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Firma invitada / Dry Martini

“Slow Horses”

J

ohn Le Carré ya lo había imaginado antes: “El espejo de los espías” (1965). Un grupo de espías anquilosados (el Departamento), marginados desde la Segunda Guerra Mundial y que sucesivos gobiernos habían olvidado desactivar. Que consumían los días en unas cochambrosas dependencias del servicio secreto enzarzados en batallas burocráticas y soñando operaciones clandestinas delirantes mientras rellenaban el crucigrama del ‘Times’ y empalmaban los cigarrillos. Hasta que unos rumores sobre la instalación de misiles soviéticos en Alemania los lleva a creer que ha llegado el momento de recuperar su desvanecido prestigio y a –pasando por encima de George Smiley y de todo el Circusmontar una operación al otro lado del Telón de Acero. De ello ha de ocuparse un hombre al que envían al infierno armado tan solo de contactos caducados y sus recuerdos de la guerra. Para cuando llegue allí, ya todo estará perdido.

Mike Herron da otra vuelta de tuerca a esa trama de seres en la periferia del Estado que, por razones difíciles de entender, aún mantienen algo parecido a un código de honor y un cierto afecto por un país que los desprecia, en unas novelas cargadas de sarcasmo y adscritas a un nihilismo fatigado que no deja lugar a ninguna esperanza. En ellas –“Caballos lentos” (2010), “Leones muertos” (2013), “Tigres de verdad” (2016), “La calle de los espías” (2017)– nos conduce a La Casa de la Ciénaga, un edificio cochambroso que constituye el reino de Jackson Lamb y el lugar a donde los mandos del MI6 envían a los agentes fracasados y caídos en desgracia a los que no pueden despedir o eliminar, para aparcarlos hasta que encuentren un hoyo en el cementerio a cargo del ayuntamiento.

Sin embargo, Lamb no es un cualquiera. Se trata de un bregado agente de campo de los tiempos previos a la caída del Muro, un vestigio de la guerra fría que puede parecer obsoleto en este nuevo mundo de ciberespías y de decapitaciones del ISIS retransmitidas en Facebook, pero del que sigue emanando una intensa sensación de peligro.

En su retiro –un destino solicitado por él mismo por motivos nunca aclarados– tolera los desplantes de los funcionarios de las sombras (capitaneados por la jefa del Servicio, un híbrido entre Lady Di y Cruella De Vil), se tira sonoros pedos y desayuna con whisky y tabaco. Pero, en el fondo, queda claro que tiene cogidos por las pelotas a sus superiores: la mayoría, tipos de infatuada estupidez oxoniense.

Tampoco sus subordinados tienen desperdicio. Desde el espía que metió la pata (o se la hicieron meter) y no pudo evitar un atentado terrorista hasta la analista alcohólica perseguida por muertos del pasado, el bocazas sin habilidades sociales o un hacker narcisista atrapado en un despacho donde alguien con un poco de dignidad nunca aceptaría trabajar. Sin embargo, cuando los hermanos mayores del Servicio –gentes que, si vieran pasar la eficiencia por la calle, no la reconocerían– malogran cualquier operación, los que resuelven el embrollo son estos “caballos lentos” a los que jamás ha pasado por la cabeza creerse colegas de James Bond.

Ese material infalible pedía a gritos una serie, ni que fuera para hacernos olvidar que últimamente con cualquier memez (basta recordar el siniestro “El juego del calamar”) se hace una. El responsable ha sido el correcto artesano James Hawes –“Slow Horses” (Apple TV+, 2022)–, un hombre que no es el Thomas Alfredson de “El topo” (2011), pero que demuestra que los ingleses aún saben hacer ficciones de espías y, de paso, sacarles las vergüenzas a las viejas glorias del Imperio.

Para ello se ha hecho con un reparto de lujo (Jack Lowden, Kristin Scott Thomas, Olivia Cooke, Jonathan Pryce y Chris Reilly) al frente del cual está ni más ni menos que Gary Oldman, un tipo que no suele fallar, que ya se puso en la piel de los viejos espías con prisa en otras ocasiones y que puede tratar de igual a igual al Alec Guinness de los mejores tiempos: el que interpretó a Smiley. Oldman es ese Lamb desaliñado y flatulento, alcohólico y soez que, sin embargo, deviene un personaje romántico: alguien que arrastra un invencible desánimo, pero no ha perdido la brújula que señala el bien y el mal y los retorcidos caminos de la lealtad.

Mick Jagger pone la música. La canción “Strange Game” (escrita para la serie en colaboración con el compositor de bandas sonoras Daniel Pemberton) capta a la perfección el ambiente de la historia. Oscura y cargada de humor, nos recuerda que el autor de “Paint It Black” está aún tan lejos del proceso de momificación como la valetudinaria Isabel II. ∎

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