Cuatro décadas rugiendo. Ilustración: Pepo Pérez
Cuatro décadas rugiendo. Ilustración: Pepo Pérez

Editorial

Fermin Muguruza: el león asmático sigue rugiendo

La gira mundial con que Fermin Muguruza está celebrando el 40º aniversario de su trayectoria creativa recaló el pasado sábado, 15 de febrero, en Madrid. Como hacía más de 20 años que el irundarra no actuaba en las mejores condiciones ante el público de la capital, la generosa velada discurrió en todo momento por rieles festeros, impulsada por un repertorio de largo alcance.

En “Fiesta y rebeldía. Historia oral del rock radical vasco”, el estupendo libraco de nuestro compañero Javier Corral “Jerry” que ha publicado recientemente la editorial Liburuak, Fermin Muguruza resuelve su propio autodefinido con cinco palabras: “Un trabajador de la cultura”. A simple vista, si nos atenemos a su abultado currículum, puede parecernos poca cosa. Pero cuando se indaga en su hoja de servicios, no queda otra que darle la razón.

Durante los cuatro últimos decenios, el músico guipuzcoano –que cumplirá 62 el 20 de abril– ha erigido una obra cuantiosa y diversa que lleva su firma en pentagramas, guiones cinematográficos, programas de radio o crónicas fílmicas. Ha liderado dos grupos cruciales como Kortatu y Negu Gorriak, ha dirigido películas de muy distinta naturaleza y, cuando termine esta gira mundial el próximo octubre en Pamplona, tendrá en su haber alrededor de 900 conciertos: sus canciones han atronado en gaztetxes, fiestas de barrio, centros sociales okupados o ateneos populares, pero también en velódromos, arenas, campos de fútbol o festivales top como Les Trans, Roskilde o Fuji Rock.

Mientras hacía ese camino por escenarios de los cinco continentes, su obra musical se expandía en múltiples direcciones genéricas. Del punk rupestre de los primerísimos Kortatu a la música jamaicana en muchas de sus acepciones, pasando por el post-core –aquel “Ireki ateak” (1997) en comunión con los por entonces cachorros Dut– o la hibridación sin límite de Negu Gorriak, quizá el episodio con mayor peso específico de su trayectoria. El resultado es un ejercicio de crossover estético de amplísimo espectro que fluye en un frenético continuum de propuestas: su último álbum de material completamente original –“B Map 1917 + 100” (2017)– transitaba junto al dúo catalán The Suicide Of Western Culture por territorio electrónico post-industrial.

En el ámbito audiovisual, nos encontramos con lo mismo: películas de animación, documentales de considerable octanaje político o diarios de gira engrosan una filmografía siempre viajera en cuya bitácora encontramos asientos escritos en Ramala, Nueva Orleans o Kingston. En “Bass-que Culture” (2006), documentó la grabación en Jamaica con músicos de la isla caribeña y en los estudios Tuff Gong de su álbum “Euskal Herria Jamaika Clash” (2006). Escribió y dirigió la serie divulgativa “Next Music Station” (2011) para tomar el pulso a escenas musicales como las de Egipto, Líbano o Túnez. Con ayuda del realizador Javier Corcuera dirigió “Checkpoint Rock. Canciones desde Palestina” (2009), filmando en esa Gaza que hoy es escenario de un desolador genocidio a cuya retransmisión asistimos a diario, en tiempo real.

Difundiendo ideas de ida y vuelta. Foto: Alfredo Arias
Difundiendo ideas de ida y vuelta. Foto: Alfredo Arias
Imbuido del espíritu autónomo de héroes confesos como Ian MacKaye o Jello Biafra, puso en marcha el sello Esan Ozenki para catalizar tanto la carrera de Negu Gorriak como la creatividad musical de su entorno más cercano, con perspectiva autogestionaria. Desde 1991, durante casi un decenio, Esan Ozenki estampó su característico megáfono en discos de familia, amigos y vecinos como Anestesia, Ama Say, Jabier Muguruza, Joxe Ripiau, BAP!!, Dut, πLT o Anari, pero también en trabajos de Hechos Contra el Decoro, Banda Bassotti o Garaje H. Aquel feraz semillero sónico se transfiguró tras el último concierto de Negu Gorriak  en Metak, otra disquera histórica que hasta 2006 publicó álbumes de Kuraia, Ruper Ordorika o Lisabö. Cuando Metak dejó de ser viable nació Talka, sello y productora audiovisual con la que Muguruza ha difundido su frenética actividad desde entonces.

