a palabra “indie” ha entrado en el Diccionario de la RAE ahora que ya nadie la usa en serio: qué ironía tan perversamente indie. Lo de definirse como indie caducó como cosa autoafirmativa y cool en España hace ya demasiados años. Como tarde, en 2010, cuando a Eric de Los Planetas le preguntaron qué estaba bebiendo en la presentación del disco de homenaje a Carlos Berlanga y él dejó esta respuesta esculpida en los mármoles de la posteridad: “Me estoy tomando MDMA con Anís del Mono, con un toque de hielo y un pizquín de Coca-Cola Zero. Rollo indie”. Desde entonces, ya no hay forma de decirse indie sin un puntito de cinismo y de guasa. Y está bien así.
También es verdad que ahora hay como un consenso contra la escena indie –tanto que apenas queda ya escena, en el sentido estrictamente industrial– y como un postureo general contra el rock de guitarras. Yo mismo he caído algunas veces en esa tentación esnob. Los tiros del mundillo van claramente por otros lados, claro (¡viva “brat”!), y también está bien así la cosa, pero luego está la realidad, que siempre impone su ley por encima de tendenciólogos y arribistas disfrazados de críticos.
Luego está la realidad, decía. Al hacer balance del año a finales de noviembre –como sigamos así, las listas van a acabar saliendo en septiembre–, caí en la cuenta de que la mayoría de mis discos favoritos de 2024 son más indies que una tote bag de Spacemen 3. Muchos de los grandes álbumes de los últimos meses los han hecho bandas de guitarras como Alcalá Norte, Quentin Gas & Los Zíngaros, Sistema de Entretenimiento, Carolina Durante, Biznaga... ¿A ver si va a tener razón la RAE y está volviendo el “rollo indie”? Más que eso, yo creo que estamos ante la confirmación definitiva de que hay una nueva ola generacional de grupos que comparten códigos subterráneos, un punto de rabia escéptica, muchas dosis de intelectualización localista y, sobre todo, una lógica de resistencia común: la de precariedad como palanca social del arte. Hay un patrón clarísimo ahí, un hilo que los conecta, lo que pasa es que nadie le ha puesto nombre a esta movida. Si lo de los noventa fue el noise pop, la quinta indie de Los Planetas, ¿qué es esto?
Llamémosla Generación Carolina, porque son los Carolina Durante quienes están ahora al frente. Sobre todo, después de que –ahora sí que sí– la banda de Diego Ibáñez se haya consagrado con el magnífico “Elige tu propia aventura”. Diego es quien marca la pauta como hace 30 años la marcaba J. Y como puede marcarla Álvaro Rivas, porque quienes de verdad le dan sentido al nacimiento de un nuevo movimiento generacional son los Alcalá Norte, el grupo de guitarras más profundo, certero y alucinante desde Los Punsetes. En el canon de esta nueva generación indie caben decenas de bandas más, pero no pueden faltar Cala Vento, Depresión Sonora, La Paloma, Vera Fauna, Marcelo Criminal, Camellos, shego, Somos La Herencia, Cariño, Malamute, Medalla, La Élite, Futuro Terror, La Plata, Biela, Aiko el grupo, e incluso Ghouljaboy o Grande Amore, en otro registro.
A todos los une un enfoque underground, con decisiones estilísticas que los hermanan más allá de los caminos sónicos de cada cual: la desnudez emocional, una confesionalidad así como impúdica, como de llevar las tripas por fuera, o una desafección con conocimiento de causa, con más palos en lo alto que ninguna otra generación. Los une la experiencia esclarecedora de no haber conocido otra cosa que la inestabilidad, en un contexto socioeconómico disruptivo que no ofrece la mejor de las perspectivas a futuro, precisamente, pero que también los dota de otras armas, como el fácil acceso a la autoedición (el caso de Quentin Gas, nuestro Prince gitano de Lebrija, es paradigmático) o a la promo en redes (que se lo digan al Admin de Alcalá Norte, cráneo “previlegiado” de la tuitosfera). La sensación es que todo está a punto de romperse, pero a la vez cualquiera puede conquistar el mundo desde su dormitorio.
La Generación Carolina camina sobre los rescoldos de la bonanza musical de otras épocas. Nada de lo que hacen dibuja un nuevo canon, ni abre un camino de euforias y éxtasis. No son la avanzadilla de nada, no nos anticipan nada. Su prefijo no es pre, es pos. La Generación Carolina hace canciones pospandémicas, posmodernas, posdramáticas, pospunk, poshumorísticas y poscrisis. Con un sonido despeinado que poco tiene de impericia técnica y mucho de querencia estética. “No sonamos mal, sonamos mejor que ayer”, canta Diego Ibáñez en “Las canciones de Juanita”, de Carolina Durante.
J ha sabido ver muy bien lo que se está fraguando ahora. En sus conciertos de 30º aniversario de “Super 8” en Madrid se rodeó de Diego, de Rivas, de Marcos Crespo de Depresión Sonora o, por supuesto, de Gato de los argentinos 107 Faunos. En los camerinos, con Alan McGee y Julio Ruiz de testigos, tuve la sensación de que Los Planetas sí habían detectado el cambio de ciclo y estaban entregando el testigo simbólico (¡la antorcha del indie!): “Para mí, que ellos nos hayan querido apoyar es muy importante”, me dijo J, quien reconocía en ellos una “continuidad”. Una continuidad sobre todo temática, ciertamente existencial.
También Los Punsetes –líderes con Triángulo de Amor Bizarro de otra generación como en tierra de nadie– le han echado las bendiciones a la nueva hornada, con su magnífico disco de tributo y aniversario de 20 años de carrera. Más referentes que conectan con la Generación Carolina: pienso a bote pronto que Broncano puede ejercer de catalizador, no tanto como Paloma Chamorro en la movida, pero sí como pasarela mainstream, como hizo por ejemplo Pepsi en los noventa con aquel recopilatorio que ensanchó los caladeros de Los Fresones Rebeldes, Dover, Australian Blonde o Sexy Sadie. Y pienso también que Sonido Muchacho quiere heredar ahora el empuje que tenía Subterfuge entonces.
Sé que el pesaje de las cifras no aguanta ni media comparación y no digo que haya, desde luego, un escenario parecido al del estallido pop de hace tres décadas, pero sí hay un panorama excitante de bandas coetáneas y afines que pueden acabar explotando. Todo dependerá del caso que les hagamos, aunque lo importante no es a dónde lleguen. Lo importante son las canciones.
Dice la RAE, en su segunda acepción, que el indie es una “cultura”; y en la tercera, que es un “estilo”. Tiene mucho sentido esa parquedad definitoria, porque lo indie, como mundillo subterráneo, solo se explica por sí mismo. O, dicho de otra forma: al indie solo lo puede definir Eric. ∎