lamenco On Fire se celebra ininterrumpidamente (no dejó de hacerlo en tiempos de pandemia) desde 2014 en Pamplona, la ciudad que vio nacer en 1912 a Sabicas, guitarrista seminal en la historia del flamenco universal. Esa aura referencial parece contagiar a aficionados entregados a la causa a lo largo de casi una semana de actividades variadas. Hay un respeto mayúsculo en la respuesta a los artistas por parte de ese público, entendido o no, que hace suyo el festival y lo vive con pasión desmedida o, cuando menos, curiosidad sana.
Integrado en la ciudad con actuaciones programadas en lugares emblemáticos y, en muchos casos, de acceso gratuito (se formaron largas colas en Condestable), Flamenco On Fire se ha confirmado en su duodécima edición –una vez más– como una muestra exquisita de propuestas de flamenco clásico y también actual. ¿La fórmula? Una especie de escaneado selecto y equilibrado de nombres famosos y algunos otros desconocidos para los no expertos, pero todo imbuido de un clarividente espíritu didáctico y una formulación teórica que, sin atosigar, dotan a la selección de un incuestionable valor emocional, con enjundia. Es, en esencia, un festival de autor muy especial que se ha asentado como cita ineludible para los flamencólogos. Desde 2020 está bajo la batuta del grand connaisseur Arturo Fernández, apasionado fan y gran experto, quien cogió las riendas tras las primeras seis ediciones comandadas por Miguel Morán, director del original FIB y traspasado después al flamenco con conocimiento de causa (lo encontramos ahora a los mandos de Bierzo al Toque, en Ponferrada, ya con tres ediciones a sus espaldas).
Es sabido que Iruña es plaza puntera del norte de España, junto a Bilbao, en el reconocimiento del flamenco. Y eso se demostró en las actividades que entre el 26 y el 31 de agosto se celebraron en diversos espacios de Pamplona (hubo dos previas: en Viana, con José Valencia, el día 22, y en Tudela, con Esperanza Fernández, el día 23). Este año, con más de treinta espectáculos y mostrando su vocación de atender a conexiones territoriales, el festival rindió homenaje a la pelota vasca, ya desde su grafismo, dada la presencia de población gitana en el desempeño de este deporte tan local y, al mismo tiempo, internacional.
El auditorio Baluarte (con un aforo máximo de 1568 espectadores) congregó cinco grandes shows: Los Planetas en su versión flamenca. La leyenda de la guitarra Tomatito. Las noveles Ángeles Toledano, Lela Soto y María Terremoto en un concierto con una parte para cada una de ellas. La confluencia de cuatro veteranos guitarristas de postín: Manolo Franco, Gerardo Núñez, Rafael Riqueni y José Antonio Rodríguez. También el “Romancero sonámbulo” en honor a Lorca, (cursi) espectáculo de la compañía de danza de Antonio Najarro.
El hotel Tres Reyes, que fue el centro neurálgico del festival, ofreció en su Tablao una imbatible juerga llena de calidad y efervescencia como cierre nocturno de cinco jornadas. Por allí pasaron Duquende, la bailaora Alba Heredia, La Macanita, la bailaora Vero “La India”, y los hermanos José y Fernando Canela. Cinco veladas de magnitud superior en el fragor de la noche que no dejaron a nadie indiferente. En alguna ocasión, con espontáneos improvisados montando su propia fiesta entre copas al finalizar las actuaciones.
Yerai Cortés (en el teatro Gayarre), Queralt Lahoz y Rocío Márquez con Bronquio, estas dos últimas en el Zentral, fueron los otros tres conciertos, junto con el de Los Planetas, que se ajustaron al epígrafe Siglo XXI con el que la organización calificó y honró a estos artistas contemporáneos que han abierto caminos de renovación y apuesta.
