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Sidecar, 40 años en la brecha

La sala Sidecar celebra cuatro décadas como templo musical decano de Barcelona. Búnker rockero que ha permanecido imperturbable al dictamen de las tendencias, al brete de la especulación inmobiliaria, a los distintos colores políticos que han gobernado la urbe y a la fuerza arrasadora de esa Barcelona obsesionada con mutar de piel cada determinado tiempo. Para celebrar tamaña gesta, la sala lo festeja estos días con un menú a la altura.

Las noches empiezan (o acaban) en Sidecar. Foto: Pol Vila
Las noches empiezan (o acaban) en Sidecar. Foto: Pol Vila
L

os residentes en Barcelona –y los foráneos que llegan con intención de exprimir la variante nocturna de la ciudad– guardamos en el equipaje emocional noches memorables que han partido o, normalmente, finalizado en la sala Sidecar. Juergas de tránsito nebuloso. Desenfrenos libidinosos bajo el calor de ese sótano no apto para claustrofóbicos ni abanderados del 4G y 5G. Encuentros –amorosos, fraternales o creativos– que se han extendido por la línea del tiempo. Las mismas paredes que han dado refugio a bolos de energía impredecible y de desafío escénico en cuanto al equilibrio de los músicos sobre el escenario. Actuaciones de emulsión icónica por la mera fisonomía del local, comparado con el CBGB neoyorquino. Un reguero de veladas musicales, anécdotas que propicia el mundo noctámbulo y, en definitiva, un riego hedonista que se remonta más allá de estos cuatro decenios, cuando Sidecar aún no había cimentado su pilar en el tejido cultural de la ciudad. Era un tiempo en que el mismo espacio respondía como el Texas –el bar, no el cine de próxima reapertura–, uno de esos antros que servían como reclamo para marines de la sexta flota de los Estados Unidos en sus peregrinajes beodos por la parte baja de la ciudad durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta.

Esa herencia juerguista permaneció blindada cuando el emblemático rincón de la Plaça Reial fue adquirido por el actual mando, con su director Roberto Tierz al frente. Sidecar surge tras una conversación etílica entre cuatro colegas en la Casa Almirall –otra baliza de la Barcelona de otro tiempo– lamentándose sobre la ausencia de un local afín a sus gustos musicales: ¿cuántos nos habremos visto en la misma tesitura? Desde entonces, desde ese lejano diciembre de 1982, Sidecar responde a ese vacío estableciéndose como el principal bastión rock de la ciudad –con permiso del Màgic, más antiguo pero con interrupciones en su programa musical y con etapas de persiana bajada– en un momento en que además se intentaba ventilar el ambiente posfranquista, con la ciudad aún encerrada en sí misma, a través del punk barcelonés, la new wave y los grupos de la movida. Poco a poco, y siempre en esa primera línea que le permitía divisar los profundos cambios que han marcado la zona urbana donde opera, reflejo, a su vez, de las transformaciones y capítulos de la ciudad, la sala barcelonesa se reivindica como lugar de peregrinaje para la contracultura, los desviados nocturnos, melómanos de todo pelaje, tribus de su tiempo y, en definitiva, cueva devota para una audiencia con la pasión por la música y el desdén por modas y estéticas restringidas como denominador común. Esa naturalidad, constancia y honestidad –también reflejada en los precios: cuesta encontrar ahora mismo una plaza nocturna a doce euros la entrada con copa–, ese desdén por lo imperante, explican parte de su longeva existencia. Para los que ya acumulamos demasiadas noches por la céntrica plaza barcelonesa, Sidecar sigue siendo el último baluarte, la última aldea gala –quizá junto al heroico, trasnochado e imprevisible Karma– contra el centrífugo guiri que ha desfigurado el centro de la ciudad.

Orgullosa campaña con actitud de Sidecar gentileza de PutosModernos.
Orgullosa campaña con actitud de Sidecar gentileza de PutosModernos.

