De recia madre inglesa y padre de origen jamaicano –“una efigie quemada de hermosura y maldición”–, ambos fumadores empedernidos, junto a una hermana bastión “color café” once años mayor que él, nace Barry Adamson en el Mánchester de 1958 enfermo de discondroplasia, una anomalía ósea típica de los pollos. La autobiografía de este músico, compositor o también escritor de rostro impenetrable, básicamente porque apenas sonríe y casi siempre lleva puestas sus características gafas ahumadas, aterriza en España con la cuidada traducción de Ibon Errazkin para la editorial Liburuak. Tres ingredientes que unidos mejoran en varios enteros la maltrecha calidad de la literatura rock nacional.
Adamson escribe su novela autobiográfica con un sentido de la percepción retroactiva que alcanza, con todo lujo de detalles, nada menos que hasta el útero materno y unos primeros años presididos por el amor de su modesta familia, la música que comparten con el tocadiscos paterno, los tebeos de superhéroes o la primera película que recuerda –“James Bond contra Goldfinger” (Guy Hamilton, 1964)–, cuya banda sonora marcará su futuro. El músico despliega su casi delirante memoria en prolijos episodios escolares, futbolísticos, hospitalarios, sexuales, fílmicos, musicales o tabernarios, narrados con frescura y fluidez, como si estuviese visionando un Super-8 restaurado. Viñetas ilustradas con una suculenta lista de canciones, ese faro indefectible que le rescata de todos los quilombos emocionales. El peor de todos, la heroína. Su adicción cuenta con afirmaciones escalofriantes como “no me soporto a mí mismo lo suficiente como para pasearme por la Tierra como un hombre libre”. Antes, en 1977, vive una epifanía: en la sección punk de Virgin encuentra un anuncio de Howard Devoto. Supone el comienzo de su aventura como bajista mestizo en dos hitos históricos: Magazine y su posterior paso por Nick Cave & The Bad Seeds.
Barry Adamson se revela en “Por encima de la ciudad, por debajo de las estrellas. De Magazine y los Bad Seeds al submundo y más allá” (“Up Above The City, Down Beneath The Stars. Magazine, The Bad Seeds, Into The Underworld And Beyond”, 2021; Liburuak, 2024) como un soberbio narrador de situaciones y fino retratista que quiere indagar en la mente de los “protagonistas”. Sus ágiles estampas de Devoto, Cave, John McGeoch, Mick Harvey, Kid Congo Powers, Iggy Pop y otros personajes conocidos y anónimos, pero sobre todo de sí mismo, son disparos ejecutados con un arma de precisión. Adamson, un tipo hecho a sí mismo, se muestra egocéntrico pero humilde, con bajas dosis de vanidad –rara vez se echa flores–, agudo vigía de la miseria humana –“la negación es el amortiguador de impactos del alma”– y con una firme pulsión autodestructiva. Expone sus reveladores enredos amorosos, trapicheos o constantes idas y venidas entre Australia y Reino Unido con intención sanadora pero despiadada autocrítica. James Ellroy o Hubert Selby Jr. serían los espejos empleados por el biógrafo para plasmar la cruda recreación literaria, escrita sin rodeos y con un lenguaje intencionadamente inteligible, de su turbulenta vida.
Para ello, crea dos entidades escindidas de la materialidad objetiva, el Buitre y Control Central, que agudizan esta especie de cuento onírico y tenebroso en el que te va sumergiendo, donde acaba por no distinguirse el sueño de la realidad, como en un guion de David Lynch interpretado por un astuto yonqui con talento natural para la música: dice que admira a Tina Weymouth, de Talking Heads, pero toca el bajo como Larry Graham, de Sly And The Family Stone. Paranoia, psicosis, síndrome de Ollis, de Asperger –así lo apunta en algún momento–, cojera crónica, un ojo vago –el derecho, por lo que acaba recurriendo a un parche–, un matrimonio fallido, un intento de suicidio –drogas duras aparte–, centros psiquiátricos y de desintoxicación –¡donde se topa con Tony Curtis!– o la veloz desaparición de su familia pintan un cuadro digno de Lucien Freud. De alguna forma, Adamson lo desmitifica tildándolo de “sexo, drogas, rock and roll y discapacidad”.
Con un encargo para el filme “The Last Of England” (Derek Jarman, 1987), aterriza en Mute Records. Allí registra uno de los discos más excitantes de los ochenta, “Moss Side Story” (1989), su debut en solitario. La autobiografía incompleta de Barry Adamson, el relato de un descenso a los infiernos, acaba más o menos ahí. No es un libro de rock propiamente dicho –ni siquiera se echa en falta una de esas “discografías completas”, que al final nunca lo son y menos con el protagonista todavía en activo–, aunque la música sea su ineludible banda sonora. Adamson concluye su ordalía personal en los albores de ese oficio salvador como autor de música para cine, un mundo magmático y alimenticio, a priori más abierto que el rock, donde el proteico bajista parece desenvolverse como pez en el agua. Llega incluso a bromear con su nombre en honor al maestro –“John” Barry Adamson– este músico autodidacta, antihéroe sin mucho énfasis, superviviente de sí mismo y de una época letal. ∎