Los balcones del ayuntamiento (Duquende, La Macanita, Tomatito y Fernando Canela) y del hotel La Perla (Agujetas Chico, Kiki Cortiñas, El Turry y Jesús Castilla), sin solución de continuidad, pusieron el punto popular a cuatro mediodías con momentos únicos a la hora del aperitivo: la presencia del público a pie de balcón estimuló una concatenación de imágenes pletóricas de devoción por escuchar a músicos a su vez emocionados ante el feedback del respetable.
El escenario Sabicas en el Civivox Condestable, edificio histórico, único exponente de la arquitectura civil de la Pamplona del siglo XVI, sirvió de encuentro para siete conciertos (entre ellos, Miguel Vargas, Daniel Casares, David Cerreduela, Alfredo Lagos…). Y el cómodo jardín del Palacio Ezpeleta acogió el escenario Pansequito para tres más (El Bola, Manuel de la Tomasa y Esperanza Rancapino).
Al margen del acierto del cartel, el valor añadido de Flamenco On Fire es la cercanía que se vive entre artistas y público de un modo natural. El arriba firmante vivió por casualidad escenas únicas que solo parecen poder darse en certámenes de esta escala: por ejemplo, Agujetas Chico cantando en el lavabo para tres personas y un servidor en un break de las intensas noches del Tablao, o el nieto de Tomasito, de 8 años, arrancándose por Tomás Pavón para gozo de los que compartíamos una mesa en una cena al salir de un concierto en Baluarte. Lo cierto es que en Flamenco On Fire se crea un clima de camaradería inusual que viene marcado por muchos artistas siguiendo con deleitación los shows de sus compañeros, a quienes jalean con entusiasmo sin mediar aparente rivalidad o celos. También es habitual escuchar consejos entre músicos en los desayunos en el comedor del hotel o asistir a ensayos preparatorios improvisados en la recepción del mismo antes de las actuaciones. Otra curiosidad: los palmeros Cristi y Pescaíto acompañaron a muchos de los artistas a lo largo de algunos de los conciertos del festival, convirtiéndose en una presencia casi permanente durante esos días, algo usual entre flamencos, ya que fue una constante ver cómo reaparecían músicos en shows propios o ajenos como protagonistas o como colaboradores.
Cosas a destacar: unas cuantas. Duquende estuvo soberbio en el balcón y en el tablao. Su fijación por Camarón sigue siendo evidente, pero vista su calidad, parece inaudito que se haya quedado, más o menos, en un segundo término sin dar el salto real a la primera división para la que se postuló en sus inicios. Es un clásico que se merece un disco estelar que lo reposicione en ese escalafón que parecía predestinado a liderar en la década de los noventa.
Los pases de Alba Heredia (con la compañía en el cante de un extraordinario José del Calli y también del polifacético El Bola, que estuvo más atinado que en su concierto de esa misma tarde) y La India fueron espectaculares. La primera, más joven, nos dejó anonadados con su descomunal dechado de energía; la segunda, más madura, también comedida pero igualmente brillante. Dos muestras de la belleza incontestable del baile flamenco, con esa gestualidad seca e inflexible fruto de un bárbaro ritmo interior que se visualiza y se libera en unos zapateados prodigiosos y mágicos.
Entre otras acciones paralelas del festival, muy interesante fue la conferencia en la librería Katakrak “Del gramófono al Pro Tools: tecnología, medios de reproducción y creación flamenca. Audición comentada de discos de 78 rpm (1899-1925)” a cargo del brillante Carlos Martín Ballester, estudioso del patrimonio sonoro y la digitalización y restauración de discos de 78 rpm y cilindros de fonógrafo, quien nos mostró ejemplos de la evolución del sonido en aquellos años primigenios y utilizó para ello incluso un gramófono real, centenario. Pudimos escuchar a El Mochuelo en diversos momentos de la exposición oral a través de su singladura; se apreciaron mejoras técnicas según transcurrían los años. Su sabia charla dio pie a una sesión, al día siguiente en el mismo lugar, del siempre inquieto Fernando Vacas a partir del sonido de esos mismos discos de pizarra digitalizados por el propio Carlos Martín Ballester. Usó las voces fragmentadas y tratadas de Don Antonio Chacón, Manuel Torres y, sobre todo, La Niña de los Peines en casi una hora muy experimental y por momentos severa en la que pareció extraer ideas del minimal techno a base de clicks’n’cuts para trasladarnos, entre lamentos y pulsiones que parecían árabes, al Magreb. Fue una velada de abrumadora intensidad en su inicio, bautizada por Vacas como “Minimal flamenco”, que se postuló orgullosamente para el target de cualquier festival de electrónica vanguardista de primera división.