Elocuente, tenaz, esforzado y entusiasta, Muguruza no es un trabajador de la cultura al uso. Como cantante y guitarrista de Kortatu –junto a su hermano Iñigo (bajo; fallecido en 2019) más Treku Armendáriz (batería)– y en apenas cinco años, trascendió el interesado molde de la restrictiva etiqueta “rock radical vasco” para desarrollar una febril evolución artística que, de un álbum a otro y en tan solo tres episodios de larga duración –“Kortatu” (1985), “El estado de las cosas” (1986) y “Kolpez kolpe” (1988)–, articuló un fenómeno de considerable transversalidad e inesperada proyección internacional, con el euskera recién aprendido como vía de expresión, mientras generaba un discurso musical que había nacido como reflejo de su devoción por el hervidero subcultural londinense de finales de los setenta, pero que no tardó en desbordar aquellos cauces.

Junto a su hermano pequeño y el guitarrista Kaki Arkarazo –otro titán del rock vasco ochentero con culto propio en M-ak– fundó en 1990 Negu Gorriak, alimentando su creciente léxico genérico con los lenguajes del hardcore, el hip hop, la dub poetry, el soul y más tradición jamaicana, y multiplicando su poderío musical gracias a la incorporación de una base rítmica ultraterrena formada por el bajista Mikel Kazalis y el batería Mikel Abrego. Jalonaron su camino con cuatro álbumes de rock mestizo desbordante de proteica contemporaneidad: “Negu Gorriak” (1990), “Gure jarrera” (1991), “Borreroak baditu milaka aurpegi” (1993) e “Ideia zabaldu” (1995). Como no estaban por la labor de estirar el chicle de un éxito inapelable que se seguía concretando en clave internacional, decidieron colgar las hachas en 1996, aunque postergaron su último concierto hasta el 25 de septiembre de 2001 en San Sebastián, para celebrar el fallo judicial favorable a la banda en su litigio con el general Enrique Rodríguez Galindo. En 1993, Galindo –luego condenado por su participación en crímenes del GAL– había interpuesto una demanda millonaria contra el grupo y su técnico de sonido Ángel Katarain a cuenta de la canción “Ustelkeria”, en la que se acusaba recibo de las informaciones que vinculaban al guardia civil y su entorno del cuartel de Intxaurrondo con negocios relacionados con el narcotráfico.

40 años de sintonía. Foto: Alfredo Arias
40 años de sintonía. Foto: Alfredo Arias
Muguruza no tocaba en Madrid en estas condiciones desde 2003, aunque sí había descargado en Rivas-Vaciamadrid en 2004 en un concierto organizado por el colectivo Ladinamo, hecho una aparición sorpresa en una fiesta de apoyo al centro social Patio Maravillas en 2009, actuado en el festival Cultura Inquieta de Getafe en 2016 con su proyecto New Orleans Basque Orchestra o presentado su álbum junto a The Suicide Of Western Culture en el Teatro Eslava en 2018. En aquellos primeros años dosmil también tuvo que cancelar conciertos en Málaga, Murcia, Valencia, Burriana y Huesca entre vetos institucionales o amenazas de grupos ultraderechistas. En marzo de 2001, cuatro ultras intentaron atentar en Barcelona durante el concierto que iba a ofrecer en las Cotxeres de Sants. Resultaron heridos al manipular el artefacto explosivo que habían fabricado y fueron condenados por terrorismo. Hacía años que Fermin Muguruza se había posicionado contra la violencia asesina de ETA, aunque durante algún tiempo la apoyara explícitamente, para abogar por un proceso de diálogo que pusiera fin a tanto dolor y tanta miseria. Pero su figura sigue generando desprecio en la zona más diestra del espectro político, y en este contexto reactivo de capitalismo autoritario, más aún. Antes de continuar con el concierto, acudamos al prólogo que Bernardo Atxaga escribió para el libro “El estado de las cosas de Kortatu. Lucha, fiesta y guerra sucia” (Roberto Herreros e Isidro López, 2013): “Cabe preguntarse si hay algo que oponer a esa forma de militancia política practicada por Kortatu, tan decantada hacia un lado concreto; un lado que, además –lo podemos ver ahora, cuando ETA parece haber abandonado las armas–, creó mucho sufrimiento. Bien, la respuesta es afirmativa, y llegará, creo, el día en que el Eco pregunte a Fermin Muguruza –como también me preguntará a mí, como nos preguntará a todos– sobre lo que escribió y cantó. Pero hay algo que se debe tener en cuenta: sin ideas firmes, sin ideología, sin un partido o movimiento de apoyo, no hay fuerza, no hay protesta que dure”.

