Sesenta años de rock.
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Concierto

The Rolling Stones: rock’n’roll sin alharacas

Tras la muerte del batería Charlie Watts el año pasado, y como primera fecha europea de su gira “The Sixty Tour”, la banda británica pateó este 1 de junio las tablas del estadio Wanda Metropolitano de Madrid en un concierto sobrio, relativamente poco efectista, en el que Jagger, Richards y Wood pusieron en primer término la música. No hay mejor modo de comprender lo que fue el rock’n’roll que a través de estos tipos pertinaces, que se empeñan en mantenerlo vivo a base de lecciones magistrales.

Alegan escépticos, aguafiestas y gente de poca fe que no hay necesidad de ver un concierto de The Rolling Stones en 2022; que Mick Jagger, Keith Richards y compañía ya dieron lo que tenían que dar hace años, o décadas, y que, en fin, siempre hay cosas mejores que hacer que contemplar a unos señores de casi 80 años dando tumbos por el escenario y tocando canciones que, a fuerza de repetirlas, interpretarían con idéntica prestancia echándose la siesta. Los más enconados llegan a insinuar que un concierto de los Stones no es realmente un concierto, sino un espectáculo pirotécnico al que la gente acude, sobre todo, por su carácter de acto social. Nada que objetar. En esta ocasión, sin embargo, los argumentos a favor de los acusados tampoco eran moco de pavo: “The Sixty Tour”, que celebra sus 60 años al pie del cañón, es la primera gira completa que la banda realiza sin su emblemático batería Charlie Watts, fallecido en agosto de 2021; esta actuación en Madrid era la inaugural de dicha gira, por lo que, guau, siempre mola asistir al estreno de cualquier cosa, y, por si fuera poco, la sensación de que, de una vez por todas, este sí que puede ser su último periplo (la muerte de Watts y la avanzada edad de sus compañeros no invitan al optimismo), ofrecían el irresistible reclamo del “ahora o nunca”.

Pues bien, quienes se inclinaron por la segunda remesa de razones (o sencillamente son fans irreductibles) y asistieron al concierto de Madrid, hicieron lo correcto. Como las cámaras réflex y las máquinas de escribir, una velada de rock’n’roll al estilo más puro, con su poso de blues, es algo difícil de ver hoy día. Algunos garitos siguen acogiéndolo, pero no los grandes recintos. Y los Stones dieron una auténtica lección de esa clase de rock. El show de esta gira no es el más espectacular que uno pueda echarse a la cara: más deslumbrantes los hay a cientos. No hubo globos, ni explosiones, ni muñecos hinchables, ni luces de esas que provocan degeneración macular. Un becario, o alguien con el sentido del ritmo de un caracol, estuvo a cargo de la realización de vídeo que se emitía por las pantallas, francamente mejorable. Poco épico y más austero que de costumbre (dentro de lo poco que puede serlo un evento de estas características), la banda lo jugó todo a la música, en una apuesta ganadora.

“Street Fighting Man”: el inicio del concierto.

Jagger y Richards, únicos componentes originales aún en la brecha (claro que Ron Wood, después de 46 años en el grupo, es tan icónico como el que más), se afanaron por darle al concierto un toque emotivo desde el principio. Unas hermosas imágenes de Watts sirvieron de lacrimógena introducción, seguida de las palabras del cantante: “Este es el primer tour por Europa sin Charlie. Lo echamos mucho de menos”. En esforzado castellano, como todo lo que soltó por su boca entre canción y canción. Steve Jordan lo suplió sin sobresaltos: tiene el mismo swing que el llorado Watts, aunque a veces le pega más duro. La cita coincidió, además, con el 75 cumpleaños de Wood, a quien no faltó felicitación coreada por la audiencia. Entre unas cosas y otras, había que ser de hielo para no emocionarse.

Tras el homenaje al difunto, la noche arrancó con “Street Fighting Man”, que con su ritmo de tren de mercancías puso a tono al personal. A pesar de que quedaron fuera clásicos como “Angie” o “It’s Only Rock And Roll (But I Like It)”, un concierto de los Stones no puede ser otra cosa que una sucesión inapelable de himnos. En ausencia de alharacas, en determinados momentos fue la propia música la que erizó folículos pilosos: “Out Of Time”, siempre maravillosa, “Honky Tonk Woman” y “Jumpin’ Jack Flash” llevaron al público al borde del éxtasis.

Incombustible Keith Richards.
Incombustible Keith Richards.

Sobre el escenario, o lo que es lo mismo, en su salsa, Jagger, Richards y Wood son simpáticos y tiernos. Keef reaccionó con tímida risita a la ovación recibida cuando Mick lo presentó, como si fuera la primera de su vida. Daban ganas de subir ahí y darle un abrazo. Hacia la mitad de concierto, Jagger se retiró un cuarto de hora para tomar aliento (por cómo baila y corre de aquí para allá, resulta increíble que este hombre vaya a cumplir en julio 79 años; los científicos del MIT deberían ponerse a estudiar, si no lo han hecho ya, este caso único en la historia de la humanidad), rato que aprovechó el mayor de los guitarristas para agarrar el micrófono y cantar “Happy” y “Slipping Away”.

Las dos horas y cuarto de concierto se cerraron con “Gimme Shelter” y (adivina cuál) “(I Can’t Get No) Satisfaction”. No siempre los Stones han terminado con su triunfal epinicio, pero cuando se deciden a hacerlo, ocurre lo que cualquiera con dos dedos de frente puede imaginar: se produce un fenómeno de paroxismo colectivo inenarrable. El público abandona el estadio con la sensación de haber asistido a un espectáculo de otros tiempos, como si Houdini resucitara y recorriera el mundo con sus trucos, solo que estos están vivos. En una época como la actual, en que del rock solo quedan reliquias, los Stones se remangan para mantener a flote un pedazo no solo de la historia de este tipo de música, sino de la era moderna. ∎

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