El gran genio de la música que llegó a ser Tom Waits aún no lo era. En sus discos y sus conciertos se atisbaba algo diferenciador, pero todavía no tenía una forma definida. Este Benjamin Button de la música era un joven viejo enamorado de las historias que contaban los (mucho más) mayores, y que prefería el folk subterráneo al rock y el pop que excitaba al resto de su generación. Hasta la fecha tenía solo un puñado de maquetas y dos álbumes muy diferentes. El primero, “Closing Time” (Asylum, 1973), coquetea con un folk que parece escrito por alguien que pasa de los 60, aunque Tom no levantara más que 23 inviernos. “The Heart Of Saturday Night” (Asylum, 1974) introduce un aire jazz y blues que es más sensual, crudo y arrastrado. Y aún tendrían que venir sus obras magnas de los setenta, “Small Change” (Asylum, 1976) y su cara B, que es “Foreign Affairs” (Asylum, 1977), en las que permanecerían tanto la inspiración beat como el sonido de pequeña banda de jazz capaz de tocar en casi cualquier bar.
Waits expresó desde un primer momento que quería que cada uno de sus álbumes fuera diferente del anterior, lo que puede significar tanto una versatilidad fuera de toda duda como también la inseguridad de alguien que va dando palos de ciego para encontrarse a sí mismo. Y fuera una cosa o la otra, cada uno de sus pasos superaba al anterior, y además se registraba una fotografía sonora que con los años se ha ido revalorizando, pero no solo como un peldaño que llevara de “Closing Time” a “Swordfishtrombones” (Island, 1983), sino, finalmente, como obras fuera del tiempo. Obras independientes capaces de hablar por sí mismas.
Así, tras “The Heart Of Saturday Night”, Tom Waits ya va maquinando cómo sería su siguiente disco, y va escribiendo algunos de los títulos que acabarían en “Nighthawks At The Diner” (Asylum, 1975), álbum que se acaba de reeditar en vinilo vía Anti. Herb Cohen, su mánager de la época, un tipo un poco más agresivo de la cuenta en muchas ocasiones que resultaba incluso intimidatorio para el círculo social de Waits, vive preocupado, sin embargo, porque el potencial del artista sobre un escenario no se eche a perder.
Con esos dos discos a sus espaldas, Tom Waits no consigue subir en los carteles, sigue siendo el eterno telonero que ha de enfrentarse a un público que siempre ha venido a ver otra cosa, y empieza a manifestar desánimo, aunque Cohen sabe que es un animal de escenario y empieza a flotar en el ambiente la idea de hacer un disco doble en directo. Según a quien leas, contarán que la idea original fue del mánager o del artista. Da igual. Sigue siendo una locura. Los dobles en directo, tan populares en los setenta, solían ser una recapitulación de éxitos, pero no es el caso del Waits de 1975. Este disco habría de ser algo radicalmente distinto. Sería todo material nuevo menos “Nobody”, una de sus maquetas de los sesenta, y tendría que provocar que el artista se sintiera tan cómodo como para encontrar su lugar.
En aquella época, el personaje que estaba construyendo Tom Waits no era bien recibido por todo el mundo. En su círculo íntimo, o entre los artistas que teloneaba, había una cierta incredulidad que le afectaba personalmente. Por eso, aunque la grabación tuviera que hacerse en un bar, había que asegurar una atmósfera propicia. Para ello se fueron al estudio Record Plant de Los Ángeles, en el que había una sala suficientemente grande como para montar dentro una barra de bar, poner sillas y mesas con mantel y picoteo y crear la ilusión de cualquier bar lleno de humo de la época en el que Waits basculara entre la comedia y las lágrimas, bautizando el lugar como Raphael Silver’s Cloud Lounge.
Se cuentan varias versiones distintas sobre la grabación. Tuvo lugar en dos noches, el 30 y el 31 de julio de 1975. La versión más extendida es que fueron dos pases cada noche, pero el contrabajista de la banda, Jim Hughart, cuenta que fueron cuatro y cuatro pases. Lo que está claro es que se llevaron a cabo unos ensayos intensísimos para poder contar y tocar todo lo que se preparaba. Porque en este disco se cuenta mucho más que se canta, y lo que se cuenta es precisamente el elemento central de un álbum que debería venir con subtítulos. La herencia beatnik es completa, incluso en el exceso de texto que tienen algunas de sus partes. El material es impío y requiere un extra de atención por parte de quien escucha.
