on la detención para el ingreso en prisión de Pablo Hasél (Lleida, 1988), nuestra sociedad se aleja un paso más de los consensos fundacionales de la modernidad ilustrada y avanza hacia las hogueras de la intolerancia.
Bien haría el gobierno en evitar que sigamos cayendo por ese pozo de descrédito y emprenda a toda velocidad la reforma de los llamados delitos de opinión antes de que acabe por consumarse la siniestra “dictadura de los ofendiditos”. Así conseguirá también que los fiscales y los jueces no se vean en la ridícula tesitura de –analizando tuits y raps– determinar qué puede o no considerarse vejatorio por parte de algunos colectivos o instituciones.
La ley penal de un Estado democrático puede y debe perseguir la incitación directa al crimen que suponga una puesta en peligro concreto de personas o bienes (algo muy próximo a la inducción al delito). También la provocación al odio contra “colectivos diana” frágiles y vulnerables (lo que, desde luego, no es predicable de la Corona, de la Policía o de los poderosos en general). Pero nunca hubiera debido cruzar la línea roja que supone la restricción de la libertad de expresión, de conciencia y de libre creación artística. Los polvos de la “ley mordaza”, la reforma liberticida del Código penal en 2015 y el talante de algunos tribunales son los que han traído estos lodos, lo que demuestra que no es necesario atribuir a la malicia lo que puede explicarse mediante la estupidez.
Y ya puestos, el gobierno deberá cumplir todas sus promesas de adaptar la legislación vigente a los estándares marcados por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y huir como de la peste del que este denomina el chilling effect, el “efecto desaliento” que acaba por imponer la autocensura a quienes por razones artísticas o por el ejercicio del derecho a la crítica se mueven en las ambiguas fronteras que limitan su actividad profesional o artística con la sensibilidad de terceros.
Robespierre y los tribunales de Salud Pública del “Terror” lo tenían muy claro. Guillotinar culpables tiene una eficacia limitada: lo que de verdad atemoriza y sirve a la tiranía es la ejecución caprichosa de inocentes. Así se va callando todo el mundo. ∎