“Todo bajo el sol” ha confirmado la capacidad de Ana Penyas para sacar petróleo expresivo del registro costumbrista. Su estilo combina diversos materiales y registros para crear una ficción que documenta de manera fidedigna la historia reciente de una España que ha caminado desde el franquismo a la gentrificación.
De las primeras olas del turismo de masas en el Levante mediterráneo al fenómeno de los alquileres turísticos, pasando por la “ruta destroy” y los movimientos sociales de la Valencia de los 80 y 90, “Todo bajo el sol” (Salamandra Graphic, 2021), de la Premio Nacional del Cómic Ana Penyas (Valencia, 1987), es un plano secuencia de unos años y un territorio que, aunque no volverán, siguen existiendo porque han definido nuestro presente. Quizá, también, nuestro futuro.
Como ya ocurría con “Estamos todas bien” (Salamandra Graphic, 2017), la convivencia y en ocasiones el choque entre generaciones sirve para explicar una historia, la de nuestro país, que no solo se cuenta con fenómenos migratorios y episodios políticos, sino también con programas de televisión, detalles de la cultura popular y, en ocasiones, mucha ternura. Penyas combina lo documental con la ficción, el dibujo con el collage, en una historia transversal en la que todas nos vemos reflejadas de alguna manera y que abre las páginas del cómic a una realidad que vemos cada día tanto en las calles como en los medios de comunicación. Si estamos abocados a repetir errores del pasado, que no sea por ignorarlos.
Has contado que tu proceso de creación es más bien lento, y dicen que el segundo libro, el segundo disco, e imaginamos que el segundo cómic es a menudo el más complicado. Más aún cuando el primero tuvo tanto éxito como “Estamos todas bien”. ¿Qué tal lo has llevado?
Estoy muy contenta, porque es cierto que estaba muy pendiente de si iba a gustar o no, ya que las expectativas eran altas y, por ahora, está recibiendo muy buenas críticas. Que todo se transforme en llamadas de Zoom y de teléfono es lo menos agradable, porque obviamente esto hubiera sido más bonito sin pandemia, pero no me puedo quejar en absoluto. Y sí, sin duda este cómic ha sido más difícil, porque el otro salió de un modo muy poco organizado y no se podía repetir la jugada, tuve que aprender otro método. Tampoco tengo más abuelas (ríe). Tuve que aprender a hacer un guion, porque el anterior era más bien un documental y con este tuve que ser mucho más ambiciosa en la parte de archivo y documentación.
De todos modos, este cómic también tiene mucho de documental, en tanto que es una realidad ficcionada, o una ficción real, ya sea en su contenido como en la forma. ¿De dónde tomaste la idea de usar pedacitos de documentales, películas, fotos reales y programas de televisión, y unirlos a tu técnica?
Fue a medida que fui encontrando un montón de cosas que me parecía que tenían que estar en el libro, que de alguna manera podía ser un lugar donde dar a conocer cosas de nuestra historia que están escondidas, como una guía turística editada por el franquismo: “25 años de paz”, así se promocionaba en los 60 el turismo de España en el extranjero. Cuando la descubrí me pareció muy reveladora, y me pareció que no tenía sentido transcribirla al libro, que se explicaba por sí misma y que era mejor ponerla tal cual. Fui teniendo más encuentros como este, tanto cosas que me contaban porque yo era todavía demasiado pequeña como el capítulo del “A guanyar diners!” de “El show de Joan Monleón” en Canal 9, que sí recordaba. Todo este material le da veracidad a la historia, porque a menudo un cómic se te queda corto, es mucho trabajo para pocas páginas, en comparación. Añadir todo este material es abrirle la puerta a los y las lectoras a ampliar la información; invitarles a buscar cosas por su cuenta y compartir con ellos lo que yo había descubierto.
Una de estas piezas documentales que compartes es la película sueca “Soy curiosa (Amarillo)” (Vilgot Sjöman, 1967), en la que se entrevista a varios turistas que vienen de vacaciones a nuestro país. Las respuestas son prácticamente unánimes: que de vacaciones no quieren hablar o pensar en política, que prefieren no opinar sobre el hecho de que haya dictadura en España… Pero absolutamente todo es político, ¿no? Incluso dónde y cómo decidimos irnos de vacaciones.
Absolutamente. Este documental es una de las joyas que encontré y explica la propia lógica del turista mismo, con unas entrevistas que, en cierto modo, nos hacen de espejo. Cuando nos vamos de vacaciones, unas más y otras menos, en general la política la dejamos fuera. Hay algo que abandonas porque te vas, porque quieres despejarte, porque hay ciertas cosas que implican preocuparse y que van en contra del propio concepto de las vacaciones. Y no es que eso ocurriera solo entonces, no, también nos pasa a nosotras cuando nos vamos de vacaciones ahora. Seguramente no responderíamos exactamente así, especialmente si eres una persona politizada, pero hay algo de verdad en eso que esos turistas suecos hacían tan explícito.