El show de Los Planetas, en formato de cuarteto, con la guitarra flamenca de Eduardo Espín Pacheco (hijo de Carmen Linares) de soporte, más el omnipresente piano del incontestable David Montañés, situó a J y Florent en una apuesta nada indie, ya que el repertorio se enfocó en su singladura “jonda” para cuadrar en un certamen que les daba mucho respeto. Solo “Santos que yo te pinte”, su primera aproximación al asunto flamenco, y “Alegrías del incendio” –quizá también “Ya no me asomo a la reja” (por Morente)– sonaron a hits en un repertorio nada rock. Desfilaron guiños a Caracol, Fosforito, Silverio o Pepe de la Matrona desde el fondo de su repertorio telúrico; también a Khaled (“Se quiere venir”; su conexión con la admirada escuela PXXR GVNG). J se atrevió con los difíciles doce minutos de “El manantial” en homenaje a Lorca y salió airoso. Nervioso al principio por presentarse en un festival flamenco, se fue soltando progresivamente y cantó mejor que muchas otras veces. Pero lo cierto es que unos cuantos indies canónicos despistados se aburrieron y otros cuantos flamencos ortodoxos desconfiados se desesperaron. Aun así, Los Planetas pasaron el trago con suficiencia.
Otro que pasó con nota por Pamplona fue Agujetas Chico, también gran guitarrista, como demostró en el balcón, donde se atrevió con letras propias. Voz con rajo, se acordó de su abuelo, cómo no, el simpar Agujetas.
Los cuatro maestros (Riqueni, Núñez, Rodríguez y Franco, dirigidos por José Manuel Gamboa) que se dieron cita en Baluarte en el proyecto “Alzapúa III” continuaron, de hecho, una senda abierta en 2023 como homenaje a la guitarra flamenca. Fue la tercera parte y cierre de la trilogía en la que en el primer año figuraron Alejandro Hurtado, David de Arahal, Víctor Franco y José del Tomate, dirigidos por Rycardo Moreno, y en el segundo estuvieron Dani de Morón, Diego del Morao, Rycardo Moreno y Josemi Carmona, que ejerció de director. Aunque en esta ocasión, y tras una intro descacharrante de unos trece minutos al inicio de show del escritor José Luis Ortiz Nuevo (galardonado este año, como Gamboa, por la Fundación Flamenco On Fire), más bien fueron cinco los maestros debido a la presencia invitada y casi testimonial de Pepe Habichuela (embajador de Flamenco On Fire), a quien se le rindió un merecido homenaje al final con proyección de imágenes suyas en pantalla. Él interpretó una soleá por su sitio.
Del show de las tres nuevas voces femeninas (Toledano, Soto y Terremoto), que remataron amistosamente con bulerías al final, hay que decir que las tres gritaron en exceso (la sonorización no ayudó en absoluto al no aligerar tanta estridencia vocal) en pos de un reto que parecía consistir en ver quién subía más y más. ¿Lo mejor? Quizá el clasicismo de Lela Soto, que acabó con un guiño a su tío, Ray Heredia, versionando “Su pelo”. O tal vez la filia rumbera a lo Bambino que se le nota tanto a María Terremoto.