No debe extrañar que entre los cancioneros de Kortatu y Negu Gorriak –poco más de diez años en esa trayectoria de cuarenta que Fermin empezó a celebrar en Biarritz en diciembre de 2024– se repartiera la mitad del repertorio del concierto que junto a su banda ofreció el sábado en el Palacio de los Deportes de Madrid ante 15.000 espectadores. Esto no quiere decir que el resto de su carrera no estuviera bien representada, pero tanto al repasar el setlist escogido como al cotejar las reacciones del público a lo largo de las casi tres horas de concierto, parece evidente que el calado sentimental de ambos grupos es más hondo que la producción posterior de Muguruza. Sobre el alcance intergeneracional de su trabajo caben algunas dudas: desde la grada se percibía cierta uniformidad etaria, con más maduros que jóvenes-jóvenes y pocos núcleos familiares a la vista. Desde la pista, llegaban otras señales inequívocas: un par de mohicanos tintados, logos antifa, una pizca de cuadros escoceses, bombers y camisetas de Cicatriz o Habeas Corpus, pero también de Gorilla Biscuits, Anthrax, Trojan Records, Wu-Tang Clan o Éric Cantona.

El grupo Tremenda Jauría fue el encargado de levantar el telón. La escasa afluencia de público a esa hora –3000 almas a ojo de buen cubero, la grada prácticamente vacía aún dejando ver las banderas palestinas que el tour de Muguruza ha colocado en cada asiento para que el respetable haga un tifo a la altura de “Yala, Yala Ramallah!”– no achanta al quinteto madrileño, que despacha con varios extras de motivación un repertorio de media hora en el que colisionan ritmos cumbieros, reguetón y rap con letras de tinte contestatario y social: hablaron de los desahucios, de la censura, del patriarcado y de la defensa de los servicios públicos, combinando voces con y sin Auto-Tune en canciones como “Flow Partisano”, “Akelarre”, “Vamos sobradas”, la rockera “Billets pal cielo”, una “Esta noche” en la que insertan versos de “Debí tirar más fotos” de Bad Bunny o “Con tol deskaro”. Cumplieron con creces su papel subalterno y da la impresión de que se lo pasaron tan bien como la gente que poco a poco iba ocupando el recinto.

Poderes compartidos. Foto: Alfredo Arias
Poderes compartidos. Foto: Alfredo Arias

Tras su turno, una buena tanda de canciones de Linton Kwesi Johnson amenizó la llegada de los que faltaban, aunque Fermin Muguruza y los suyos –Lide Hernando (guitarra y voz), Miryam “Matah” (voz y coros), Víctor Navarrete (bajo), Gerard “Chalart 58” (percusión y dub), Xabi Solano (trikitixa), Jon Elizalde (trombón), Aritz Lonbide (trompeta), Igor Ruiz “Fino” (saxo) y Gloria Maurel (batería)– también fueron muy puntuales. Primero entró la banda, con atavío-homenaje a la cultura skin, para tocar “Maputxe” ya con un sonido potente y matizado, con los metales bien brillantes marcando ese tono netamente jamaicano con que hilarán la mayoría del concierto.

El principal protagonista de la velada entra en escena para acometer “Urrun” y “Eguraldi lainotsua iriburuan” justo después de dar la bienvenida al “aquelarre antifascista”, gritar “¡No pasarán!” y desatar definitivamente la energía acumulada –bajo los focos y frente a ellos– durante años de espera. Sonriente pero muy concentrado, Muguruza dosifica la entrega sin caer en la cicatería y se apoya en los músicos y coristas con inteligencia. Baila, jalea y se dirige a los presentes con su característica vehemencia, introduciendo parlamentos reivindicativos cuando el guion lo exige. Los primeros acelerones llegan vía Kortatu con “Hay algo aquí que va mal” y la emblemática “La línea del frente”, que activa las miles de gargantas presentes y sube la temperatura del recinto unos cuantos grados. Con el termostato de la calentura ya bajo control, recuperamos el resuello en la mecedora reggae de “Berlin-Ulrike Meinhof”, rematado por un ragga atómico de “Matah”, mientras que “In-komunikazioa” apela al espíritu ska de las primeras grabaciones de Kortatu, con Elizalde luciéndose con las varas. Cuando las cegadoras iluminan la pista se ve por primera vez la magnitud de la conexión y el chavalote que baila como puede delante de mí confiesa sentirse encerrado entre asiento y asiento. Otra vez Kortatu –“Desmond Tutu”–, otra vez los metales que son de oro –“Newroz"– y Muguruza cantando la mar de bien, para ceder el micro en el tramo final del tema a la aguda tesitura de una Lide Hernando que todavía tendrá mucho protagonismo.

