Libro

Arnold I. Davidson

Los ejercicios espirituales de la músicaAlpha Decay, 2025

¿Qué pasaría si escuchar música no fuera solo algo placentero o decorativo, sino una forma de entrenar la atención y de transformarnos como personas? En la recopilación de textos “Los ejercicios espirituales de la música” (“Gli esercizi spirituali della musica”, 2020; Alpha Decay, 2025. La edición española incluye un texto sobre “Teresa de Ávila”, el álbum de John Zorn de 2021, no presente en el original), traducidos por Juan Gabriel López Guix, el filósofo estadounidense Arnold I. Davidson propone precisamente eso: que la música puede ser un camino para conocerse, para vivir mejor y para estar más atentos al mundo.

Este ensayo parte de una idea sencilla pero poderosa. En la filosofía antigua –y en pensadores modernos como Pierre Hadot o Michel Foucault– existían ejercicios concebidos para transformar el modo en que pensamos y vivimos. Davidson recupera esa tradición y la traslada al ámbito musical. Escuchar con atención y compromiso puede convertirse en un “ejercicio espiritual” que moldea nuestra sensibilidad, amplía la conciencia y nos transforma.

No se trata solo de disfrutar de una obra o analizar su estructura. Davidson sostiene que escuchar música puede ser tan formativo como leer filosofía o meditar. Pero para eso no basta con tenerla de fondo mientras hacemos otra cosa. Escuchar de verdad –con el cuerpo, la mente y la paciencia– exige un esfuerzo consciente que vale por sí mismo, más allá del placer inmediato.

A lo largo del libro, Davidson se aleja del repertorio clásico y se interesa por músicas contemporáneas que exigen más del oyente. Son obras que no se entregan fácilmente, sino que invitan a escuchar de otro modo. Habla, por ejemplo, de Alvin Lucier, que explora el sonido y el espacio; de Anthony Braxton, saxofonista de free jazz que rompe con las estructuras tradicionales, y de Pauline Oliveros, pionera de la llamada “escucha profunda” –deep listening queen, como se la conocía–, una práctica centrada en la atención plena al sonido, al entorno y al propio cuerpo.

Davidson concede un papel fundamental a la improvisación, entendida no solo como recurso musical, sino como práctica vital. Improvisar no es simplemente reaccionar sin plan, sino asumir que cada respuesta es una forma de construirnos. En la música, como en la vida, se trata de crear sin guion, de escuchar activamente, de abrirse al otro. Esta forma de actuar, lejos de ser caótica, implica una ética: en cada decisión, cada pausa, cada giro inesperado, se pone en juego una relación con uno mismo y con el mundo. Improvisar es inventarse a cada paso.

En entrevistas como la publicada en ‘Critical Inquiry’, y en sus diálogos con el compositor George Lewis y el pianista Vijay Iyer, Davidson profundiza en la dimensión ética de la improvisación. Cita a Sonny Rollins como ejemplo de músico que no busca adornar lo ya escrito, sino encontrar, en cada interpretación, una manera nueva de ser. Esa búsqueda convierte la improvisación en un acto de autoconstrucción. No se trata de seguir reglas, sino de crear algo que solo existe en el momento de tocar.

Esta visión enlaza con la idea de Foucault sobre la “estética de la existencia”: vivir como si la vida misma fuera una obra que se compone no a partir de normas impuestas, sino desde la invención de una forma singular de estar en el mundo. En cada elección –una nota, un silencio, un riesgo– se pone en juego una relación con uno mismo y con los demás. Es, en definitiva, la invención de un camino propio.

Davidson no ve la música como un simple archivo o una obra cerrada, sino como un acontecimiento vivo que nos afecta. Escuchar es exponerse, abrirse, dejarse transformar.

El propio libro, con su estructura libre, tono reflexivo y ritmo pausado, se lee como una improvisación. Más que un tratado, es un ensayo que propone sin imponer, que avanza con libertad y escucha. Su forma rehúye el sistema cerrado y prefiere el gesto abierto, meditativo, atento. Como si escribir, para Davidson, fuera también una forma de escuchar.

Breve y accesible, el libro no busca el estilo ilustrado. Su fuerza está en las conexiones que traza, en los ejemplos que ofrece y en las preguntas que deja abiertas. A veces puede parecer abstracto, pero en el fondo su propuesta es clara: frente a una cultura que nos empuja a consumir música de forma rápida, superficial y dispersa –con listas automáticas y sonidos de fondo–, Davidson propone recuperar una forma de escuchar lenta, comprometida, incluso exigente. Escuchar como quien se forma.

“Los ejercicios espirituales de la música” es una invitación a reaprender a escuchar, a tomarse la música en serio como herramienta de transformación personal. Más que ofrecer una conclusión, el libro deja abierto un terreno fértil: un espacio para pensar con la música, escuchar de otro modo y dejarse transformar por lo que suena.

Quien busque un manual sobre teoría musical o filosofía sistemática tal vez no encuentre aquí lo que espera. Pero quien escuche con disposición, con curiosidad y con apertura, encontrará algo más valioso. Una forma distinta de habitar el tiempo, de prestar atención, de hacerse preguntas desde el sonido. ∎

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