De alguna manera, nos han hecho pensar que irnos al Machu Picchu de manera “responsable/ecológica/respetuosa” implica “buen turismo”, mientras que irnos a Benidorm es “mal turismo”.
Claro. Pero la realidad es que irte al Machu Picchu también genera un conflicto. Lo que yo quería reflejar en el libro es que yo no tengo una opinión sobre “turismo bueno/turismo malo”, sino que todo genera un conflicto en el lugar en el que impacta, ya sea en el centro de una ciudad, en una playa o en una montaña.
Los éxodos en “Todo bajo el sol”, además, no son solamente los puntuales por turismo, sino que algunos son estructurales: primero los que llevaban a las personas del campo a la ciudad, y luego de la ciudad al extrarradio por no poder permitirse vivir en el centro.
Todo está unido. El turismo es trabajo, la gente va a ciertos sitios para ser mano de obra, y como el turismo desde hace algunos años ya está llegando también a las ciudades, echa a la gente. El libre mercado es lo que tiene, que quien puede sacar más dinero por su piso alquilándolo los fines de semana que haciéndolo de forma estable lo va a hacer, en esta nuestra cultura de la propiedad.
Se nota que, a nivel personal, has estado muy vinculada con movimientos sociales y de antigentrificación.
Sí, de algún modo, muchos de los movimientos sociales de los últimos años han estado muy centrados en la defensa de los barrios. En Valencia se ha focalizado en Ruzafa, Ciutat Vella, el Cabanyal; ahora mismo en Benimaclet, que sería más mi barrio, se quiere hacer un PAI que se firmó en los 90…. La defensa del territorio es intrínseca a los movimientos sociales. Ya estando en Madrid, no he participado directamente en colectivos de sindicatos de vecinas, pero sí me he implicado de forma periférica en estas luchas porque es el entorno en el que me muevo. Y, al final, en todos estos años de mi desarrollo artístico mientras estudiaba Bellas Artes, el tema de la gentrificación y este tipo de debates, junto al feminismo, son las temáticas que más me han atravesado.
Como Laura en tu libro, ¿tuviste pósteres de “No a la guerra” colgados en tu pared?
Sí, varios (ríe). El movimiento del “No a la guerra” es el que más viví, junto con el de “Per l’Horta”, porque mis mejores amigas están involucradas. En Valencia, las luchas y las personas se unen mucho porque al final nos conocemos todas, no es que estés en un único colectivo y no salgas de ese.
El cómic, creo que voluntariamente, no explicita nunca dónde ocurre. Es un lugar y es todos a la vez.
Me propuse muy concienzudamente no poner nombres propios; primero, porque así escribía una historia más universal, y segundo, porque hacerlo de otro modo me obligaba a ser mucho más fidedigna con los hechos, y no a mis interpretaciones de los hechos. Este es un barrio que me invento basándome en muchos barrios, pero que me permite utilizar la ficción. Es cierto que hay muchos detalles basados en libros de testimonios, cosas que me han contado o visto… Con el objetivo de mostrar que, por ejemplo, aunque a ti no te expropien, sí que te quitan tu mundo. Que si te quitan a tu vecino, tu tienda, tus relaciones sociales, finalmente sí te expropian.
El libro está lleno de detalles de la cultura popular, como ya hacías en “Estamos todas bien”. Puedes entender la referencia o no, pero, si lo haces, la historia se enriquece y se hace más cercana.
Creo que es algo que le da mucha calidez al cómic, porque mucha gente, cuando se identifica con cierto momento vivido, se emociona. El balón de la Nivea, los chinitos de la suerte, el “Double Dragon”… Hay muchos recuerdos relacionados con las vacaciones y con ese apartamento que tus padres compraron o alquilaron, y al final también tenemos muy buenos momentos vinculados a eso. No puedo tratarlo todo desde el horror, hay mucha ternura ahí. Y sumado a esa calidez, creo que esos objetos hablan de la Historia, así en mayúsculas, y todo el conjunto te ayuda a comprender mejor esos años. Mi compañero, que tiene ocho años más que yo, me ha contado muchas cosas que yo no viví o no recordaba, así que con las referencias a los 90 he tirado más de archivo personal y en los 80 le he preguntado más a él.
