes figuras del rock de los setenta que aún mantiene la actividad y con quien los D’Addario destacan que se han entendido de maravilla.
Cabe preguntarse qué esperan del futuro dos hermanos que a su corta edad –24 y 26 años– han engendrado unas canciones a las que se presupone una mayor madurez y si podrían experimentar una transformación como alguna de las bandas que han teloneado. “Cuando empezamos yo tenía 15 años y en el primer disco siento que no había desarrollado mi propio estilo en ese momento. No sé si vamos a ser tan diferentes cuando tengamos la edad de Arctic Monkeys, pero ¿quién sabe? Normalmente lo que les pasa a los artistas es que, si pasan por unos cuantos cambios, luego se asientan y empiezan a variar un poco menos. Jeff Lynne es un buen ejemplo de ello; hizo un montón de cosas diferentes y luego empezó a asentarse en la forma en que estaba en la E.L.O. y ha sido bastante consistente desde entonces”, afirma Michael.
El pronóstico de la otra mitad de The Lemon Twigs es más ambicioso: “Ambos tenemos tantas canciones escritas que podrían caber en cuatro o cinco álbumes, así que sentimos que vamos por delante. Nos gustaría sacar más música. Nos gustaría sacar dos álbumes cada año en lugar de uno cada tres años, aunque tal vez nos quememos en un momento dado”. Hasta entonces, toca sumergirse en un bendito anacronismo, el embelesamiento de los D’Addario por una época cuya llama incandescente reavivan. ∎