En estos días en que el refugio barcelonés saca pecho por su singladura como sala de conciertos y discoteca, apoyado por una brillante campaña publicitaria orquestada por PutosModernos, uno de sus reclamos es ser reconocida como la sala con la programación continuada más longeva de la Ciudad Condal. En diciembre de 2016 alcanzaron la impensable cifra de 5000 conciertos y, para celebrar el hito, subieron a Nick Lowe a su diminuto escenario. No era la primera vez que el reducido espacio acogía a una luminaria de la música popular. Por su sótano han desfilado artistas del gramaje de New York Dolls, The National, Alex Chilton, Manu Chao o Pete Doherty. Cada uno guardará en su baúl sináptico los encuentros más emotivos e inesperados, sus primeros apretones de mano con grupos que en su siguiente visita se vieron obligados a acomodarse en recintos con mayores prestaciones. Para quien escribe, por ejemplo, las actuaciones de Julia Holter, The Pains Of Being Pure At Heart, Toy o Bill Ryder-Jones (incluyendo el aftershow con el ex de The Coral y sus músicos por tugurios cercanos).

Pero lejos de regocijarse en su frondoso pretérito, la sala sigue su andadura como fortín de resistencia, dando la espalda a la presión turística de una plaza cuyo trajín ha cambiado excesivamente durante estos cuarenta años; decidida a seguir actuando, eso sí, como gozne entre distintas generaciones y, no por voluntad propia, mantener su anclaje con esa Barcelona que no manifiesta aversión a su memoria. Algo quedará recogido en estos festejos que celebran tan especial efeméride. Sus responsables han diseñado un programa interrumpido de cuarenta horas que empieza hoy mismo, 24 de marzo, a las cinco de la tarde y se prolonga hasta la madrugada del domingo 26 de marzo, entrecruzando conciertos, conferencias, exposiciones, pódcasts, programas de radio, sesiones de DJ o desayunos musicales, cargando así de sentido esa máxima de la sala como factoría artística y creativa.

Bienvenidos al búnker.
Bienvenidos al búnker.

La ilustradora y dibujante de cómics Cristina Daura inaugura hoy las actividades del aniversario con una exposición que cubrirá la sala superior. A partir de las nueve de la noche se podrá disfrutar de la propuesta musical de MUSHKKA. Detrás emerge Irma Farelo, quien, como su hermana, la cantante Bad Gyal, ahonda en la música urbana. Después, turno para DJ Cutmaker y el club Dance To The Underground!

El sábado, 25 de marzo, habrá un espacio dirigido a los más pequeños con actuaciones de tarde mientras se imparten algunos talleres. En dicha jornada también se presentará el libro “Este no es el libro del Sidecar”, un repaso a la historia de la sala por parte de su cofundador y director, Roberto Tierz. Antes, por la mañana, habrá un desayuno musical, la grabación de un pódcast y de un programa especial de Radio 3 con participación de Queralt Lahoz, Josele Santiago y Ladilla Rusa. El punto y final lo pondrá La Habitación Roja con un concierto largamente buscado por ambas partes y que finalmente será materializado en tan propicia coyuntura, antes de dar paso al cierre con las inamovibles sesiones de DJ.

El eclecticismo que ha caracterizado la trayectoria de Sidecar también quedará recogido en formato conferencia. Hoy, la mesa redonda “¿De dónde venimos?” repasará el legado de la sala, el pasado de la industria y la implicación personal de sus tres ponentes –Gerard Quintana (Sopa de Cabra), Santi Balmes (Love Of Lesbian) y Ramón Rodríguez (Madee, The New Raemon)– con el espacio que los convoca. El sábado, la mesa se proyectará hacia el futuro bajo el título “¿A dónde vamos?”, en la que intervendrán Alizzz, MUSHKAA y Yago Alcover, del grupo Mujeres.

Un banquete musical impepinable supervisado por un recinto que esperemos siga preservando las esencias y efluvios de esa Barcelona en peligro de evaporarse; la que saca una peineta a los Poke Bowl, Vivari y similares, la radiofórmula aguada y la sangría a granel. Larga vida al rock, larga vida al Sidecar y larga vida a su importante impulso rotor para el circuito de la música en vivo y para las noches sin control horario. ∎

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