Precisamente, en los agradecimientos lo mencionas: “Gracias por los juegos de los 80 y las pintadas de los 90”. Esas pintadas en contra de la droga o las de “OTAN no, bases fuera” también eran política.
Creo que son testigos documentales importantes. Me propuse que no apareciera ningún movimiento social explícito, aunque mi opinión sobre el tema sea bastante evidente, porque no quería caer en lo panfletario. Así que lo he querido mostrar con segundos planos, pintadas…, poniendo el foco en que había resistencia, que había opinión en la calle y discursos que ya existían, y así completar la trama con las diferentes voces que la componen.
Hablando de recuerdos prestados, en el libro se muestra aunque sea brevemente la “ruta destroy” o “ruta del bakalao”. Eso te pillaría pequeña, pero, de algún modo, impregnó toda la sociedad valenciana…
Sí, es algo que me llegó de segundas. Yo solo fui a algunas discotecas cuando tenía 15 años, pero mi primo sí que lo vivió más. Estaba en la música, en la forma de vestir, incluso en el pueblo familiar en La Mancha, cuando íbamos, todo era muy “bakala”, desde los coches hasta la estética. Lo viví de adolescente y de rebote, pero, efectivamente, estaba totalmente entramado en la sociedad y he tenido un acceso bastante directo a esas memorias.
Me da la sensación de que el libro, más que una fotografía, es un plano secuencia. Se ve muy claro en las vallas publicitarias que van cambiando con los años a lo largo de esa carretera de costa que es una de las pocas constantes.
Totalmente, es una secuencia. De hecho, esa carretera podría ser el resumen del libro, y es lo que tuve más claro desde el principio: una carretera que iría cambiando con el tiempo. A partir de ahí, poco a poco, fui añadiendo más espacios que también irían transformándose. El arranque del libro y que iba a desarrollarse, como dices, en un continuo es lo que vi claro desde el origen del proyecto.
Mencionabas antes el feminismo como uno de tus principales focos de atención. Precisamente, este fue un debate interesante cuando ganaste el Premio Nacional del Cómic en 2018, porque fuiste la primera mujer en conseguirlo. En estos tres años, ¿hemos ido a peor, nos hemos quedado igual o hemos mejorado?
Yo creo que estamos mejor en ese sentido. Es cierto que mi trayectoria no es tan larga, no estaba antes para poder ver la evolución completa, pero cada vez veo a más autoras, y eso está muy relacionado con el que haya más lectoras. Cada vez más mujeres leen cómic y buscan historias diferentes, otros referentes. Es algo imparable, una cosa lleva a la otra: cuantas más haya, más querrán estar. Y, como mínimo, ya no puedes organizar unas jornadas o conferencias y eludir a una autora, aunque sea porque te dé reparo o por una cierta presión social, para que no te la líen (ríe). Y, poco a poco, eso transforma los discursos y las cuotas; la evolución es imparable.
Hablando de mujeres, aquí sigues retratando a varias generaciones de ellas, empezando por la de esas abuelas que no sabían estar “sin hacer nada”.
Me interesa esa historia transgeneracional, porque las maneras de ver las cosas chocan y eso me resulta muy revelador.
Eso lo marcas también con el uso del lenguaje: los mayores hablando en valenciano, los más jóvenes en castellano.
Efectivamente, en el libro el idioma marca no solo una diferencia, sino un conflicto. No es un simple retrato porque en Valencia hay un problema con eso, el valenciano se ha estigmatizado mucho. Yo soy un producto de eso, mis padres no son valencianoparlantes que vienen de otros lados, y no es como en Cataluña que terminas aprendiendo catalán seguro. En Valencia capital es diferente, aunque se está intentando cambiar, y me interesaba poner el acento en este conflicto.
Y en un giro que nadie vio venir, llegó un cataclismo que podría ser perfectamente un último capítulo no escrito: que el turismo de masas dejaría de existir por una pandemia mundial. O no.
Parece que algunas cosas pueden cambiar, pero me cuesta mucho hacer quinielas. Esta primavera todo el mundo quería que volviese el turismo, pero obviamente no se podía; mientras tanto, Madrid estaba llena de franceses, como un elefante en una cacharrería: me parece loquísimo que una ciudad esté tomada por turistas borrachos en una situación como en la que estamos. Soy algo escéptica al pensar que esto pueda suponer una regularización real de los alquileres, porque cuando el mercado vuelva a dar dinero, me temo que todo volverá a la locura anterior. Ahora mismo, en Valencia acaban de desahuciar a dieciséis familias para reconvertir unos pisos de la calle Turia en alquiler turístico: será que alguien tiene claro que los turistas van a volver, porque si no, esto no tiene ningún sentido. Ojalá me equivoque. ∎