Fermin Muguruza y Miryam "Matah": agradecidos. Foto: Alfredo Arias
Fermin Muguruza y Miryam "Matah": agradecidos. Foto: Alfredo Arias

Fermin decide abortar el ska-punk de “Big Beñat” al poco de empezar para saludar al millar de personas que han viajado desde el País Vasco para acompañarlo. No pasa nada, volvemos donde lo dejamos y culminamos uno de los picos festeros de la noche. Ese es el nivel. La primera hora de concierto va a terminar como es debido, en modo clímax, después de “Azoka eguna” y “Euskal Herria Jamaika Clash”, con Kortatu otra vez en boca de todos gracias a “A la calle” y “La familia Iskariote”. Me cuesta más conectar con estas últimas, creo que han envejecido mal o puede que sea yo quien lleve regular el paso de los años, pero reconozco que el recuerdo a Iñigo sí me pone un nosequé en la laringe que desaparece poco después, con los Tremenda Jauría acompañando en escena, gracias a una “Nicaragua Sandinista” que es recibida puños en alto mientras se vuelve a imponer la alegría, vuelan los minis y aprieta el pogo.

La llegada de una de nuestras pioneras skatalíticas, Begoña Bang Matu, es otro culmen de emotividad que ella remacha en clave góspel con la tradicional “Down To The River To Pray” antes de compartir con su anfitrión “Black Is Beltza”, como antesala de otro arreón impío, el de “After boltxebike”. Durante el siguiente avituallamiento de oxígeno, el león asmático de Irún menta al negligente Mazón para agradecer el apoyo de los 500 valencianos que han viajado a Madrid, y es entonces cuando entra en juego el legado de Negu Gorriak con una demoledora “Hiri gerrilaren dantza” y ni siquiera el involuntario y transitorio unplugged sufrido por Lide Hernando rebaja las intensidades, que siguen creciendo con el guiño a Dut de “Bidasoa fundamentalista”, la colaboración del bertsolari Jon Maia esta vez en castellano, una “B.S.O.” cercana al dub y esa “Itxoiten” con la triki de Solano añadiendo una capa de electricidad diatónica de tono guitarrero. No será la última vez que el acordeonista ocupe sitio preferente bajo los cañones de luz, porque introdujo el bis tocando “La Internacional” con miles y miles siguiéndole en el canto, pero antes del parón descargaron el clásico de Toots & The Maytals “54-46” y la supersónica “Etxerat!, llamaron a Carlos Non Servium para engorilar un poco más “Zu atrapatu arte” y volvieron a los mejores pasajes del credo Negu Gorriak vía “Kolore bizia” y “Radio Rahim”.

La última media hora de concierto empezó suave con una versión de Otis Redding –“Errespetua”–, otro vestigio de los Kortatu primigenios –“El último ska de Manolo Rastamán”– que tampoco se puede decir que sumara, y el himno independentista de Pantxoa eta Peiok “Lepoan hartu ta segi aurrera”, pero creció enseguida gracias a “Gora Herria” –el pogo se había extendido a todas partes a estas alturas– y culminó con “Sarri Sarri”, en la que participó la actriz Itziar Ituño. ¿Previsible? Sin duda, pero visto lo visto durante su interpretación cuesta pensar en un lacito más adecuado a este encuentro en el que lo celebratorio se impuso con autoridad. Habrá nuevas oportunidades para verlo y sacar más conclusiones, aunque solo algunas en nuestro territorio: 15 de marzo en Santiago de Compostela,  10 de mayo en Mérida, 14 de junio en San Sebastián y, como decíamos, el 4 de octubre en Pamplona. ∎

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