uerido amigo moderno, ¿qué haces con esa riñonera puesta? No, lo que me molesta no es que la utilices en la parte del cuerpo equivocada, colgada del hombro como un zurrón. Aunque también es verdad que es un complemento que se llama rotundamente “riñonera”. Porque se lleva alrededor de los riñones, amigo, date cuenta. Según la Real Academia de la Lengua es una “cartera pequeña que se lleva sujeta a la cintura”. No, lo que me perturba no es su mal uso. Lo que me irrita es su mera existencia.
Durante años los hombres y mujeres de mi generación, los que nacimos en los setenta y fuimos jóvenes en la década de los noventa del siglo pasado, luchamos contra la moda de este objeto, luchamos contra la implementación en nuestro espacio de convivencia del complemento conocido como “riñonera”. Poco importaba que fuera práctico para guardar el tabaco, la cartera y las llaves. Lo fundamental era para nosotros la dignidad estética, el orgullo incómodo de un llavero demasiado grande para el bolsillo de un vaquero o de un paquete de tabaco que no tenía cabida en un bañador. Lo práctico no lo es todo, son importantes otras cosas. Si lo funcional fuera lo determinante para nuestras vidas, todos nos alimentaríamos de papillas y llevaríamos puestos pañales. El “seamos prácticos” no es un lema que sirva para todos los aspectos de la existencia.
Puede que esta lucha te resulte absurda. Puede que me consideres un gruñón, un Gargamel… (Te comento si no conoces al personaje: es el villano de “Los pitufos”. ¿Que no sabes qué son “Los pitufos”? Pues mételo en Google, no me voy a pasar la tarde explicándote cosas. Sigo…). Es posible que consideres mi crítica parte de la amargura que caracteriza a mi generación: una panda de calvos gordos con gafas de pasta y barba que a duras penas se pueden abrochar las camisas de flores que llevan cada verano a los festivales a los que todavía asisten. Sí, soy uno de esos que el cantante de Parquesvr saluda en sus conciertos con un “¿cuántos calvos sociatas hay entre el público?”. Estoy aquí dispuesto a reconocer todas mis vergüenzas, pero por favor, no te pongas una riñonera.
Me da igual si te la pones en plan bandolera, atravesando tu pecho y a la altura perfecta para liarte los cigarros o los porros o lo que sea que lleves detrás de esa cremallera. Colgada del hombro no sé si te da un aspecto moderno o quinqui, porque la verdad es que ya me cuesta distinguir ambas acepciones. A mí ya me perdió la modernidad cuando se pusieron de moda las camisas que llevaba Miguel Ricart en el juicio de Alcàsser y los chándales de táctel que nos destrozaron ética y estéticamente el tramo final de las década de los ochenta. De hecho, puedo con el calcetín blanco con zapato castellano negro, puedo con las pulseras y colgantes de plata y oro que era el colmo de la horterada en mi época pero que ahora convierten a cualquier posadolescente osado en un Tangana de provincias. Todo eso me da igual si dejáis en casa las riñoneras.
Conozco a varias personas que la llevan. De hecho son personas cercanas, amigos, seres queridos. No me atrevo a decírselo a la cara, así que ojalá lean este artículo. Deseo que no se tomen a mal mi manía a este complemento, pero sobre todo deseo que dejen de ponerse riñonera. ∎