Lo que quedó fuera del foco es que los pases comenzaban con el show de la stripper Dewanna, que hacía su número mientras la banda tocaba el tema de “La Pantera Rosa”, antes de que Waits saliera a escena y fingiera recitar los anuncios clasificados del periódico. Bones Howe, su productor de los setenta, dijo que era como tener a Allen Ginsberg pero con una estupenda banda de jazz detrás. A partir de aquí se alternan las canciones, por llamarlas de alguna manera, con sus introducciones habladas, que en muchos casos se confunden con la propia composición y que terminan siendo tan importantes como lo que anuncian. Tom Waits está tan cómodo que aflora su vena de comediante.
Por ejemplo, antes de entrar en “Better Off Without A Wife”, cuenta la historia de un soltero empedernido que prefiere tener citas consigo mismo y, después de unas cuantas horas, ya que no hay nadie alrededor, puede permitirse hacerse el amor en solitario. “Una de las mejores cosas es que, cuando te llamas por teléfono, siempre estás disponible”, dice Waits entre las risas del respetable.
En este libro de relatos que se escuchan se habla sobre esa parte de la vida cotidiana que parece que no tiene suficiente enjundia como para acabar en una obra de arte y que, sin embargo, derriba barreras entre artista y público. No hay imágenes ideales, sino situaciones que todo el mundo ha vivido. Y para acercarlas aún más, se dejan caer unas notas reconocibles de Frank Sinatra por aquí u otras de Louis Armstrong por allá, una costumbre que aparece aquí por primera vez.
Precisamente cuando la narración se torna más épica es cuando Waits hace algo inaudito en su obra, que es incluir una versión de una canción ajena. La historia fantasmal de camioneros que es “Big Joe And Phantom 309” es una reinterpretación extendida de una composición que grabó Tommy Faile en 1967.
Para respaldar esta verborrea hay un cuarteto de jazz –piano, batería, contrabajo y saxo– en cuyos currículos había colaboraciones con nombres como Chet Baker, Count Basie o Ella Fitzgerald. Sin embargo, en declaraciones posteriores cuentan que estas sesiones les marcaron la vida hasta tal punto que en las entrevistas ya nadie les pregunta sobre esos gigantes de la música norteamericana, sino sobre todo lo que rodeó a la ejecución y la grabación de este disco. Como curiosidades tangenciales, el pianista Mike Melvoin, que venía de la Wrecking Crew de Los Ángeles, sería el padre de Wendy de The Revolution de Prince, y el saxo Pete Christlieb, además de terminar tocando con Steely Dan, fue uno de los músicos de la banda holográfica de Vic Fontaine en “Star Trek. Deep Space Nine” (Rick Berman y Michael Piller, 1993-1999).
Hay que tener en cuenta que el mundo que había fuera del universo Waits era el mundo en el que estaban triunfando los Eagles, aunque, entre otras muchas razones, fuera también gracias a “Ol’ 55”, una canción sacada de “Closing Time”. Tom se siente un pez fuera del agua y empieza a verse como un outsider cuyo argumento era precisamente serlo. La grandeza de este disco, que va más allá de la suma de sus partes, es que el artista se encuentra finalmente con el personaje. Se presenta como una víctima de la vida urbana a la que no le importa lo que piensen de él, en tanto que sea suficientemente acogedor como para que quien lo escuche termine sintiéndolo como un amigo que gusta que esté alrededor aunque a veces haya que mantenerlo a cierta distancia.
“Nighthawks At The Diner” es, pues, un experimento hecho por necesidad en el que el público, el intérprete y las canciones existen, pero todos esos elementos son transformistas que buscan sumar en una percepción concreta en un entorno controlado. Esto sería un elemento fundamental en su vida y su obra, cuajada de malentendidos y, en general, de mitos dudosos, pero es que Waits no quiere ser reducido a un conjunto de datos o hechos, sino que debemos captar, disfrutar, sufrir o, en definitiva, vivir las esencias que nos envía. Y la conclusión que deducimos o que sentimos será la acertada, aunque su contraria también lo pueda ser. ∎